Jueves, 25 de Abril 2024

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Chapala, del vocho al camello

Por: Diego Petersen

Chapala, del vocho al camello

Chapala, del vocho al camello

Hace 50 años, un 8 de septiembre de 1968, en medio de las revueltas estudiantiles que crecían ante la incapacidad de escucha y comprensión del Gobierno de Díaz Ordaz, una nota curiosa llamó la atención de los tapatíos: un Volkswagen sedán, como se conocía en México al escarabajo, modificado en los talleres de la agencia Albarrán para generar tracción acuática y evitar que se le metiera agua por el escape, cruzó el Lago de Chapala desde San Luis Soyatlán hasta Ajijic. El objetivo de los ingenieros era demostrar que el auto era realmente hermético y, sin duda, divertirse un poco. Eran los días de gloria del lago y su relación con los habitantes de Guadalajara, los años de las grandes crecidas e inundaciones que aislaban partes enteras de los pueblos ribereños de septiembre a diciembre.

Esta semana el lago alcanzó su mejor cota en los últimos tres años, superando la 95.51 máxima de 2016 y con expectativa de seguir creciendo al menos un mes más. Nadie se va a inundar, pero es un lago que llena de tranquilidad a la ciudad, pues su principal fuente de abastecimiento de agua está asegurada.

En estos 50 años, del vocho flotante para acá, el lago ha pasado por todas, desde su nivel máximo en 1979 hasta su segunda peor crisis de la historia reciente, cuando en 2003 se perdió en el horizonte; el lago no podía verse desde el malecón, el bombeo a Guadalajara desde la estación de Santa Cruz de la Soledad se vio comprometido y unos jóvenes chapaltecos, en un acto que hoy podría ser considerado una instalación artística, contrataron un camello de circo para pasearlo por las arenas del lago seco y así llamar la atención sobre su posible extinción.

Chapala es hoy un lago vivo, como lo demuestra la fauna que lo habita. Ha sobrevivido a los malos augurios de contaminación que lo amenazan fuertemente desde los años setenta

Chapala es hoy un lago vivo, como lo demuestra la fauna que lo habita. Ha sobrevivido a los malos augurios de contaminación que lo amenazan fuertemente desde los años setenta y de extinción, tanto en los años cincuenta como en los primeros dos miles. Pero si el lago está vivo se debe más a la terquedad de la naturaleza que a las buenas prácticas de los habitantes de la cuenca y las políticas públicas de los sucesivos gobiernos: la operación de las plantas de tratamiento sigue siendo a capricho de los alcaldes en turno y el agua se desperdicia sin conciencia en el campo y la ciudad.

¿El próximo mal ciclo será dentro de 30 años siguiendo la lógica de comportamiento de una gran sequía cada 50?  Nadie puede asegurarlo, sobre todo porque la presión sobre el lago es hoy mucho mayor. Cada año, el 15 de noviembre los operadores del sistema de agua de la ciudad sacan sus cuentas y descansan si la recuperación fue mayor que la pérdida. Pero no es solamente el abasto de Guadalajara y a la Ciudad de México desde el Lerma lo que amenaza al lago, aunque son sin duda factores importantes de presión, sino el uso agrícola, terriblemente ineficiente y el cambio climático en toda la cuenca, dos temas a los que ningún Gobierno quiere meterse en serio.

(diego.petersen@informador.com.mx)

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