Viernes, 19 de Abril 2024

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Caras vemos, depresiones no sabemos

Por: Argelia García F.

Caras vemos, depresiones no sabemos

Caras vemos, depresiones no sabemos

Generalmente una enfermedad reúne a los cercanos, nos preocupamos y nos acercamos, seguimos de cerca procesos que embarcan familias enteras y grupos de amigos que expresan su atención en forma de cariño acumulado. Los médicos extienden diagnósticos que son seguidos con lujo de detalle por nuestros seres más amados. Vemos, sentimos y vivimos cómo nuestro mundo circundante pone pausa a ciertas cotidianidades de sus propias vidas para poder estar, nos sentimos en compañía, nos sentimos abrazados y eso resulta -cualquiera que sea la prognosi- un bálsamo al corazón. 

Pero particularmente hay una enfermedad que procede en un sentido opuesto: la depresión. Lenta, misteriosa y muy silenciosa, llega como el viento frío en una tarde de otoño que se impacta en la espalda y algo nos duele, no sabemos bien a bien qué, pero algo que no sabíamos que podíamos sentir duele cada día más. Cuando se instala, toma -paso a pasito- el poder de nuestras emociones y más allá, toma el poder de nuestras acciones sobre sentimientos, ilusiones, miras a futuro y objetivos a corto, mediano y largo plazo. La depresión es un velo de tul grisáceo que nubla nuestra visión sobre las cosas, sobre la gente, sobre nuestra profesión y el mundo. Con la visión ya tergiversada nos vamos aislando y vamos viendo menos a los amigos, nos vamos quedando solos porque padecemos la compañía, reímos menos, soñamos menos, encontramos cada vez menos bella y confortante la vida y nos vamos refugiando generalmente en lo que más amamos que paradójicamente puede ser lo que nos dé la estocada final. 

Los artistas estamos acostumbrados a pasar horas y horas al día frente de un instrumento o inmersos en textos e instalados en estudios haciendo lo mismo, repitiendo errores, buscando aciertos e intentando rozar la inalcanzable perfección de la belleza. Cuando algún amigo va cayendo en depresión es muy difícil cacharlo, cuando algún amigo artista va cayendo en depresión, es aún más difícil de percibirlo, pues no somos ajenos a cargas de trabajo que gente que no pertenece a este mundo de locos obsesivos entendería. No somos ajenos tampoco a escuchar de gente perfectamente sana que estarán a deshoras practicando, ensayando, buscando referencias para tal o cual cosa. Pero la enfermedad que es tan dura como la humedad en el invierno y que nos paraliza de a poco, ahoga nuestras raíces, nos endurece y nos inhabilita al querer pedir ayuda. No temo decir que la depresión es la más cruel enfermedad que aqueja al ser humano, puesto que es un padecimiento individual y en un inicio poco perceptible. La depresión, misteriosa emisaria de la muerte en vida, nos hace sentir así, sin vida. De sintomatología y su proceder se ha hablado y escrito hasta el cansancio, pero de algún modo humanamente seguimos dejando al enfermo solo, seguimos sin haber desarrollado la sensibilidad necesaria para acompañar procesos de este tipo, que no siendo el enfermo nos resultan ajenos, extraños y absurdos. 

El mundo del artista consagrado es un lugar muy solitario y también muy gratificante en el que se cumplen sueños a diario. Pero por más seguro que sea, necesitamos atención y cercanía. Todos necesitamos, pues, de todos.
 

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