Jueves, 18 de Abril 2024

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Canto a la vida

Por: Eugenio Ruiz Orozco

Canto a la vida

Canto a la vida

Como los abuelos decían, esto del coronavirus parece el cuento de nunca acabar: aún no hemos superado la primera oleada y la segunda ya aparece en el horizonte. Dado que la información es sesgada, insuficiente y poco confiable, no nos queda más remedio que hacer de tripas corazón y enfrentar, con los cuidados necesarios, este nuevo capítulo de nuestra existencia, en el entendido de que, a pesar de los pesares, la vida y la salud son el mayor y mejor bien que poseemos. Hay quienes piensan que todo es blanco o negro, olvidando que entre ambos hay mil tonos de gris y que el arco iris ilumina el mosaico de nuestros días con sus siete colores básicos y las tonalidades que de ellos se derivan.

Tal parece que, en nuestra infinita soberbia o ignorancia, estamos perdiendo la capacidad de sentir, emocionarnos, amar. Somos capaces de pasar horas y horas frente a un televisor, la computadora o el teléfono celular, y nos negamos diez minutos para admirar a la naturaleza, conmovernos ante un amanecer o platicar con la luna. Dejamos de escuchar el trino de las aves; nuestro olfato ya no puede distinguir entre el aroma de los nardos, los azahares, los jazmines o las gardenias. Estamos inhibiendo nuestra tactilidad y, con ello, la emoción de abrazar y acariciar a nuestros hijos o mesar el cabello de quienes amamos. La palabra hablada ha dejado de ser el instrumento de nuestra comunicación: la substituyó el chat. Hemos dejado de vernos a los ojos, de identificar, en el movimiento y en los gestos de los otros, lo que somos o lo que queremos. Entre el desprecio por la vida, la necesidad de llevar el pan a casa y nuestros miedos, estamos perdiendo lo mejor de nuestros días, dejamos de cantar el Contigo, el Nosotros, el Amorcito corazón, el Sin ti.

Ahora que la crisis del sistema educativo parece anunciar una época de obscurantismo, cuando la ciencia y el conocimiento enfrentan el dilema de ser confinados en la pantalla de una tableta, donde la realidad se aplana y la interlocución se vuelve monólogo; cuando condenamos a las madres de familia a ejercer el magisterio sin que hayan sido preparadas para ello, cuando profundizamos nuestras diferencias de origen y dividimos nuevamente el mundo entre los que pueden pagar y tener acceso a niveles de educación de mayor calidad y aquellos cuyos padres apenas ganan para medio vivir y no pueden sufragar el soporte tecnológico para la educación de sus hijos, debemos abrir nuestras mentes y corazones. Tenemos que romper el círculo vicioso en el que estamos gravitando y que amenaza con destruir el tejido social.

En su última encíclica, Fratelli Tutti, el Papa Francisco hace un llamamiento a comportarnos como hermanos, a construir un mundo más justo y, entrelazando nuestras manos, entonar un canto de esperanza. Valdría la pena darnos un tiempecito para escuchar el tañer de las campanas que convocan a la vida, al amor y a la equidad.

eugeruo@hotmail.com

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