Viernes, 19 de Abril 2024

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Blanca Estela Navarro

Por: Maya Navarro de Lemus

Blanca Estela Navarro

Blanca Estela Navarro

Los Sofocos de Celia

Saliendo de la cocina, Celia miraba las cajas y los bultos que se encontraban en su sala comedor. “¿Dónde los acomodaré?”, se preguntaba. Guardó la nota que le entregó el encargado de la mudanza en el primer cajón de la gaveta de mármol. Luego salió a cerrar la puerta del jardín. Le llegó el aroma de las gardenias; se acercó, acarició los pétalos y quitó las hojas secas. Soplaba el viento, Celia disfrutó que el aire remolineara su largo cabello castaño. Después de una hora, entró a su casa. Se quedó contemplando aquel desastre. De pronto sintió un sofoco, una sensación de calor que le recorrió todo el cuerpo, la asfixiaba, se acortaba su espacio tanto en su casa como en su cabeza, logró llegar al sillón de terciopelo beige y se dejó caer desalentada.

Recordó que tenía sofocos siempre que enfrentaba situaciones difíciles o riesgosas; cuando era agredida, abusada o tratada injustamente y no se le permitía expresar con palabras lo que pensaba o sentía.

Pasaron unas horas, se quedó dormida. Despertó asustada, miró el reloj, las tres quince de la mañana; se levantó y fue a la cocina. Tomó un té de azar, “para calmar los nervios”, pensó. Se paró y el vestido se atoró en un clavo que estaba salido de la silla; con ese hecho le vino a su mente un recuerdo de cuando su mamá la criticaba por su manera de vestir.

-Te ves ridícula con esos vestidos tan flojos, te pareces a mi abuela, y se reía burlonamente.

-A mí, así me gusta vestir -contestaba Celia.

-Pues qué mal gusto tienes y cállate, respondona.

Celia fruncía la boca, se le enrojecía la piel cuando se enojaba; quería confrontar a su mamá pero sabía que no lograría que la escuchara. Al recordar, las ideas se embotaban en su cabeza. Se estresaba.

El viernes, después de desayunar, comenzó a desempacar las cajas y los bultos. Contenían cuadros, floreros y figuras de cerámica. Eran de Mauricio, su exmarido. “¿Dónde voy a acomodarlos?, son demasiados”, dijo para sí misma. Comió y siguió con su trabajo. Mientras sacaba las piezas evocaba el momento cuando Mauricio le pidió el divorcio.

-Celia, me voy de la casa.

-Nos casamos para toda la vida, tú lo juraste -comentaba desesperada.

-Lo siento, me enamoré de otra persona. -Y bajó la mirada.

Celia sospechaba que Mauricio tenía un amorío con la secretaria pero pensaba que era algo pasajero. Le dolió que la cambiara por una mujer más joven.

Volvió al presente y pensó: “Ahora ya está en una caja bajo tierra”. Sintió vergüenza cuando se descubrió aliviada porque Mauricio ya no existía. Comenzó a sentirse mareada, sofocada. Se le entumecieron las manos, ni cuenta se dio que ya era de noche, estaba cansada. Empezó a sudar. Ya más tranquila, tomó una taza de leche con unas galletas y se fue a dormir.

El sábado se levantó tarde, se veía desmejorada, comió poco. Por la noche, como siempre, se cepilló los dientes y su cabello. Tomó la novela que tenía en su buró y se dispuso a leer. Pasaron unas horas, no lograba conciliar el sueño, oyó ruidos... pisadas... estaba con los nervios de punta. Su pecho se oprimió como cuando era niña y su papá la visitaba por las noches.

-Vine a contarte un cuento -y se metía en la cama.

-Me lastimas papá, eso no me gusta, quítate -le decía llorando.

-Cállate niña estúpida -le ponía una mano en la boca, luego le daba una bofetada para tenerla controlada.

Celia sentía un dolor entre el pecho y la garganta, se sentía indigna, violentada. Quería expresar su dolor, no le salían las palabras... enmudecía. El miedo la paralizaba. Así es como aprendió a quedarse callada ante los abusos y las injusticias. Lloraba desconsolada hasta que desaparecía el sofoco de la indignación, se quedaba aterrada algunas horas más, hasta que el sueño la vencía. Cuando rememoraba esos momentos, lloraba de frustración e impotencia.

El domingo llegaron sus hijos: Marcela, la mayor y Fabián, el menor. Marcela estaba casada y Fabián era soltero, residía en el extranjero porque estudiaba su maestría.

-¿Mamá, estás enferma?, te veo pálida -preguntó Marcela.

-Estoy un poco cansada, algo abrumada -contestó y se dirigió a la cocina.

Celia preparó ensalada de verduras, Marcela se hizo cargo del pescado, lo condimentó con sal y pimienta; Fabián acomodó la vajilla de porcelana y recordó que la sacaban sólo en eventos especiales. Se sentaron a la mesa como cuando vivían juntos y comían en familia. Después de comer fueron a la sala, mientras tomaban el café, platicaban:

-Ya pusimos en venta el departamento de papá -comentaba Marcela.

-¿Por qué no se llevaron todo a la bodega que rentaron? -preguntó Celia.

-Mamá, son piezas muy valiosas, tú sabes mucho de arte. Además, son las preferidas de papá, las pueden robar en la bodega. Queremos que tú nos las cuides -dijo Fabián.

Celia se quedó callada. En realidad estaba molesta, le abrumaba sentirse apretada, sentía que se le venían las cosas encima, en todos los cuartos había cajas. Perdió el control. Comenzó a jadear, entró en crisis, tenía dificultad para respirar. Sus hijos le aflojaron la ropa, la abanicaban y le hablaron al doctor.

-Es un ataque de pánico, está sometida a demasiado estrés, ¿ya le había pasado esto antes? -preguntó.

-Varias veces, no sabemos qué lo desata -dijo Marcela preocupada.

El doctor le inyectó un tranquilizante, les dijo que estaría dormida toda la noche y que mañana pasaría a revisarla.

El lunes muy temprano, llegó el doctor.

-Señora Celia, tiene que ver a un psiquiatra lo más pronto posible, para saber cómo tratar esos sofocos, yo creo que son por estrés.

-Mamá, ya nos recomendaron una psiquiatra reconocida, ¿quieres que te apartemos la cita? -dijo Fabián angustiado.

Celia, ya más tranquila, les contestó:

-Yo creo que no es necesario porque ya sé lo que me pasa. Aprendí a acobardarme porque no me atrevía a decir lo que pienso y siento, por diferentes circunstancias que me ha tocado vivir. Les quiero decir que en este mismo momento se lleven todo lo que trajeron. Quiero mi casa como estaba. Quiero vivir en paz. Me niego a seguir viviendo como víctima. Yo soy responsable de mí misma. Los quiero mucho, pero exijo me respeten y me traten como lo que soy: Una persona digna y valiente. Al decir esto Celia se sintió aliviada y nunca más volvió a tener sofocos.

Blanca Estela Navarro Paredes

Utiliza sus experiencias para escribir historias que se identifican con más mujeres. CORTESÍA

Estela siempre tuvo una inquietud natural hacia la escritura de temas relacionados con la mujer. Para poder transmitir sus ideas de manera efectiva decidió estudiar un diplomado en escritura creativa en Sogem. Espera poder continuar utilizando sus experiencias como esposa, madre, hija y abuela para escribir historias con las que otras mujeres se identifiquen.

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