Viernes, 19 de Abril 2024

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Bartlett, ese impresentable

Por: Rubén Martín

Manuel Bartlett Díaz no debe estar al frente de la Comisión Federal Electoral (CFE) y tampoco en otro cargo público. Después de ser el secretario de Gobernación en el sexenio de Miguel de la Madrid y parte del grupo político que cometió el fraude y la defraudación de la voluntad popular en la elección presidencial de 1988, Bartlett y todos los responsables debieron ser sometidos a juicio, no recompensados con otro cargo público.

Pero en un sistema político donde las corruptelas se cimentan en la impunidad, Manuel Bartlett ha seguido activo e impune en  la vida pública del país. Luego de ser secretario de Gobernación, Carlos Salinas de Gortari (el que se robó la elección presidencial) lo premió con la secretaría de Educación y luego con la gubernatura de Puebla. Todavía militaba en el Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Ahora Bartlett es senador gracias a un escaño que le regalaron en el Partido del Trabajo y es materia de polémica pública porque Andrés Manuel López Obrador le propuso ser director de la CFE a partir del 1 de diciembre.

Varios seguidores de López Obrador defienden el nombramiento de Bartlett, pues dicen que lleva varios años luchando contra la privatización de la sector energético. El mismo Bartlett descalifica a quienes cuestionan su nombramiento al frente de la CFE y dice que son críticas de la derecha.

Serán algunas, pero muchas otras son críticas que se hacen desde la izquierda y que apelan a formas de hacer política donde impere una ética y una memoria que no olvide ni perdone actos y decisiones como las que existen en la carrera pública de Bartlett.

El fraude de 1988 no es cosa menor. Gracias a esa decisión política, se impuso en la cúpula del Estado mexicano una clase política y tecnocrática que redefinió al país en las pasadas tres décadas. Impusieron el modelo de economía política radical a favor del mercado y la inversión privada.

Es al menos paradójico que Bartlett se diga ahora luchador contra la privatización del sector energético nacional, si él fue corresponsable de permitir la llegada de Carlos Salinas y una clase política profesional que impuso el neoliberalismo en todos los sectores del país, entre ellos el energético. Eso es al menos incongruente.

Pero en el pasado de Bartlett no pesa solo el fraude en la elección de 1988, sino en otros comicios locales como al fraude en Chihuahua en 1985. Además, como titular de Gobernación, Bartlett era responsable del sistema de espionaje y represión política contra disidentes en el país.

Otra de sus facetas era la de amenazar a la prensa, sino directamente a través de personeros que dependían de Gobernación, como la Dirección Federal de Seguridad (la corrupta y represora policía política del viejo PRI). Una de esas amenazas fue contada de manera magistral por Vicente Leñero en una crónica (“La parábola del vaso”) en la revista Luvina de la Universidad de Guadalajara (verano de 2006).

Sería ingenuo pedir que los que controlan el poder se conduzcan con decencia. Para eso debemos mantener la memoria viva; para no perdonar los agravios del poder. Si olvidamos lo que Bartlett hizo a favor del autoritarismo, terminaremos perdonando todo a los dueños del poder y traicionando a quienes han luchado de manera consecuente contra la dominación en este país.

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