Jueves, 25 de Abril 2024

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“A l’agua nadie l’hace taruga”

Por: José M. Murià

“A l’agua nadie l’hace taruga”

“A l’agua nadie l’hace taruga”

Al ing. Luís Valdivia Ornelas, de la UdeG.

Se cuenta que había un brillante profesor de ingeniería hidráulica en la Universidad de Guadalajara, uno que allá por los años setenta todavía estaba activo. Cada año empezaba su curso -muy afamado, por cierto- con la frase que titula este artículo…

A partir de ahí, no era poco lo que insistía en que, al construir,  no se perdieran nunca de vista los cauces de los ríos, por más secos que estuvieran en el momento, pues los ciclos de las lluvias no suelen ser regulares y, por lo tanto, es una tontería suponer que puedan ser previsibles.

Solía repetir también que “dónde hubo agua, la habrá tarde o temprano”, a menos de que se haga una portentosa obra de desvío. El agua en el mundo siempre es la misma y sigue su circuito siempre igual, aunque nunca con absoluta regularidad.

Solía repetir también que “dónde hubo agua, la habrá tarde o temprano”, a menos de que se haga una portentosa obra de desvío.

Soslayar estos preceptos que parecen tan sencillos ha costado muchas pérdidas económicas y, lo que es peor, no pocas vidas. Pongo un solo ejemplo: el lecho del Río de Santa Catarina, en Monterrey, seco durante muchos años, se pensó que nunca más llevaría agua. Para aprovecharlo se construyeron en él canchas deportivas y parques, pero se fue más allá: también se erigieron viviendas, algunas escuelas y hasta una que otra clínica y dependencia oficial.

La ciudadanía estaba contenta de que se aprovechara aquel enorme espacio hasta que, entre el 8 y el 19 de septiembre de 1988, hizo su aparición el llamado “huracán del siglo”, al que se le puso el nombre de Gilberto, cuya mención todavía hoy pone siniestros los rostros de los regios.

El 16 y 17 de septiembre azotaron los aguaceros, en especial al Estado de Nuevo León y su capital. El agua cayó como muchos nunca lo habían visto y arrastró absolutamente todo lo que encontró a su paso por el cauce de Santa Catarina, incluyendo, por supuesto, una cauda de seres humanos.

Las lluvias tapatías de esta temporada son muy fuertes pero no son nada que no hayamos visto. Vale recordar que el propio Ignacio Manuel Altamirano, al mediar el siglo XIX, declaró que Guadalajara era la “hija predilecta del trueno y de la tempestad”. ¿Por qué ahora hay más desgracias y pérdidas? Simple y sencillamente por tantos constructores que estudiaron en escuelitas privadas sin buenos docentes o la voracidad hizo que ignoraran las enseñanzas de su maestro.

Claro ejemplo es el de Plaza Patria, que ya ha sido al menos tres veces víctima de la criminal estulticia y ambición de ciertos desarrolladores, pero hay muchos más, causantes de daños que, aunque de menor magnitud, no por ello dejan de ser dañinos a la sociedad y a la propia economía pública y privada.

Gustamos de echarle la culpa de las inundaciones a la basura que nos heredan ciudadanos irresponsables (por no usar el calificativo adecuado), pero es mucho más criminal lo que hacen los autores de desvíos e interrupciones de los cauces originales.

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