Lunes, 20 de Mayo 2024

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* Renato

Por: Jaime García Elías

* Renato

* Renato

En el entendido de que la última palabra en el caso de Renato Ibarra aún no se ha dicho, los capítulos de la historia que se han desgranado desde la semana pasada muestran “la otra cara de la moneda” del futbol como profesión…

La que ordinariamente se muestra es, en lo general, amable y festiva. Al futbolista profesional se le ve, vía de regla, como un mimado de la vida; como un afortunado que se encontró tirado en la banqueta el billete premiado de la Lotería; como un  privilegiado que tiene acceso a fama y fortuna –unos más que otros, ciertamente— como no lo tienen quienes se han quemado las pestañas durante años y han requerido el sacrificio de sus familias para tener una carrera universitaria que, salvo en casos excepcionales, difícilmente les redituará en lo económico como a ellos una actividad intrínsecamente placentera.

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Se entiende que la carrera del futbolista no está exenta de fracasos, quebrantos y vicisitudes: lesiones y derrotas; malos partidos, malas rachas o malas temporadas; críticas adversas (injustas muchas veces)…

Sin embargo, situaciones como las que aquejan al atacante ecuatoriano del América son de otra magnitud. Son equiparables a experiencias como las que vivieron –botones de muestra casi inevitables— César Andrade y Salvador Cabañas: el primero, con el accidente automovilístico que lo incapacitó para continuar una carrera promisoria, aunque deba reconocérsele el esfuerzo que ha realizado para enfrentar la vida con gallardía y aun para continuar vinculado con el deporte; el segundo con el incidente que truncó su carrera y del que sobrevive de milagro.

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Es posible –lo que no significa que sea lo más probable— que Renato gane en los tribunales la batalla que se encuentra en su fase inicial, y que pudiera reintegrarse a su equipo y reanudar su carrera...

Aun si así fuera, empero, es de temerse que el daño causado por el escándalo, sea irreparable. El público (“la turba” de que hablan los evangelios en el pasaje de La Pasión) es inmisericorde: no sabe de la presunción de inocencia; difícilmente valora con objetividad las pruebas de descargo que la parte acusada –Renato, en el caso— pudiera aportar.

Los pulgares, hasta donde se percibe, ya apuntan hacia abajo. Si el juez, al final del proceso, lo absuelve, lo tildarán de venal. La “vox populi” (“vox Dei”, según algún blasfemo) ya lo condenó… y difícilmente revocará su sentencia.  
 

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