San Agustín, personalmente, no lo convalida en ninguna de sus obras (“Confesiones”, “La Ciudad de Dios”, etcétera); vale, en todo caso, como chascarrillo, que cuando alguien le preguntó qué hacía Dios antes de crear el mundo, el doctor de la Iglesia le contestó secamente: “Estaba creando un infierno para la gente que pregunta esas cosas”.-II-La anécdota dejaría muy conformes, probablemente, a la mayoría de los entrevistados para efectos de la Encuesta Nacional sobre Creencias y Prácticas Religiosas en México, recientemente realizada, y que, al entrar en detalles, dijeron incluir entre ellas, concretamente, la reencarnación y el diablo… a despecho de los reparos de la propia Iglesia Católica –la mayoritaria en México, considerando que 82.7% de los encuestados declaró profesar esa religión– al respecto; de la reencarnación, porque del dogma de la inmortalidad del alma (incluido en el Credo en la frase final: “…y la vida perdurable”), no se infiere su transmutación, tras la muerte, a otro cuerpo; y del diablo, porque su papel quedó un tanto difuso después de que el Papa Juan Pablo II cuestionara la existencia física del cielo, el purgatorio y el infierno, y los definiera como “estados del alma que se caracterizan por la presencia o la ausencia de Dios”.La encuesta, por lo demás, documenta los cambios en las convicciones de los creyentes: los que dejan una religión y se pasan a otra; los que se reconocen como creyentes “por tradición” (41.8%), los que dicen serlo “por convicción” (28.3%) o los que declaran serlo “a su manera” (17.9%); los que dicen tener contacto con un ángel guardián y hacer cadenas de oración en internet (13%); los que no tienen empacho en confesar que acostumbran realizarse “limpias” con yerberos, curanderos, espiritistas, santeros, brujos o chamanes (12%), o los que se dicen devotos de la Virgen de Guadalupe (59.4%) o de algún “santo popular”, como Juan Soldado, Malverde o la Santa Muerte (11.1%)… aunque la Iglesia no reconozca ni promueva, por tanto, el culto de estos últimos.-III-El asunto, en todo caso, remite a que quizá en México aún sea incipiente la tendencia de la religión a desvanecerse, y que –como plantean Victoria Camps y Amelia Valcárcel en “Hablemos de Dios”– “la gente bautiza a sus hijos, se casa por la Iglesia y entierra a sus muertos con ritos religiosos (…) porque no le han dado otras formas de hacerlo o porque le resulta más cómodo seguirlo haciendo como siempre”.
