Sábado, 20 de Abril 2024

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- Contingencia

Por: Jaime García Elías

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Por una parte, nos quejamos de que conforme pasa el tiempo se vuelve más notoria y preocupante la insuficiencia de agua para los habitantes de Guadalajara y sus cada vez más extensos y desparramados arrabales; por la otra, nos vemos en la imperiosa necesidad de destinar buena parte de los caudales del “vital líquido” de que aún disponemos, a extinguir los incendios forestales que se han vuelto recurrentes -como el del último fin de semana, sin ir más lejos- en el cada vez más trespeleque bosque de La Primavera. Un incendio del que tomó nota, seguramente, la casi totalidad de la población: la densa nube de humo que durante más de dos días cubrió toda la mancha urbana, y el deterioro de la calidad del aire, obligó a las autoridades a decretar una contingencia atmosférica probablemente ociosa por redundante, ya que los efectos del fenómeno fueron públicos y notorios.

-II-

Esta vez, a diferencia de la generalidad de las anteriores, ni siquiera hubo lugar para que el ciudadano de a pie desahogara su frustración y su impotencia con lamentaciones alusivas a la irresponsabilidad de los paseantes o a la voracidad de los fraccionadores que por indolencia -unos- o desmedido afán de lucro -otros- ocasionan los incendios forestales. Esta vez, hasta donde se sabe, se trató de un hecho fortuito: la caída de un rayo.

Tampoco hubo margen esta vez para recriminar a las autoridades por no realizar las inversiones necesarias orientadas a disponer de un sistema de rastreo, detección y vigilancia capaz de detectar los incendios forestales en una etapa temprana: cuando aún no es demasiado tarde para impedir que sus consecuencias alcancen proporciones catastróficas…, ni para reprocharles su incapacidad para llevar a término las investigaciones que supuestamente emprenden para determinar las causas de esos percances y sancionar -cuando es el caso- a los responsables.

-III-

Es una pena, pero la población, en esa materia, sigue -decían las abuelas de antes- “a la buena de Dios”; a expensas de los insondables designios celestiales; de las preces para que “San Isidro Labrador, ponga el agua y quite el sol” (o a la inversa, según convenga…), o de que La Providencia -en cualquiera de sus denominaciones- acomode las cosas a la medida de las necesidades o los deseos de los humanos.

Colofón (con la venia de Bécquer): “El mundo es un absurdo animado que rueda en el vacío para asombro, a veces feliz, a veces doloroso, de sus habitantes

jagelias@gmail.com
 

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