Domingo, 28 de Abril 2024

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Por: Jaime García Elías

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A ver: la aseveración de que “es preferible un delincuente libre que un inocente preso”, cojea de las dos piernas. Ambas situaciones son injustas. Ambas lastiman al tejido social. Ambas exhiben incompetencias de la autoridad para hacer su tarea…

El jueves, en las manifestaciones alrededor de Palacio de Gobierno, en protesta por la muerte –en circunstancias que, mientras no se esclarezcan plenamente, no permiten ni mucho menos justifican calificar de asesinato— de Giovanni López, hubo, posiblemente, justos que, en los enfrentamientos con la policía, pagaran por pecadores. En la decisión del gobernador Enrique Alfaro, el sábado, de dejar en libertad a todos los detenidos por los sucesos de jueves y viernes, es probable que la indulgencia beneficiara a algunos jóvenes que fueron detenidos de manera arbitraria, abusiva e ilegal por parte de policías que se extralimitaron en sus funciones y desobedecieron las instrucciones expresas de sus superiores..., pero también a algunos autores de actos ilícitos y aun decididamente delictivos (daño en las cosas, lesiones, pandillerismo…).

-II-

En los sucesos del jueves, hay que distinguir: la manifestación en contra de la brutalidad policíaca es irreprochable; primero, por lícita; segundo, por justificada: tercero, por ordenada… Los desmanes en que incurrieron algunos manifestantes –o anarquistas infiltrados entre ellos—, y que los medios de comunicación hicieron del dominio público, son reprobables… y muchos, incluso, punibles: la destrucción de mobiliario urbano, el incendio de patrullas, el vandalismo sobre la fachada, las puertas, los vitrales, aparatos, máquinas y muebles en algunas oficinas de Palacio de Gobierno y la Recaudadora del Estado vecina, son conductas tipificadas como delitos; arrojar un líquido inflamable y encender la ropa de un policía, con todas las agravantes posibles, es un homicidio en grado de tentativa...

Los autores de tales tropelías incurrieron –impunemente, por lo visto— en conductas tan censurables como las que motivaron la manifestación misma. La brutalidad ciudadana es tan condenable como la brutalidad policíaca contra la que se quiere protestar. Destruir el mobiliario urbano, o vidrios, escaparates y vehículos, o saquear negocios –para robar televisores o botellas de licor, por ejemplo—, son inadmisibles como argumentos contra los abusos policíacos… aun en los casos en que estos últimos dejan víctimas fatales.

-III-

Tanto para las expresiones de brutalidad policíaca como de brutalidad ciudadana que han sido noticia en nuestro medio, aplica la sentencia acuñada por Cicerón hace más de dos mil años: “La fuerza es el derecho de las bestias”.
 

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