Miércoles, 15 de Octubre 2025

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- Amorosa prédica

Por: Jaime García Elías

- Amorosa prédica

- Amorosa prédica

A medida que se normalice el suministro de gasolina en varias entidades, y para los habitantes de la Zona Metropolitana de Guadalajara, en particular, otros asuntos adquieran el rango de noticias, primero, y de tópicos de comentario obligado, después, es de suponerse que irán cayendo en el olvido, gradualmente, los temas que en las últimas semanas han estado en boca de la mayoría de los mexicanos. Por eso, en el entendido de que la memoria colectiva es flaca, y con el ánimo de no dejar hilos sueltos, convendrá dedicar algunos últimos apuntes -¿lo serán, de veras…?- al tema del “huachicoleo”.

-II-

De entrada, una vez que pasó del centenar la cifra de víctimas fatales de la tragedia de Tlalhuelilpan, convendrá subrayar que, salvadas las distancias, como en el caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa, las personas fallecidas fueron -valga el subrayado- simplemente víctimas. Ni héroes que por su valentía merezcan monumentos, ni pillos que en el pecado de recoger la gasolina que brotaba de los ductos perforados por saboteadores o ladrones, llevaron la penitencia de ser alcanzados por el flamazo. Víctimas, además, de la descomposición social que lo mismo ha generado esquemas de corrupción entre funcionarios públicos e industriales del delito a gran escala (narcotráfico, extorsiones, secuestros, robos…), que ofrecido perdonar a quienes han convertido en modus vivendi recoger y comercializar combustibles -que son de la nación y no de los oportunistas que quieran apropiárselos-…  a condición de que declaren haberlo hecho “por necesidad”.

Curiosamente -grosera ironía del asunto-, al día siguiente de la amorosa prédica presidencial en ese sentido, una turba de vecinos se enfrentaba con los soldados que resguardaban tomas clandestinas… ¡porque les impedían recoger “su gasolina”!

-III-

El perdón tiene que ver con la moral; la aplicación irrestricta de la ley, con la justicia. Ese es el deber de un gobernante… y más si su principal compromiso con los ciudadanos fue precisamente el combate a la corrupción y la impunidad institucionalizadas. El gobernante, por tanto, abandona su papel, falta a su compromiso con los gobernados e incumple su protesta -pública y solemne, además- de “cumplir y hacer la Constitución y las leyes que de ella emanan”, cuando se pronuncia por el perdón.

Eso no es bondad: eso es debilidad. Eso no es afán conciliador: eso es incompetencia para aplicar la ley… En síntesis, eso vale para un predicador de plazuela: no para un gobernante.

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