Jueves, 28 de Marzo 2024

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“Omeprazol y tantita fe”

Nitro Press comparte un cuento, de Maribel Castorena, de la antología Lados B con los lectores de EL INFORMADOR

Por: El Informador

“Omeprazol y tantita fe”

“Omeprazol y tantita fe”

Las pesadillas tienen explicación, las agruras parecen no tener cura, más allá de la esperanza de ver regresar a su hermano Genaro, a Isaías le resta un buró con un vaso de agua y un frasco de Omeprazol. En el fondo, cuando regresa y reclina la cabeza en su almohada ya con los demonios un poco más tranquilos pero la acidez volcada por toda la tráquea, reflexiona que a estas alturas lo que menos le importa es aliviarse el intestino, si de todos modos tiene la vida endeudada, los crímenes de los que ha sido testigo no le dejan otra cosa más que ponerse en las manos de Dios, aún le tiene tantita fe, gracias a Genaro, porque ¿en quién se sujetan los desesperados cuando no es en el alcohol o los vicios otros que hay? Siempre habrá una oración, un santo, un altar nuevo como testaferro somnífero para los desbordamientos del alma, y ahí se hinca el desesperado para apaciguarse y algunas veces amarrar el dedo rencoroso en el gatillo. Isaías es uno de los que se hinca acariciando el gatillo y suplicando con urgencia sanar las llagas que carga en todo su ser.

A menudo despierta a mitad de la noche con sobresaltos que le han provocado caer de la cama, luego rodar de extremo a extremo para levantarse a vigilar por la ventana, siempre esperando encontrar el peor escenario, policías armados escoltando la casa o a saber qué maña protegiendo o ajusticiando; después de asegurarse de que la zona está limpia, se pone un cigarro en la boca, lo enciende, da el primer golpe y suelta la bocanada de humo arrojando en ella un suspiro directo al cielo, preguntándose dónde jodidos está Genaro, su hermano menor al que desaparecieron un año atrás, de éste no se sabe nada, y qué pudo ser porque en algo andaría metido. Eso mismo piensa él también, pero no se lo explica; Genaro cursaba el último semestre de enfermería, era o es brillante y muy acomedido. Algunos han comentado a voz bajita que debió ser un ajuste de amores, que por puto. Eso también le resquebraja el cerebro a Isaías todas las noches. Después de terminarse el cigarro, se limpia el miedo y las interrogantes que le brotan del alma y es cuando le llegan unas agruras tremebundas que le perforan el esófago, y recuerda a su hermano Genaro como enfermero curándole esos dolores.

El Ejecutador Telefónico

Isaías también piensa que todo es cuestión de voluntad, pues desde hace unos meses se propuso no involucrarse en más asesinatos, así que solicitó al jefe que lo regresara a su antiguo puesto, Ejecutador Telefónico, es decir, quien llama a la familia del secuestrado para negociar, presionar, o bien, dar el fallo; esto último es una etapa que el jefe quiso innovar en su forma de trabajo: ya cuando el secuestrado no tiene posibilidades dignas de sobrevivir, el Ejecutador Telefónico debe hacer una llamada informativa a la familia donde se le da el pésame y se le avisa que baje la guardia, que ya deje de ahorrar o movilizarse, porque las víctimas provocaron un error operativo y ya nada se puede hacer. El jefe piensa que es demasiado duro dejar a las familias con las puertas de la esperanza abiertas para toda la vida. La incertidumbre y el desconsuelo son sosegados con esta llamada. También se les ofrece la oportunidad de recuperar el cuerpo de su ser querido para su santa sepultura. La dinámica para entregar el cuerpo es prácticamente igual a un rescate, pero sin recompensa; generalmente son arrojados en las periferias o matorrales a mitad de la noche, a veces hasta negocian con los familiares la zona de entrega, los dejan con ropa limpia y envueltos con una sábana blanca y una veladora. Los familiares finalmente agradecen grandilocuentemente este gesto, lo que la gente quiere es que se los regresen aunque sea en cachitos o en partes pero es necesario tocar y percibir por última vez esa carne, ese olor que ya es de muerto, pero es su muerto. Esperar el cuerpo del arrebatado, el desaparecido, el ausente, es también un poco el asesinato de un dolor que parecía interminable, porque ya es un muerto al que podrán aventarle una flor o un rezo. No importa que sea un muerto, pero no es más un ausente. Este acto a Isaías lo colma de misericordia, si bien en este puesto el satisfactorio sueldo le merma un poco, su tranquilidad se reivindica. Además, ese extra era utilizado para pagar la escuela de Genaro, por el momento ese gasto está truncado, como la vida de su hermano, como muchas vidas de las que él ha sido testigo.

Detrás de esa misericordia que se le engancha en el corazón, piensa que sería lo más justo que hicieran en determinada situación con su hermano, pero la historia es diferente, piensa Isaías, si de menos tuviera una llamada, un insinuante rescate, algo para alimentar la rabia de diferente manera.

Trabajo en equipo

Esta labor es realizada con técnicas intelectuales y logísticas de primer nivel, tarea que corre a cargo del mismo Ejecutador Telefónico en coordinación con los matones y el chofer, el jefe sólo asiente o niega la estrategia, pero como siempre, a Isaías le sobra imaginación y sagacidad para este trabajo. El jefe nunca ha objetado sus planeaciones, sin embargo hace poco existieron algunas fricciones, cuando le tocó planificar el rescate de la niña Pamela Iriarte. Este secuestro fue de lo más sencillo y pueril, la niña de alrededor de nueve años puso nula resistencia a subir a la camioneta e inmediatamente ganó la confianza de Artemio y Carlos. El jefe se percató de la fragilidad de sus muchachos y pidió a Isaías liderar el trabajo, menos consideraciones y regalos para la niña fue lo primero que se acordó. Isaías es un maltrecho en el amor, mal encarado y sin piedad, su mente le replica ideas y estrategias de secuestros como una ametralladora, no cree ni confía en nadie que no sea Dios y el Omeprazol.

Desde la primera llamada de soborno Isaías supo la suerte de la niña, comprendió al instante el por qué fue tan fácil la ejecución del secuestro; bajo el tono intimidador donde se le informaba al familiar del secuestro de la menor, había una historia perturbadora, triste. El señor Iriarte no replicó en lo mínimo por la cifra exorbitante, no hubo llantos, neurastenia ni súplicas; un ambiente tan inmutable que llenó a Isaías de desconcierto. Para el jefe, quien ve estas actividades como un modelo de negocio, no es común ni mucho menos bueno, que el cliente acceda a la primera propuesta. Isaías considera que ante el dolor y el aturdimiento de una situación así, demasiada mesura y tranquilidad no es normal, por eso instan al estrés y el pánico; y el padre de la niña respondió con una parsimonia y una sutileza incomprensible. Luego al observar la conducta de la niña se dio cuenta de todo: «en esa familia les sobra estatus pero les falta médula». Eso fue lo que Isaías informó al jefe. Éste no entendió lo que quiso decir, sólo comprendió el enojo y la tristeza en el tono de su voz.
Para la tarde, el jefe había encargado un pastel de chocolate y un cuadernillo para dibujar; la niña hambrienta agradeció el regalo e hizo un dibujo para cada uno de los de la banda, a todos los dibujó con características graciosas y tiernas, al grado de que el jefe lo pinchó en su corcho de noticias y notas importantes que tiene frente a su escritorio.

Tan sólo habían pasado dos días y la niña ya iluminaba la sombría bodega, Pamela ayudaba a Isaías a cambiar las ofrendas y veladoras a los santos y hasta lo nombraba por su nombre, Isa, le decía, como lo llamaban en su infancia. Este acto llenó a Isaías de una sensación hierática que lo forzó a realizar otra llamada, sobornando nuevamente a la familia, esta vez no tuvo piedad ni elegancia en el discurso, exigiendo una suma estratosférica, ni siquiera él mismo sabía si existía tal cantidad de números. El señor Iriarte accedió de inmediato limitándose a negociar fecha y lugar de entrega. Isaías confundió la confrontación y el diálogo se convirtió en un reclamo meramente romántico, Isaías se escuchaba patético, verdaderamente bifurcado entre la serenidad del padre y la dulzura de la niña. El abatimiento se le duplicó cuando el señor Iriarte le contestó ya con un poco de exaltación: «¡regrésenme a mi hija con bien y cuanto antes, la señora se está volviendo loca y yo tengo un viaje importante detenido por ustedes, hijos de la chingada!». Varias veces había tenido que aguantar las mismas agresiones y aún más fuertes, con justicia, él mismo lo reconocía. Mientras tanto, la niña se veía tan elocuente lejos de ellos, lejos de todo, secuestrada del mundo; la niña parecía estar iniciando un mundo diferente.

Cuento “Omeprazol y tantita fe” de Maribel Castorena, parte de la Antología Lados B, (Nitro Press), © 2018. Cortesía otorgada bajo el permiso Nitro Press.

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