¿Prohibir o solo advertir?
En los últimos años, una misma inquietud se ha repetido en distintos espacios de mi vida: en los pasillos de las universidades de todo el país, en conversaciones con madres y padres de familia, y también en casa. Tiene que ver con nuestras hijas y nuestros hijos, con la forma en que están creciendo y con el mundo —cada vez más digital— que habitan.
Australia decidió prohibir las redes sociales a menores de 16 años. Europa discute medidas similares. España avanza hacia restricciones más severas. Francia exige autorización parental antes de los 15. No se trata de una moda ni de una reacción exagerada: el mundo democrático comienza a revisar, con seriedad, el papel de las plataformas digitales en la salud emocional de niñas, niños y adolescentes.
La pregunta para México es inevitable: ¿qué debemos hacer nosotros? ¿Prohibir, regular… o seguir solo advirtiendo?
Durante mucho tiempo optamos por la salida más cómoda: advertir. Pedir “uso responsable”, recomendar límites de tiempo, delegar en las familias una tarea que hoy compite contra sistemas diseñados para capturar atención, provocar dependencia y retener usuarios el mayor tiempo posible. Hoy es necesario decirlo con claridad: advertir ya no alcanza.
La evidencia científica es contundente. Jonathan Haidt, en “La generación ansiosa”, documenta cómo la expansión de los smartphones y las redes sociales coincide con un aumento abrupto de ansiedad, depresión y trastornos del sueño en adolescentes. Pero más allá de las gráficas, basta con observar lo que ocurre todos los días: jóvenes más ansiosos, más solos, con mayores dificultades para concentrarse y vincularse.
Decirles “tengan cuidado” mientras los dejamos solos frente a un algoritmo es como advertirles que no se acerquen al fuego… y luego retirarnos del cuarto con una fogata encendida.
Las redes sociales no son espacios neutros. No son plazas públicas ni patios escolares. Son mercados que compiten por el tiempo mental de las personas. Sus algoritmos no distinguen fragilidad emocional ni contextos de vida. No están diseñados para cuidar, sino para retener.
Ante este escenario, algunos países han optado por la prohibición. Esa decisión puede tener sentido en ciertos rangos de edad, cuando existe evidencia clara de daño y no hay aún herramientas emocionales suficientes para enfrentarlo. Pero prohibir sin más, también puede empujar a la clandestinidad digital y reducir las posibilidades de acompañamiento y cuidado.
Por eso el debate no puede reducirse a un falso dilema entre prohibir o permitir. México necesita regular de verdad. Regular significa verificar edades, limitar algoritmos adictivos, restringir prácticas invasivas y exigir entornos seguros para la infancia. Significa, también, educar en pensamiento crítico, salud mental y alfabetización digital desde la escuela.
La infancia no debería ser un experimento tecnológico a escala global. No deberíamos esperar a que las cifras confirmen lo que ya vemos en casa, en las escuelas y en las universidades. Proteger no es censurar. Cuidar no es prohibir por miedo. Es asumir, como sociedad, que hay etapas de la vida que merecen algo más que advertencias. Merecen presencia, reglas y responsabilidad adulta.
Twitter: @rvillanueval