La Universidad en tiempos de crisis
A Carlos Correa Ceseña
Un buen discurso ilumina el espíritu de su tiempo, articula tareas por delante y exalta la imaginación y el entusiasmo. Precisamente eso es lo que hizo Raúl Padilla López (1954-2023) el primero de abril de 1989, al tomar posesión como rector de la Universidad de Guadalajara. Reeditado el pasado 12 de octubre por la Editorial Universitaria —en una colección que incluye discursos de Enrique Díaz de León, Irene Robledo y Karla Planter—, la alocución del rector Padilla amerita una relectura cuidadosa.
“Tengo plena conciencia de que vivimos una época difícil”, dijo Padilla. En efecto, la Universidad atravesaba tiempos de crisis. “En las crisis se prueban los hombres y las instituciones. Aun los más lúcidos dudan y vacilan; aun las instituciones mejor cimentadas se cimbran y se agrietan. No obstante, las épocas de crisis son también terreno fértil para audaces aprendizajes colectivos e institucionales. Son tiempos para revalorar el pasado, estudiar el presente y proyectar el futuro que queremos”. Estas palabras resultan aún inspiradoras, pues nuestra época difícil también nos exige “enlazar tradición y cambio”.
En 2025, campea una fiebre tecnológica y una manía por “innovar”, pero a menudo se olvida que ni todo lo nuevo es bueno, ni todo lo viejo obsoleto. Si se trata de innovar por innovar, ¿por qué no reemplazar de una vez a los profesores con máquinas impersonales, y a la conversación ilustrada con el uso de la inteligencia artificial? ¿Qué quedaría de la idea de universidad?
Para afrontar con éxito los desafíos del presente, lo que hay que hacer es articular síntesis creativas entre lo viejo y lo nuevo y enlazar nuestra rica tradición humanista —que comienza con fray Antonio Alcalde y se extiende vigorosamente hasta nuestros días— con el cambio tecnológico actual.
La idea de universidad sigue teniendo su razón de ser, pues es “una de las más altas expresiones de la sociedad civil”. Para cumplir sus fines (“[l]a reflexión, la crítica y la autocrítica”), requiere “la más completa independencia y libertad”. Hoy no debemos dejar de honrar esos principios y promover “la independencia crítica de las universidades”. Porque “[l]a función del gobierno es ejercer el poder en beneficio de la sociedad”, y la función de la universidad es “el ejercicio de la razón, la discusión y la crítica”.
Por ello, el espacio idóneo para discutir los proyectos políticos —en el sentido noble de la palabra— son las universidades públicas: “A pesar de sus múltiples problemas, son las universidades públicas las que por su carácter de instituciones abiertas, están llamadas a cumplir un papel estratégico en la definición del proyecto de país que queremos”. Dicho de otro modo, sin universidad pública de calidad, no hay sociedad moderna, plural ni democrática.
Ya en 1989 reconocía el rector Padilla que “[p]adecemos, en cierto sentido, una enfermedad de crecimiento”. ¿Qué decir de la Universidad actual, de más de 300 mil alumnos? El mayor desafío a que se enfrenta es aumentar la calidad educativa, pues, como dijo hace poco la rectora Planter en su toma de protesta, “de nada sirve admitir estudiantes a la Universidad si no garantizamos que concluyan adecuadamente su formación para que alcancen su éxito profesional y humano”.
Si bien es cierto que en estos años ha habido transformaciones mayúsculas, la labor sigue siendo la misma que en 1989: “revalorar el quehacer intelectual y a los académicos mismos”. Sin embargo, a veces apreciamos más, dentro y fuera de la universidad, a factores extraacadémicos que a profesores y estudiantes: el corazón de una universidad. Recordemos, pues, que la administración universitaria es un medio para la vida intelectual y el cultivo de las ciencias, las artes y las humanidades; y que ésta ha de “subordinarse en todo momento a la lógica académica y no al contrario”.
“Hoy, como siempre, el destino de la educación es el destino de la nación”, concluyó el rector Padilla. Su generación estuvo a la altura de su tiempo. ¿Lo estará la nuestra? ¿Nos atreveremos a ejercer en libertad las actividades esenciales del espíritu universitario: hacer uso de nuestras facultades críticas, discutir con apertura entre nosotros, razonar con inteligencia?