"Vida en Nueva York" (Parte I)
El tío Bernardo siempre afirmó que su máximo deseo era volver a vivir a México y nunca pudo lograrlo, esencialmente porque nunca pensó en hacerlo, aunque hay que decir que no había tampoco ninguna razón para volver; de hecho no recordaba por qué había emigrado, y menos a los Estados Unidos, donde no le gustaba la comida ni hablaba una palabra de inglés.
Sin embargo hasta donde se acordaba fue a dar a Nueva York porque le juraron que esa ciudad era municipio de Yahualica y a él le gustaba mucho una salsa picante que fabricaban ahí. Por lo que cuando supo que estaba allá, él fue el primer sorprendido. Casi se muere del susto cuando se enteró. Eso pasó hace más de cuarenta años, sigue allá y todavía está sorprendido, tanto que su primer acto matutino es preguntarse qué carajos hace ahí.
El tío tendría al llegar a la Babel de hierro como veinte años, se autodescribía como de mediana estatura, ya que decía medir 1.70 aunque toda la gente decía que no pasaba del 1.60, o sea que no entraba en las estadísticas oficiales, tenía nariz aguileña, cejas de gusano barrenador, bigote tupido de esos denominados como de aguacero y una innata capacidad para decir idioteces, lo que hacía con una seguridad impresionante.
Por aquel entonces Bernardo era de complexión delgada, aunque ya para entonces lucía una pancita que después fue evolucionando hasta que desarrolló y formó una monumental panza que parecía un gran cesto de tripas. Aunque él se enojaba cuando se lo decían, ya que afirmaba que no era gordo, sino que estaba inflamado a golpes que le propinaba su media naranja, golpes concentrados, ya que su mujer era chaparra y por eso sólo lo golpeaba ahí. Tenía nariz recta y cierto aire de galán de pueblo chico, un caminado medio nosécómo y conforme a los tiempos en que vivía usaba un copete tipo Elvis, no lavaba los jeans y usaba lentes oscuros hasta en lo oscuro.
Siempre se dolió de no ser guapo, eso sí que le dolía ya que decía que la guapura era la sal de la vida, nada se compara con la belleza: ni la riqueza ni la fama ni el valor de los guerreros ni los héroes deportivos ni los prohombres de la patria. Y como muestra, con gran pasión y emoción, narraba una historia que se contaba por el año ciento treinta y dos de nuestra era: realizaba un viaje por el Nilo el emperador Adriano y entre la bola de barberos y gorrones acompañantes estaba el efebo Antinoo, de gran belleza física. No se sabe cómo eran sus facultades intelectuales y la verdad decía el tío que a nadie importaba cómo pensaba el joven, ya que lo más probable es que no lo querían para debates.
Según Bernardo lo tenían dispuesto ahí como carne para los leones.
@enrigue_zuloaga