Qué vaciado
Un país vaciado. Qué vaciado, podríamos exclamar según las particularidades del español que hablamos en México, o sea: qué simpático, hasta divertido. Y lo es, ese ser “vaciado” sostiene la vida cotidiana a contrapunto de lo antipático y desagradable que también cotidianamente es el país, por la violencia, por la impunidad y por el miedo que exige precaución, la que hay que poner por delante al emprender muchas actividades ordinarias: usar una carretera, salir una noche cualquiera por cualquier cosa, ir de día de campo o que los jóvenes vayan de fiesta; desagradable por la corrupción, por la hilera sin fin de malos gobernantes, por la desigualdad, la justicia muchas veces nomás accesible a quien puede pagar.
Un país vaciado. Vaciado de democracia, podríamos lamentar, según otra de las acepciones de vaciar. Vaciándose de libertades y derechos; vaciándose desde la clase política de los residuos de decencia, de respeto a la ciencia y la técnica imprescindibles para resolver problemas, de la política a la falta de agua y también su exceso. También desde las autoridades, y el ejemplo cunde, vaciándose de las verdades compartidas y llenándose de embustes dichos con descaro a escala nacional. Vaciándose de todo esto a contrapelo de lo que día a día la gente aporta para mantenerlo lleno de lo bueno: trabajo, solidaridad, tradiciones vivas, anhelos colectivos por la justicia, por la verdad, por el respeto y por la posibilidad de divertirse sin que medien los temores que imponen la percepción de inseguridad y la desconfianza generalizada.
Qué vaciado país. Se aproxima el Mundial de Futbol y a despecho de la historia y de la miseria que es ese deporte practicado y gestionado por los profesionales de por acá, mucha gente hace cuentas y se imagina a la selección nacional jugando entre las mejores del mundo, muy vaciado: como si la inminencia de la desilusión fuera el fin buscado. Sí, es vaciado que viendo los resultados del gobierno federal pasado y los que el actual va entregando, las encuestas apunten alta la popularidad del ex presidente y de la Presidenta, al tiempo que las mismas y los mismos encuestados son capaces de reconocer que la economía no va tan bien, que la seguridad pública está francamente mal y que la corrupción, a pesar de lo tanto que quieren a López Obrador, a Claudia Sheinbaum y a sus secuaces, se pasea rozagante, y si les preguntan, reconocen que no se hace tanto por combatirla. Es vaciado que a pesar de los pesares digamos con el pecho henchido y la barbilla enhiesta: como México no hay dos, tal vez por lo ya dicho: porque después de todo, México es bien vaciado.
Tan vaciado que los corridos laudatorios de criminales vigentes son cantados a todo pulmón, recorren toda la sociedad como si fuéramos incapaces -quizá lo somos- de aceptar que la angustia que padecemos y el horror diario que producen los asesinatos, el hallazgo de fosas llenas de bolsas con partes de cuerpos humanos, las noticias de miles de familias buscando a sus desaparecidos, tienen que ver con ésos que sin rubor, a través de la música, hacemos parte de las fiestas, de los recitales y de la idea colectiva, aspiracional, que damos al valor, al dinero, a las mujeres, puestos al servicio de la ley del delincuente más violento. Qué vaciado, como nosotros no hay dos.
Tan vaciado país que lo poco que había de Poder Legislativo y de Poder Judicial lo extrajimos a fuerza de democracia; si es que hacemos nuestra la idea de democracia que el autoritarismo rampante pretende imponer: el país más democrático sobre la Tierra se puede dar el lujo de llenar el Congreso de la Unión y los de tantos Estados, la Corte, los tribunales y los juzgados, de incompetentes sometidos al poderoso más cercano a su corazón y a su bolsillo. Todos perfectamente inútiles si la idea sigue siendo formar una república que acote con contrapesos los poderes personales en favor de la libertad y los derechos de las personas. País vaciado de ciudadanas y de ciudadanos de los que ejerzan como tales al decidir quién debe gobernarlos y cómo, y que, no obstante, son feroces en las redes sociales, libres en el anonimato que provee la masa instalada en la plaza digital; la libertad al extremo, aunque ésta también ya comenzó a ser vaciada: molesta a las políticas, a los políticos que se solazan humillando ciudadanos que deben ofrecerles disculpas por haber empleado su libertad.
Un país tan grande, más de doscientos años de irlo llenando y, como sucede ahora, de repente salían personajes que, con cubetas de intolerancia, de tiranía, de sólo mis ideas valen, lo vaciaban. Y a recomenzar el llenado. Conviene rellenarlo de estado en estado, tal como en los albores de la impecable y diamantina patria (López Velarde) Jalisco le echó galones y galones de republicanismo federal; además toca el turno de que el estado se empeñe en el vaciado del Poder Judicial según el mecanismo que pergeñó la cuarta transformación y que aplicó la succión máxima en la reciente elección de personas juzgadoras: en la oquedad resultante resuenan las palabras justicia, independencia, autonomía, con un eco que las distorsiona; lo vaciado es que el Poder Judicial de Jalisco está casi vacío y de todos modos hay quienes en el Congreso local están empeñados en calcar la reforma López Obrador-Sheinbaum; o sea, la voluntad constitucionalizada por desertificar la estructura política, democrática y federal de México para que en un régimen que se autoproclama popular, nomás medren los allegados a Palacio Nacional.
Sí, México es un país vaciado, agradable, simpático, amable, al tiempo que es un país vaciado de derechos, de libertades y democracia. Qué vaciado que la alarma por todo esto nomás resuene en una minoría. ¿Qué tanto resuena en Jalisco?