Ideas

¿Pos no que muy modernos?

La instrucción no podía ser más precisa y todos mis pupilos del cuatrimestre que acaba de comenzar aceptaron acatarla. Para optimizar el tiempo y hacer más eficiente el trabajo que a mí se me encomendó dirigir y a ellos se les asignó como materia del currículo académico, en lo sucesivo andaríamos por el camino de la virtualidad para lograr los objetivos propuestos, que consisten en corregir el trabajo final que presentarán para graduarse como licenciados en Medios Audiovisuales.

Durante la primera sesión, que duró apenas el tiempo necesario para tomar lista y explicar brevemente la mecánica de trabajo y evaluación, acordamos que el primer paso a su cargo consistiría en hacerme llegar su domicilio electrónico, para establecer el contacto que mantendremos muy activo hasta el final del año. De tal suerte que, con mi mejor letra, que cada vez más emula a una danza de garrapatas, sobre todo con plumón sobre un pizarrón, anoté, releí y deletreé mi cibercorreo para que con la misma precisión lo anotaran, al igual que algunas sencillas especificaciones que de todas formas y por si acaso, les enviaría como acuse de recibo para que las tomaran en cuenta a la hora de redactar.

El precepto más básico que les impuse fue que me enviaran su contacto con su nombre real, porque eso de andar decodificando cuál de todos en la lista podría ser “Chiquibaby 92” o “Pelusfighter” para ponerles asistencia, es un reto para el que todavía no estoy capacitada. Del mismo modo, y tan clara como puedo ser cuando me propongo ser clara, enfaticé que sus envíos debían presentarse como documento de Word, no PDF, sin fotogramas y nunca desde la dichosa Nube, porque dificultan la intervención correctiva y desgracian el regreso a su emisor.

A juzgar por el entusiasmo que les provocó trabajar con las herramientas de las que no pueden prescindir, ni siquiera cuando van caminando o están desayunando, di por sentado que la medida había sido más que bienvenida y me alegré de haberla implementado, aunque después me quedé pensando si el júbilo expresado no habría sido, más bien, porque no tendrían que presentarse a una clase en un horario determinado.

Como haya sido, supuse que al llegar a casa encontraría que mi cibercorreo, habitualmente raquítico de mensajes personales, había engordado sustancialmente con la comunicación de los 42 estudiantes a mi cargo y me dispuse a darles inmediata contestación para no enfriarles el buen ánimo y anexarles el instructivo prometido. Así fue que, cuando el reloj estaba por marcar las once de la noche, y yo ya estaba dudando seriamente si habría sido lo suficientemente clara en la indicación, a mi correo llegó una vistosa misiva en PDF de “Lowjack”, que asocié de inmediato con un anuncio de alarmas automotrices, pero nunca con el alumno que no pude identificar en la foto adjunta.

En la siguiente oportunidad que tuve de encontrar a varios de ellos deambulando por las instalaciones escolares, quise indagar el motivo de su desapego didáctico, solo para enterarme de que, al que no se le olvidó enviarlo, cuatro días no le alcanzaron para hacerlo; el que lo hizo dos días después, no había checado su correo para encontrar respuesta y cuatro más lo turnaron al correo de un individuo que tuvo la decencia de responderles que se habían equivocado de destinatario. A una semana de haber arrancado con el operativo, en los términos que mejor les acomodaron, por las vías que dominan a la perfección, a su óptima conveniencia en calendarios y horarios, es hora que ni siquiera he conseguido descubrir quién diablos es “Lowjack”.

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