Por qué nunca sabremos la verdad
En su primera reacción, tan previsible como, creo, sincera, sobre el asesinato del ex gobernador Aristóteles Sandoval, un dolido Enrique Alfaro se comprometió, como un asunto personal, a esclarecer el terrible hecho y a hacer justicia. Me temo que, como suele suceder en estos casos, por varios motivos nunca sabremos toda la verdad, pues a ninguno de los poderosos les conviene que se sepa realmente qué pasó. Me explico.
Estamos ante un suceso que, por las formas y el contexto, presumiblemente tiene que ver con crimen organizado. Si esto es así, revelar los motivos del asesinato implica mostrar también toda la trama de relación entre los poderes Ejecutivo y Judicial en tiempos en que Sandoval Díaz era gobernador con los diferentes cárteles que operan en el Estado. No estoy diciendo que existiera algo ilegal o perverso, vamos a suponer sólo como hipótesis de trabajo que todo se dio dentro del marco de la legalidad, pero necesariamente hubo decisiones que afectaron o beneficiaron a uno u otro grupo. Develarlas no haría sino poner en evidencia la fragilidad del Estado frente al crimen organizado, y eso no va a suceder.
En las redes ya hay todo tipo de especulaciones sobre el asesinato, desde las más absurdas que apuntan a un maquiavélico plan para desestabilizar el gobierno de Alfaro hasta las más catastrofistas que quieren ver en este evento la señal inequívoca de una narcoestado.
Si las investigaciones llevaran a otro tipo de hipótesis, más de carácter personal, tampoco nos vamos a enterar lo que realmente sucedió. En este tipo de casos la tendencia a proteger la vida personal de la víctima es lo normal. La forma en que la Fiscalía informa sobre casos donde se involucra la vida personal de un ciudadano común deja aún mucho que desear, salvo claro, que se trate de personas con alto nivel de conocimiento. En realidad, el respeto a la vida privada de todos debería ser cuidada con el mismo sigilo tratándose de un personaje público que es cualquier otro ciudadano, pero desgraciadamente no es así.
La tercera razón por la que nunca sabremos la verdad tiene más que ver con un asunto de credibilidad de las autoridades y una desconfianza que raya en lo enfermizo de parte de la sociedad: digan lo que digan, no les vamos a creer. Así ha sucedido con todos los asesinatos de alto perfil, desde el cardenal Posadas o Colosio pasando por Ruiz Massieu o el propio ex gobernador de Colima, Silverio Cavazos, por citar un ejemplo similar. Me temo que en este caso no será distinto.
Ahora sí que, como el título de la novela de Daniel Sada: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe. Más dispuestos a creer que a pensar o a analizar información, en las redes ya hay todo tipo de especulaciones sobre el asesinato, desde las más absurdas que apuntan a un maquiavélico plan para desestabilizar el gobierno de Alfaro hasta las más catastrofistas que quieren ver en este evento la señal inequívoca de una narcoestado.
La verdad es que nunca sabremos la verdad.
diego.petersen@informador.com.mx