¿Por qué EU golpea a sus aliados?
En los últimos días, la administración de Donald Trump ha anunciado la imposición de aranceles del 30% a las exportaciones provenientes de México, Canadá y la Unión Europea. En cartas dirigidas a sus homólogos, el presidente estadounidense ha reforzado su estilo de negociación basado en la presión y el desgaste progresivo, como parte de una estrategia que lleva meses en curso.
No se trata simplemente de disputas comerciales. Canadá. Europa y más recientemente México han sido los principales aliados de Estados Unidos. Las relaciones que se han tejido con estas naciones van mucho más allá del comercio: conforman bloques estratégicos de seguridad, cooperación tecnológica y flujos financieros que han sostenido el orden internacional surgido tras la Segunda Guerra Mundial. Organismos como la OTAN, la Unión Europea y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, al igual que las instituciones y prácticas financieras internacionales que surgieron tras el Nixon Shock, que liberó la cotización de divisas e impulsó el comercio global, son expresión de este entramado de integración y corresponsabilidad.
Sin embargo, el gobierno de Trump ha optado por revisar de forma radical este sistema. Ha exigido a sus socios de la OTAN un mayor gasto militar para reducir la carga estadounidense, ha recurrido a aranceles como forma de presión política, ha limitado el libre comercio; ha intensificado el uso de medidas financieras punitivas como instrumento de poder global y ha dejado jugar una cierta debilidad del dólar.
La gran pregunta es: ¿por qué golpear precisamente a los aliados más cercanos cuando la principal disputa geopolítica está claramente situada en la competencia con China? La respuesta podría encontrarse en una visión ideológica que gana terreno en ciertos sectores de la derecha estadounidense: la idea de que Estados Unidos debe restablecer su dominio político e ideológico comenzando por su propio hemisferio y por sus aliados históricos. No basta con la supremacía comercial o militar; se trata de imponer también una visión conservadora sobre temas como migración, soberanía, género e inclusión, donde naciones como México, Canadá, Francia o Alemania han mostrado resistencias importantes.
México, pese a su democracia aún joven, comparte con Canadá y varias democracias europeas una identidad nacional sólida y un marco institucional que, con todos sus retos, apuesta por el pluralismo y la inclusión. Es precisamente este perfil el que choca con las pulsiones más autoritarias del trumpismo, y lo que convierte a estos países en blancos de presión, no por lo que representan en términos económicos, sino por lo que simbolizan políticamente.
Actualmente están en marcha negociaciones entre Estados Unidos, México, Canadá y la Unión Europea, y se ha fijado el 1 de agosto como fecha límite para alcanzar un acuerdo antes de que los aranceles entren en vigor. En el caso de México, las conversaciones no sólo abordan temas comerciales, sino también aspectos de seguridad, cooperación judicial y relaciones diplomáticas. No es casualidad que los últimos días hayan coincidido con la reactivación de procesos judiciales contra líderes del narcotráfico, algunos de los cuales han pactado con el Departamento de Justicia estadounidense a cambio de reducir sus penas.
Todo indica que esta negociación podría abarcar de manera simultánea los temas más sensibles para México: economía, seguridad e institucionalidad democrática. Lo que en el pasado se llamó “la enchilada completa” —una reestructuración integral de la relación bilateral— parece estar sobre la mesa. Algunos actores del lado estadounidense, conscientes de la complejidad del momento, han comenzado a articular una visión más integral, alejándose de una lógica fragmentaria centrada en disputas sectoriales.
En este contexto, la atención pública se centrará tanto en los resultados de la negociación como en los movimientos colaterales del sistema judicial estadounidense, que han generado múltiples especulaciones. A ello se suma un entorno económico internacional marcado por la desaceleración, que aumenta la presión sobre todos los gobiernos involucrados y vuelve más urgente alcanzar acuerdos que aporten certidumbre.
Estamos, probablemente, en la antesala de un reacomodo estratégico entre Estados Unidos y sus aliados más cercanos. Y aunque los métodos de presión utilizados por Washington resulten agresivos, también abren la posibilidad de rediscutir los términos de la alianza en un mundo que cambia rápidamente. México está ahora incluido en este círculo de aliados cercanos a los que se trata de influir con mayor determinación. La historia reciente muestra que los ataques entre aliados no siempre destruyen vínculos: los redefinen.