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Paseando por Vallarta

Era y sigue siendo paseo obligado recorrer la Avenida Vallarta, sin duda una de las más hermosas de la ciudad. Sus preciosos chalets afrancesados, su fronda, las anchas banquetas y el camellón que separaba antaño sus cuatro carriles de circulación merecen un recuerdo y, claro, todavía resulta placentero recorrerla, aunque ya no se aprecia en todo su esplendor porque no puede uno circular con la parsimonia de antaño, además de que volvió de un solo sentido: de Oriente a Poniente.

Vamos por partes. La antigua calle Juárez se transformó en avenida cuando se decidió ampliarla entre los años de 1947 y 1948. Se superó el obstáculo que significaba, por una parte, la Compañía Telefónica en la esquina con la calle Donato Guerra, gracias a la sapiencia del ingeniero Jorge Matute Remus, y otro más que era la antigua Penitenciaría de Escobedo, que estaba en lo que ahora es el Parque de la Revolución, en el cruce de la Avenida Vallarta y la Calzada del Federalismo.

Tendríamos en nuestra Noble y Leal una avenida similar a la Avenue des Champs-Élysées en París o al Paseo de la Reforma en la Ciudad de México, es decir, una rúa amplia, con grandes banquetas, camellón central, árboles frondosos, casas de estilo francés y, por supuesto, las familias adineradas -y otras no tanto- disfrutando del paseo a bordo de sus carruajes, carretelas, chispas, calandrias y algunos coches de Providencia.
Pasaron los años, y con los primeros automóviles no cambió la costumbre y el paseo ahora se hacía en vehículos automotores; las banquetas seguían siendo anchas, los árboles cobijaban bajo su sombra a los paseantes, los chalets cada vez más hermosos y se puso un camellón central para separar los carriles.

La circulación era doble y en el camellón central se colocaron unos enormes macetones de cantera llenos de flores, rosas principalmente, que aumentaban la delicia visual del paseo.

En esa época, hablo de los sesenta del siglo XX, la Casa de Gobierno estaba justo por la avenida Vallarta esquina con la calle Progreso; sin duda muchos de ustedes recordarán ese edificio hermoso de cantera, donde ahora se encuentra una hamburguesería. Antes de trasladarse al lugar que ocupa hoy por la avenida Manuel Acuña, allí estaba la Casa de Gobierno. A mí me parecía mucho más hermosa que la actual, pero ya saben que en gustos se rompen géneros.

Los visitantes a nuestra ciudad quedaban asombrados de la enorme cantidad de rosales que daban colorido y olor a esa importante vía citadina; con razón se le dio en llamar “La Ciudad de las Rosas”.

Ya entrados los sesenta y en el transcurso de la década de los setenta, adelantito de Los Arcos, frente al jardín, a mano derecha en dirección al poniente, estuvo muchos años una heladería muy famosa: “Helados Bing”, fundada por el señor Adolf Horn.

Recuerdo que en esa misma avenida Vallarta, colindante con la glorieta donde se encuentra la Minerva, estuvo por un tiempo Danesa 33, otra compañía de helados que, sin embargo, no tuvo el éxito del negocio del señor Horn.

En lo que hoy ocupa un edificio de departamentos y centro comercial, en la esquina de avenida Vallarta y Yaquis, estaba la planta de la Coca-Cola, un edificio sobrio y funcional con enormes ventanales donde podíamos apreciar el carrusel donde se envasaban los refrescos y a donde, en más de alguna ocasión, fuimos llevados de mi escuela de visita para conocer el proceso de limpieza, producción, llenado, envasado y almacenaje de esa marca de refrescos, en una de las experiencias más aleccionadoras de mi infancia.

No podía pasearse por la avenida Vallarta sin detenerse en la glorieta Minerva; los vehículos quedaban estacionados a su alrededor; muchos papás llevaban a sus hijos a pasear con sus bicicletas, los patines del diablo, o simplemente a caminar, ver las fuentes, mirar el atardecer, admirar esta bella escultura de la diosa Minerva y comprar morelianas, guasanas, helados de cohetito, duros, algodón de azúcar, manzanas cubiertas y pasar una tarde fenomenal.

Circular por la avenida Vallarta también permitía presumir el vehículo recién comprado y, como decían antes, “a tirar rostro”; y los que no estaban de estreno, también ponían la muestra con sus carros limpios y brillantes, que eran fruto de su dedicación la tarde del sábado o de haberlo llevado al “Autobaño Rodríguez”, que estaba en el lugar que hoy ocupa una agencia de automóviles, a una cuadra del centro comercial que tiene una escultura de un elefante donde estuvo la Casa Loyola.

La Avenida Vallarta terminaba justo donde estaba la embotelladora mencionada, y allí iniciaba la carretera a Nogales, por donde salíamos los fines de semana al balneario “La Primavera” de don Constancio Casillas, donde, al igual que “Cañón de las Flores”, alguna vez fuimos de excursión cuando estábamos en primaria.

Como una pequeña línea del tiempo a propósito del recuerdo de esta ocasión, les comparto: el monumento a Los Arcos fue idea del gobernador Silvano Barba González, construidos en el año 1942 por el arquitecto Aurelio Aceves, un monumento de 21 metros de alto; la glorieta de La Minerva se inauguró en 1956, proyectada por el ingeniero Julio de la Peña, durante el gobierno de don Agustín Yáñez; el edificio de la Compañía Telefónica, en Juárez y Donato Guerra, fue movido en octubre de 1950 gracias al proyecto del ingeniero Matute Remus, un edificio de 1,700 toneladas que se recorrió 12 metros hacia el norte para facilitar la ampliación de la avenida Juárez, y finalmente, la Penal de Escobedo, inaugurada en 1845, fue demolida en 1933 para el mismo objeto.

lcampirano@yahoo.com

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