México ante el asedio: política exterior y legitimidad interna
De manera histórica, la relación entre México y los Estados Unidos de América (EU) ha estado marcada por una asimetría estructural en todos los frentes: económico, militar, tecnológico y diplomático. Sin embargo, esa desigualdad ha cobrado una nueva dimensión con el retorno de Donald Trump a la presidencia estadounidense.
Su retórica beligerante y sus acciones unilaterales no son novedad; lo que sí es nuevo y alarmante es la fragilidad de la respuesta mexicana y el repliegue discursivo del Estado frente a los embates sistemáticos del Norte.
En apenas medio año, Trump ha amenazado con imponer aranceles, una y otra vez, a las exportaciones mexicanas. Ha advertido, además, sobre la posible cancelación de vuelos y rutas aéreas, bajo el argumento de supuestas violaciones a normativas internacionales. Como si esto fuera poco, ha intensificado sus agresiones verbales, acusando al gobierno mexicano de estar “petrificado” ante los cárteles y responsabilizándole, de manera reduccionista, por la epidemia de consumo de drogas en su país, especialmente de fentanilo.
Se trata de una política del asedio. No es solo una estrategia electoral republicana, sino una forma de proyectar poder a través de la humillación del otro. La figura del “enemigo externo” ha sido históricamente funcional para regímenes autoritarios o populistas, y Trump ha convertido a México en su blanco favorito. En su lógica binaria y racista, nuestro país no es un socio, sino un factor de desestabilización que debe ser contenido, doblegado y subordinado.
Ante este escenario, sorprende la debilidad de la narrativa gubernamental mexicana, pues, por primera vez desde el inicio de la llamada 4T, el discurso oficial ha perdido la iniciativa y la capacidad de controlar la discusión pública y parece estar generándose por reacción.
Esta situación revela una verdad incómoda: el gobierno mexicano, pese a su amplia legitimidad electoral, muestra la carencia de una estrategia clara, generada desde una visión integral del desarrollo mexicano, frente a los desafíos del entorno internacional. Más aún, se encuentra políticamente solo. En este caso, el colapso de las oposiciones, ventajoso para la construcción de un partido casi único, lleva a la paradoja de que no hay una oposición creíble ni legitimada que pueda fungir como contrapeso constructivo, y que ayude a tejer consensos internos frente a las amenazas externas. La derecha está desacreditada por sus propios errores; mientras que la izquierda crítica ha sido marginada o cooptada.
Lo anterior coloca a México ante la urgencia de construir una política de Estado dirigida a la cimentación de una nueva cultura política y democrática, en la que se acepte que en democracia todos los discursos y visiones, incluidos los de la derecha; porque el reto no es aniquilar esa forma de pensamiento, sino derrotarla con base en la inteligencia y en el despliegue de gobiernos tolerantes, incluyentes y eficaces en la generación del bienestar.
El país no puede responder a las agresiones de Trump desde el aislamiento interno. La polarización política, la desconfianza institucional y la precariedad del debate público solo debilitan nuestra capacidad de acción frente a un vecino abiertamente hostil. Por ello, se requiere que el Gobierno de la República convoque a un diálogo nacional incluyente, que integre a sectores productivos, sociales, académicos y políticos -más allá de simpatías partidistas- para construir una agenda común frente al incierto y convulso contexto internacional.
Este esfuerzo debe estar acompañado por una renovación profunda del pluralismo democrático. No basta con tolerar la disidencia; hay que garantizar condiciones de participación real. No basta con invocar la unidad nacional; hay que construirla desde la legitimidad, la transparencia y el respeto al disenso.
Frente al asedio de Trump, lo que está en juego no es solo la economía o la agenda migratoria; lo que se disputa es en buena medida la fortaleza y viabilidad del Estado mexicano: su autonomía y su capacidad de decisión. Y para defenderla, se necesita mucho más que respuestas coyunturales. Se necesita, sobre todas las cosas, de la buena política, en el sentido más noble y profundo del término.
@mariolfuentes1
Investigador del PUED-UNAM