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Los Soprano

No haré una reseña de la serie, no se preocupe. Apenas puedo empezar a digerirla, y como ocurre con un buen viaje a ponerla en perspectiva lo vivido conforme el tiempo pasa. Había oído por ahí que era la madre de las series y que sin ella, que había dejado la vara muy alta, no habrían sido posibles las otras series a las que también la crítica aclamó años después. 

Así que veinte años más allá del estreno de su primer capítulo (1999), me di a la tarea desde el verano pasado de ver con calma Los Soprano. Perfectamente escrita, impecablemente bien dirigida puedo concluir que a ningún personaje le sobra ni le falta nada y como se dice en el argot del teatro -no se cae- ningún episodio. El ritmo, la música y la soberbia actuación de gran parte del elenco hacen que parezca que uno está leyendo un libro que deberíamos dejar en el buró para consultar de vez en cuando y poder aceptar nuestros más sombríos deseos y más altos júbilos.

Los Soprano es lo más terapéutico que he visto en los últimos años y me ha humanizado no al justificar a una bola de mafiosos y asesinos lidiando con quedarse una y otra y luego otra parte de un negocio ilegal sino al ver a un grupo de niños haciéndose mayores y enfrentando -como pueden- traumas de abandono y abusos que terminaron por germinar para luego convertirse en los mismos verdugos de los que tanto odio recibieron. 

Lo que no se cae en la serie, va más allá del texto y de la dirección y de la enorme producción, lo que no se cae se ve detrás del tema que concierne al personaje principal -Tony Soprano-: la mafia. Detrás del motivo que concierne todos los días al grupo de amigos, socios y familia del líder de la banda de Jersey, hay un seguimiento casi como si fuera una novela de Dostoyevski de los oscuros deseos e impulsos de sus personajes. No hay buenos, no hay malos, hay asuntos de negocio y asuntos familiares que puestos en condiciones similares quizá varios de nosotros -puestos a escoger- tomaríamos las mismas decisiones.

El arte nos invita no a unirnos a un clan de mafiosos sino a aceptar que el camino de la redención propia es el de precisamente aceptar, lidiar y amistarnos con cada uno de nuestros demonios como lo hiciera Tony, pero a la inversa, hacia adentro. La banda que opera desde el “Bing” si en su lugar, vendieran tuercas y tornillos, tendrían que encarar casi toda su vida de la misma manera sin un componente muy importante: el poder que da sentirse superior a los demás, el poder que da hacer algo ilegal y salirse con la suya. 

Sociópatas dirá usted y le daré la razón, enfermos, criminales, adictos cuyas vidas cargadas de nostalgia de la tierra que no los vio nacer pero a la que sienten cierta pertenencia deben su origen, culpan de su destino. ¿Le suena? Por ahí vamos todos, tratando de descifrar la relación con la madre, tratando de bajar del pedestal al padre, tratando de aceptar que aun en el vínculo familiar es posible no sentir lo mismo que los demás, pero que si se trata de hacer negocios, seremos socios y seremos entonces los más leales socios. 

Los Soprano es una lección de humanidad y de belleza porque cada una de nuestras acciones sean crueles u honorables si abrazadas desde la humildad, nos hacen vulnerables y la vulnerabilidad nos rinde fuertes.

En un país donde es muy fácil hacer algo ilegal y sentir que se sale uno con la suya habría que vernos en el espejo de los chicos de Jersey a ver si es que no nos queda más de un saco… extraordinaria, aplausos de pie.
 

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