Ideas

Libros de a diez

Mi abuelo Farah tenía entre sus curiosidades una edición de La Odisea de pasta dura, color verde seco (o simplemente ya descolorido) de las que el secretario de Educación José Vasconcelos había hecho para distribuir masivamente en los años veinte del siglo pasado, hace casi 100 años. El romántico secretario se planteó la hazaña de inundar el país con buena literatura. El proyecto, narra Eugenia Meyer en “Inundar de libros un país”, contemplaba 100 títulos con tirajes de 25 mil ejemplares cada uno de autores como Homero, Esquilo, Sófocles, Platón, Plutarco, Plotino, Dante, Shakespeare, Lope de Vega, Bernard Shaw, Cervantes, Calderón de la Barca, Goethe, etcétera, que se venderían a un peso, el equivalente entonces a un kilo de pan. El proyecto fracasó. Solo salieron 17 títulos de los 100 planteados y al final los dejaban en las bancas de las plazas para que la gente se los llevara, pero nadie se los robaba “yo si me traje uno” recordada mi abuelo entre risas.

Con López Portillo llegó Lecturas Mexicanas, de la mano del gran editor Felipe Garrido, una colección de libros baratos del FCE, y con De la Madrid al frente de la editorial se lanzaron los Periolibros (libros ilustrados en papel periódico) con Adolfo Castañón dirigiendo la colección por citar solo algunos esfuerzos del Fondo.

Regalar o abaratar libros no basta o, dicho de otra manera, no es el libro el que hace al lector sino el lector el que hace al libro. “Sin unos ojos que lo lean, un libro contiene signos que no producen conceptos, y por lo tanto, es mudo”, dice el agudo Guillermo de Baskerville en El nombre de la Rosa de Umberto Eco. Los libros de Vasconcelos se quedaron mudos; el gran reto de Paco Taibo II con la política de libros de a diez es, parafraseando a Eco, encontrar los ojos que los hagan hablar, las mentes que conviertan esos signos en conceptos.

El precio del libro es sin duda uno de los factores que aleja a los posibles lectores. Para muchas familias mexicanas el libro es un objeto de lujo, pero no hay relación alguna entre élites económicas y lectura: una buena parte de los ricos de este país son analfabetas funcionales, no leen, ni en defensa propia, diría mi amigo Pichojos, mientras que gente de menos recursos es lectora gracias a la existencia de las bibliotecas públicas. Sin embargo, es evidente que poner libros a precio accesible sí hace que muchos mexicanos que ya tienen el hábito de la lectura tengan más acceso a los libros. Las ferias para Leer en Libertad que organiza Taibo II desde hace años en Ciudad de México, acercando a los autores y libros a bajos precios a los barrios y comunidades, han sido un fenómeno; llevar esa metodología y multiplicar ese esfuerzo en todo el país puede dar resultados positivos entre los lectores ávidos de hacer que los libros hablen.

Pero abaratar el libro no hará por sí mismo que los mexicanos lean, se requiere una estrategia mucho más profunda que tiene que ver con la educación escolar, la recuperación de las más de ocho mil bibliotecas y con la re-educación de los padres: si los padres y los maestros no leen y no son capaces de contagiar a sus alumnos, los libros de a diez pueden correr la misma suerte que los de a peso de Vasconcelos.

(diego.petersen@informador.com.mx)

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