Ideas

La justicia de piedra, papel o tijera

Mañana, 1 de septiembre, entrará en funciones el nuevo Poder Judicial de la Federación, las ministras y ministros jurarán su compromiso en el senado. Luego harán una sesión solemne de instalación en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y autoridades indígenas y afromexicanas entregarán a los ministros un bastón de mando (si siguen repartiendo bastones de mando, no quedará árbol en pie), tal vez, como se dice popularmente, pa´que el poder amarre, o bien para simbolizar esa otra expresión tan socorrida en un país en el que lo político que no falla es porque ya falló: que dios los agarre confesados. En este tono, escepticismo y sarcasmo, a lo mejor no es estéril delinear el paisaje en el que buscarán a hacer su trabajo.

Codicia. Monólogos. Políticos, mujeres y hombres, que reclaman para sí el dominio sobre el pueblo, sobre la verdad: sumos sacerdotes que creen que les fue dada en exclusividad la interpretación de las sagradas escrituras, sean la Constitución, las leyes complementarias o los conceptos que surgieron de la filosofía, la ética y la política. Generación de gobernantes formada en la lógica “amor es…” política es, democracia es, libertad es, derechos es… lo que a ellas y a ellos les venga bien. Teorías económicas de índole cuántica: mutan al imperio de la mirada que quien controla el erario ponga sobre el cajón del dinero: hay, no hay; graciosamente, la perinola siempre cae de su lado: toma todo. En este hábitat, es casi inevitable que las mentiras desempeñen un rol crucial: se trata de negar cualquier cosa que provenga de quien no es parte de la pandilla, y también, si sirve a los fines del grupo, lo que los mismísimos hechos presenten; al cabo ¿para qué es el poder? Escuchar, para ellas, para ellos, es una especie de claudicación. De la mano de los embustes, los dogmas perdieron lo que acaso tuvieron de atendibles (los rasgos de época, de cierta cultura) y alcanzaron el estatus de necedades, en el mejor de los casos, en el peor: configuran un código, mezcla de moralina, ideología y simulación jurídica, para aplicar el axioma del que parte el particular estado de derecho que estas actitudes fundan cada seis años: que nadie salga con que la ley es la ley, porque la poderosa o el poderoso en turno lo dejaron asentado en el momento que protestaron guardar y hacer guardar… etc.: honran impecablemente su palabra: nadie puede señalar que no guardan y hacen guardar sus códigos personales. Bajo su égida, las realidades de un país diverso y plural se funden en una sola: la que ellos determinan y evalúan.

En 2004, Fernando Escalante Gonzalbo publicó Estampas de Lilliput (FCE), en uno de los capítulos está el siguiente diagnóstico: “Y hay una virtud, llamémosla así, capaz da facilitar esa disposición necesaria [disposición de la gente para, “sin ansiedad ni mala conciencia”, aceptar el “cinismo” y la “desvergüenza” de los políticos]: el resentimiento. Sería posible -y lo digo con toda precaución- que ése fuese el principio moral propio de nuestra forma política.” “El resentido vive en la convicción de haber sido víctima de un despojo irreparable. No es por su culpa que carece de esto o lo otro, ni hay mérito alguno en quienes lo poseen: todo es fruto de una injusticia fundamental, que trastorna el orden natural de las cosas.” “Lo que hace que el resentimiento se ajuste a las necesidades de nuestro arreglo político con tan feliz exactitud es su tolerancia para con el fraude. Una vez asentado, convertido en sentido común, propicia una sólida indiferencia hacia la legalidad y los arreglos fraudulentos de cualquier especie.” “Donde no hay mérito que valga ni regla que merezca aprecio, toda forma de competencia se convierte, tarde o temprano, en un negocio político.”

Las ministras, los ministros del mañana, a partir de mañana, ¿serán parte del “negocio político” sucedáneo de la ética y del estado de derecho? ¿Entienden que llegan a impartir justicia frente a una “sólida indiferencia hacia la legalidad”, especialmente entre la clase gobernante, en medio de “arreglos fraudulentos por doquier”? O será que en ellos el resentimiento no cabe, pues se apegan al principio de igualdad y honran aquello de que la justicia es ciega. Ojalá lleguen sin pesar o enojo por algo, sin resentimiento. Aunque este deseo es mera cortesía: su ascenso, montados en una democracia de oropel, es consecuencia de la codicia de un grupo, del soliloquio en el que éste sigue empeñado, valido de embustes y atenido a una caracterización de la realidad desde los fundamentos morales que, con distintas intensidades, según la bandería de que se trate, atraviesan a la clase política: avaricia, monólogos y falacias.

Los augurios son malos: las ministras y ministras que en términos de la justicia tendrán la última palabra, han privilegiado, para
promocionarse, su origen étnico, su género, su estrato socioeconómico, su fe antineoliberal y ahora: que fueron ungidos por el pueblo. ¿Y sus conocimientos y los principios jurídicos que enarbolan y su experiencia? ¿Sabrán que más allá de cualquier transformación, del piso que sea, la Constitución marca una ruta más amplia que los credos que más que políticos parecen religiosos? Aquélla, en su artículo inaugural, no deja lugar a tergiversaciones: “Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias sexuales, el estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas.” Para que esto sea aplicable, el camino luce arduo: deberán resistirse a la moral del resentimiento; es decir, tendrían que renegar del pretexto que tuvo el morenismo para emprender la reforma al Poder Judicial que en unas horas comenzará a pasar su prueba definitiva, junto con la democracia y el estado de los derechos en el país.

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