Guadalajara y el Mar
José Emilio Pacheco escribió que el mar no tiene comienzo. Comienza donde lo encuentras por primera vez, y te sale al encuentro en cada rincón.
Así es Guadalajara.
No tiene un punto de inicio fijo. No hay un camino predeterminado para descubrirla. Empieza en el momento en que la hallas, y créeme, una vez que la encuentras, te persigue en cada esquina.
Para quienes la visitan por primera vez, el encuentro inicial será tan cotidiano como las torres de la Catedral, con su cerámica amarilla que brilla bajo el sol. Algo único, que no verán en ningún otro lugar del mundo. Esas torres han observado el amanecer de la ciudad durante siglos.
Para otros, el primer abrazo con Guadalajara puede ser la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, ese espacio donde, bajo la sombra de árboles centenarios, los nombres de quienes cambiaron México nos recuerdan el peso histórico de esta tierra.
Quizá la ciudad los cautive en el Hospicio Cabañas, al contemplar el mural de Orozco, el Hombre en Llamas, que es tan vasto y tan poderoso que no cabe en una fotografía. O en el Palacio de Gobierno, donde el Hidalgo incendiado parece saltar de la pared para recordarte que aquí nació el primer México independiente.
Los que no somos de aquí conservamos la memoria de ese primer encuentro como un recuerdo vívido, como la primera vez que te enamoraste en la secundaria. Yo aún recuerdo con claridad dónde estaba cuando vi las torres al atardecer. Y años después, sigue intacto en mi memoria. Avenida Hidalgo.
Después de ese primer momento, Guadalajara te va apareciendo por todas partes.
Te saluda en el Paseo Chapultepec, donde las familias tapatías pasean con una calma que ya casi no se encuentra en las grandes ciudades. Te la encuentras en el Parque Agua Azul, donde los niños corren bajo los árboles que han sido testigos de generaciones de guadalajarenses.
Te sale al paso en Los Arcos de Vallarta, el monumento que marca la entrada poniente de la ciudad y que todos los tapatíos llevan grabado en el corazón. Te recibe en el Estadio Jalisco, donde millones de aficionados han llorado y celebrado durante más de medio siglo.
Guadalajara está en los mercados, donde el aroma de las tortillas recién hechas se mezcla con flores y jugos frescos. En las fondas, donde las señoras te sirven pozole como si fueras su hijo.
Está en las conversaciones informales con extraños que te ayudan a orientarte, en los taxistas que te cuentan la historia de cada calle, y en los meseros que te recomiendan platillos con el orgullo de quien comparte un tesoro.
La encuentras en los atardeceres que tiñen el cielo de naranja y rosa, en la lluvia de verano que refresca y revitaliza la ciudad, en la neblina que sube de la barranca como un susurro de la tierra.
Como el mar de Pacheco, Guadalajara no tiene un comienzo claro. Empieza donde la descubres. Y una vez que la encuentras, nunca te deja. Te persigue, te envuelve, te conquista.
Es el lugar donde ya perteneces.
Bienvenidos, visitantes. Prepárense para ese primer encuentro. Y sepan que después de ese momento, Guadalajara estará con ustedes por siempre.
Como el mar. Como el amor. Como las cosas que no se buscan pero que, sin duda, te encuentran.