Ideas

El legado humanista de fray Antonio Alcalde

A Tomás de Híjar

Una interpretación de la historia de México sugiere que lejos de “conquistarnos” o, como es ahora usanza decir, “invadirnos” y hundirnos para siempre en la miseria y el atraso, los españoles forjaron, para bien y para mal, parte crucial de nuestro país. La historia priista u ortodoxa de México, arraigada en la psyche colectiva, sin embargo, está teñida de rencores, equívocos y complejos: los españoles sólo vinieron a exterminar la población y a apoderarse de nuestras riquezas.

¿Por qué, entonces, se empeñó el Rey Carlos III en convencer al Papa Clemente XIII de enviar a uno de sus mejores clérigos al obispado de Yucatán? ¿Y por qué habría de importarle a La Corona española la educación y salud de los habitantes de la Nueva España? Oriundo de Cigales, un pequeño pueblo a diez minutos de Valladolid, fray Antonio Alcalde y Barriga llegó a nuestro país no para “conquistar” y someter por medio de la religión a los novohispanos. Llegó para contribuir a su bienestar material y espiritual.

El máximo benefactor y filántropo de la ciudad de Guadalajara creó escuelas, jardines, templos e incluso un conjunto de viviendas populares: “Las cuadritas”. Qué vitalidad y vocación de servicio debió de tener para que, nonagenario, el fraile de la Calavera siguiera trabajando activamente por los enfermos, los pobres, los hambrientos y, por decirlo directamente, los ignorantes —como humanista cristiano e ilustrado, Alcalde creía que la ignorancia es uno de los vicios supremos: de allí su fervor educativo—.

Como sabemos, fray Antonio Alcalde fundó asimismo dos de las instituciones más importantes de la Nueva Galicia: el Hospital Real de San Miguel de Belén y la Real Universidad de Guadalajara. No las vería en funciones: murió tres meses antes de la apertura de la Universidad (el 3 de noviembre de 1792) y un par de años antes de la apertura del Hospital (1794).
    
Alcalde representa, junto a tantos otros, un proyecto: la fundación de un pueblo, de una nación compuesta por indígenas —de los más diversos grupos—, españoles, criollos y mestizos. Tan no era hostil este “gachupín” a las culturas del Nuevo Mundo, que aprendió maya para poder hablar con los indígenas durante su obispado en Yucatán. Recordemos que, desde Las Casas y Sigüenza y Góngora, hasta Veytia, Clavijero y Alzate, fueron precisamente clérigos españoles y criollos quienes con más entusiasmo estudiaron, recopilaron y preservaron las lenguas, tradiciones y textos de los pueblos indígenas de nuestro país.
    
Este cigaleño es, pues, tan novohispano —o, mejor, mexicano— como el que más. Por esto tiene bien merecida su efigie en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres. Más que los edificios e instituciones que aun hoy existen en nuestra ciudad, acaso el mayor legado de Alcalde sea una ética: la del servicio en vez del individualismo posesivo; la del espíritu constructivo en vez del odio; la del trabajo incansable por la dignidad humana en vez de la apatía o la pereza. 

Ahora que la Universidad de Guadalajara se acerca a su centenario de refundación, honremos el legado humanista de fray Antonio Alcalde: su tenaz defensa de la educación, su celo por la humanidad doliente, su caridad y bondad, su vocación social e incluso su sencillez y modestia personales. Sin Alcalde, Guadalajara no sería Guadalajara.

Temas

Sigue navegando