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Dodgers, entre la angustia y la gloria

El beisbol, como la vida misma, es una caja de sorpresas. Nada está escrito, y como bien decía el genial Yogi Berra, “esto no se acaba hasta que se acaba”. Así quedó demostrado en el cierre de la serie divisional entre los Dodgers de Los Ángeles y los Filis de Filadelfia, un enfrentamiento que, pese a la lógica de las estadísticas y la jerarquía de los conjuntos, terminó definiéndose con dramatismo puro en el undécimo inning del cuarto juego, cuando un rodado aparentemente inofensivo cambió el rumbo de toda la contienda.

Los angelinos, que habían comenzado con fuerza imponiéndose en los dos primeros encuentros disputados en el Citizens Bank Park de Filadelfia, llegaron a casa con la mesa puesta para rematar la faena. Todo parecía indicar que el camino hacia la final de liga sería directo y sin sobresaltos, pero el beisbol, caprichoso y hermoso, volvió a recordarnos su esencia: nada se gana hasta el último out.

El tercer juego, disputado en el Dodger Stadium, se les escapó entre las manos. Filadelfia respondió con garra y orgullo, devolviendo la emoción a una serie que algunos ya daban por resuelta. Y entonces llegó el cuarto duelo, una auténtica batalla que mantuvo a los aficionados al borde del asiento durante más de once episodios. Fue un juego de pitcheo fino, de defensas cerradas, de estrategias al límite. Pero lo que nadie esperaba era el desenlace: un rodado al lanzador, que debió ser la jugada de rutina para cerrar la entrada, se convirtió en el error más costoso de la noche. Orion Kerkering hizo un tiro descontrolado por encima de home en lugar de lanzar a primera después de manejar mal un roletazo del cubano Andy Pagés con las bases llenas y dos outs en la undécima entrada.

Así, en medio del desconcierto, los Dodgers sellaron su pase de forma angustiosa, ganando 2-1 y con un sabor agridulce en la boca.
No fue, quizá, la forma más gloriosa de avanzar, pero en el beisbol los héroes también se forjan entre los tropiezos. Lo cierto es que los Dodgers, una organización acostumbrada a la presión y a los reflectores, han mostrado una vez más su temple. Con Mookie Betts inspirando desde el primer turno, Freeman como el alma del equipo, y un cuerpo de lanzadores que ha sabido responder en los momentos clave, los de Los Ángeles se perfilan como candidatos serios para volver a la Serie Mundial.

Ahora, esperan pacientes al rival que emergerá del otro duelo de alto voltaje: Cachorros de Chicago contra Cerveceros de Milwaukee. La serie entre ambos está empatada a dos triunfos por bando, y aunque Milwaukee tiene la ventaja de jugar el quinto y definitivo partido en casa -además de haber sido el mejor equipo de la temporada regular en ambas ligas-, Chicago ha demostrado un espíritu combativo digno de respeto. Nadie apostaba por ellos, y sin embargo, ahí están, desafiando la lógica y el favoritismo, mostrando que el corazón también juega.

En el horizonte de la Liga Americana, el panorama es igualmente apasionante. Los Azulejos de Toronto han dado un golpe de autoridad al dejar fuera a los Yankees de Nueva York, en una serie donde los canadienses lucieron sólidos y decididos. Ganaron los dos primeros encuentros en casa, tropezaron en el tercero en el Yankee Stadium, pero sellaron la gesta en el cuarto con una actuación monumental de Vladimir Guerrero Jr., quien cargó al equipo sobre sus hombros y devolvió la ilusión a toda una afición.

Toronto, con un plantel joven y enérgico, aguarda ahora al vencedor entre los Marineros de Seattle y los Tigres de Detroit, que también llegan al quinto juego empatados a dos victorias. Los Marineros cuentan con un bullpen temible encabezado por Andrés Muñoz y la chispa ofensiva de Randy Arozarena, mientras que Detroit, con Tarik Skubal comandando el pitcheo y una ofensiva que ha ido de menos a más, busca revivir viejas glorias. Será una batalla digna de las grandes noches del diamante.
 

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