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Seré curioso, de qué se ríe

¿En qué momento una perspectiva de crecimiento de uno por ciento se volvió una noticia digna de festejarse con un “se los dije” y una enorme sonrisa por parte de la Presidenta? Seguramente festeja porque la perspectiva de los que hacen estimaciones al inicio de año era que el crecimiento sería nulo, si no negativo. De lo que no se acuerda la Presidenta es que en el paquete económico que presentó la Secretaría de Hacienda al Congreso la estimación era que creceríamos entre dos y tres por ciento. ¿Quién se hace cargo de las mentiras en el paquete económico? Nadie. Está más que aceptado que el Gobierno siempre sea “optimista” (término que no significa otra cosa que razonablemente mentiroso) con respecto al crecimiento.

Pareciera que ya nos estamos acostumbrando a que esa es la velocidad real de nuestra economía y a nadie, al menos en el Gobierno, le importa gran cosa, de otra manera no se entiende el festejo. Durante los doce años de campaña, López Obrador criticó, no sin razón, la mediocridad del crecimiento económico durante los sexenios de Fox (1.9 % promedio anual), Calderón (1.7 %) y Peña Nieto (1.8 %). Sin embargo, aquellos crecimientos son envidiables frente al 0.81 de López Obrador y al uno por ciento en el escenario optimista para el primer año de Claudia Sheinbaum. Para tragarse sus palabras, López Obrador tuvo que inventar que el crecimiento no era lo importante, sino la felicidad del pueblo.

Cada Presidente ha tenido su circunstancia y su excusa para justificar la falta de crecimiento. Sin embargo, si el incremento promedio del PIB en los últimos 25 años ronda en el 1.5, con una tendencia a la baja en los últimos diez, está claro que, más allá de quién sea el Presidente, la economía mexicana tiene problemas estructurales, taras que nos impiden crecer. Estas taras van desde la falta de un Estado de derecho que dé certidumbre a la inversión, hasta el crecimiento desbocado de la violencia y el control territorial por parte del crimen organizado, pasando por la burocracia y la corrupción que desincentivan el crecimiento de los negocios y propicia la informalidad, tal como lo demostró Santiago Levy.

El milagro mexicano no “ocurrirá en la oración”, como rezaban los espectaculares católicos, sino cuando todos, comenzando por el Gobierno en turno, hasta los empresarios, grandes y pequeños, y los ciudadanos comunes hagamos nuestra chamba, cada uno en su escala y del tamaño de su responsabilidad.

Ahora sí que, parafraseando a Mario Benedetti, seré curioso / señora Presidenta / de qué se ríe / de qué se ríe.

diego.petersen@informador.com.mx
 

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