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Niñas y niños asesinados, ¿aquí les tocó vivir?

Hermosillo, Sonora. La fotografía pretende ser respetuosa. Está tomada desde un ángulo bajo, casi a ras de suelo para evitar que se vean las caras o detalles. En primer plano hay unas mujeres observando la escena, en el segundo están ellas, dos hermanas que fueron asesinadas al borde del camino. Murieron abrazadas, protegiéndose la una a la otra. Otra imagen durísima de nuestra violencia cotidiana, otra imagen que, al igual que la de las ropas en rancho Izaguirre, apela a nuestro imaginario del horror. Murieron abrazadas, como los habitantes de Pompeya que esperaban la inminente llegada de la lava del Vesubio.

San Cristóbal de la Barranca, Jalisco. Una familia entera es acribillada, el padre, la madre y dos hijos. Uno de ellos es apenas un bebé de dos años; la mayor tenía 13. El mediano, un niño de nueve, sobrevivió. Se escapó en medio de la balacera por la puerta de atrás. Fue él quien pidió ayuda a un vecino y avisó a las autoridades de la masacre (una más de esas que ya no existen).

La violencia en México cada vez reconoce menos límites. El “se matan entre ellos” que tanto gustaba a los políticos nunca fue cierto, pero lo es cada vez menos. El aumento en el número de víctimas mujeres y menores nos dicen que ellos, esos ellos a los que se refieren las autoridades, siempre hemos sido nosotros.

De enero a mayo de este año, 958 niñas, niños y adolescentes han sido asesinados en este país. Un poco menos que en 2024 en que superaron los mil en este mismo periodo. Mientras tanto, en las Mañaneras y discursos gubernamentales, las autoridades combaten discursivamente la inseguridad, quieren convencernos de que bajar cuatro por ciento el número de víctimas menores de edad de un año a otro es un gran logro de una estupenda estrategia, e insisten en que ya se acabó la impunidad, aunque nunca haya detenidos.

De los 958 menores asesinados en lo que va del año en el país, 114 fueron en Guanajuato, 96 en Michoacán, 81 en Oaxaca y 71 en Jalisco. Esto es, de los 627 homicidios (las cifras pueden variar un poco) que hubo en Jalisco entre enero y mayo, 11 de cada cien fueron menores de edad. Si como sociedad normalizamos estas cifras, si creemos que es normal que nuestras niñas y niños sean asesinados porque, parafraseando a Cristina Pacheco, aquí les tocó vivir, no vamos a salir de la espiral de violencia en la que estamos metidos.

Es cierto que indignarnos sirve de poco si no pasamos a la exigencia, pero si estas cifras ni siquiera nos interpelan, si no nos hacen enojar, si no nos indignamos y exigimos a las autoridades una respuesta mayor, se acabará instaurando la fatalidad del aquí les tocó vivir.

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