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¿Cuántos años se necesitarán para mejorar?

Tengo fresca en la memoria una de tantas entrevistas que el oficio me ha permitido. Transcurrían las últimas semanas del año 2017 y en la Cámara de Diputados se lamentaba en las fracciones de oposición el Presupuesto de Egresos aprobado para el año 2018. El diputado zacatecano Jorge Álvarez Maynez, de Movimiento Ciudadano, detallaba varios de los aspectos negativos que no habían podido impedir en el presupuesto, cuando de pronto fue arrebatado por el deseo de consolar a quienes pudieran coincidir: “Lo bueno es que ya se van. Al Presidente Enrique Peña ya nomás le queda un año”.

¡Vaya año éste, que todavía no termina! La de cosas que nos ha tocado ver.

Desde que los líderes triunfantes de la Revolución Mexicana determinaron los esquemas y la duración del poder en México, con presidentes que estarían en el cargo por seis años y que no podrían reelegirse, asentaron involuntariamente una serie de fechas importantes para el Presidente en turno.

Una es sin duda la que está viviendo el todavía Presidente Enrique Peña Nieto: la despedida trascendente. No se trata de la organización de festejos inolvidables, sino que el Mandatario saliente, igual que todos los que antes gozaron el poder, ambiciona ocupar un lugar especial en la historia nacional y ser recordado por “sus logros”, por “su legado”.

Enrique Peña Nieto intentó eso en su sexto y último Informe: presumir logros trascendentales que lo revistan de un halo positivo para la posteridad.

Es sencillo criticarlo. Lo verdaderamente difícil es encontrar esos logros, los episodios luminosos en un sexenio que cierra como no les ocurrió a otros presidentes en el pasado, porque Peña Nieto, no hay que olvidarlo, es el peor evaluado de todos los mandatarios mexicanos desde que históricamente existen las mediciones, las encuestas, las consultas y los sondeos.

En estricta justicia, puede argumentarse que tales estadísticas son superficiales y probablemente se diluirán al paso de algunos meses.

Pero difícilmente podrán ignorarse, por más que transcurran las décadas, la corrupción, la impunidad, la galopante criminalidad, los cárteles del narco; la desigualdad en el reparto de los bienes, la pobreza y el boato abusivo de muchos actores en el primer círculo del Presidente.

Si se insiste en la generación de empleos, se trata de puestos de trabajo con bajos salarios, precarizados por las últimas reformas a la Ley Federal del Trabajo; la mayoría de los trabajadores mexicanos firman contratos de unos meses y no generan derechos de antigüedad; sus sueldos se ubican entre los más bajos que se pagan en los países miembros de la OCDE y lo que es peor, carecen de esquemas de capacitación y crecimiento escalonado.

¿Y las reformas estructurales? Las más importantes de éstas se modificarán sustancialmente y quizá algunos de sus capítulos se conservarán, pero la esencia terminará por modificarse.

Cuando Álvarez Maynez festejaba que a Peña sólo le quedaba un año, ignoraba lo que estaba por suceder meses después: el país se volcó a favor de Andrés Manuel López Obrador, porque el conjunto de problemas que se padecen es más complejo y profundo que antes.

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