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Claves para entender a ciudad estúpida o más teorías sobre Flatland

Guadalajara se ha convertido con frecuencia en ciudad estúpida. Amor no quita conocimiento. Los gravísimos daños -en su mayor parte inútiles- que su patrimonio ha sufrido bien pueden calificarse de oligofrénicos. La imagen que ilustra esta columna es un magnífico ejemplo. Corresponde al alguna vez ejemplar entorno de San Francisco y Aranzazú, puerta además de ingreso al corazón de la ciudad viniendo de México y luego de la Estación del Ferrocarril.

La esquina de la vieja calle de San Francisco (16 de Septiembre) era absolutamente espectacular, digamos, hasta los años cincuenta. En el cruce norponiente (edificio gris) estaba el palacio de los González de Hermosillo rematado con un torreón espléndido. En la esquina nororiente (banco) estuvo otra excelente casa también rematada por un torreón que hacía un par inigualable con el de enfrente y formaba un estupendo inicio a la perspectiva de la calle de San Francisco.

Al fondo, en la esquina surponiente (edificio café) estuvo el magnífico Hotel Imperial. Pues bien. La casa de los G. de Hermosillo fue mutilada con la insensata ampliación de 16 de Septiembre y luego demolida para ser sustituida por la creación que se observa. La casa de enfrente fue reconvertida en un no tan peor edificio Art Déco en los cuarenta. Luego, esa finca fue demolida para dar paso a un edificio limpio y correcto (a pesar de la pérdida) de Julio de la Peña. Éste último fue radicalmente echado a perder mediante la “remodelación” que vemos ahora. El Hotel Imperial -de unos ocho pisos, ecléctico, de impecable factura- fue en los cincuenta demolido e increíblemente sustituido por un edificio de productos de apenas cuatro pisos. Es difícil de creer tanto destrozo, el que además redujo hasta el rendimiento económico de las propiedades. Más o menos así opera la ciudad estúpida. Por todos lados. Los ejemplos serían innumerables.

El que a hierro mata a hierro muere. Es por eso que la arquitectura de la segunda modernidad tapatía (digamos, a partir de los años cincuenta) ha sido inmisericordemente destruida. Si ella destruyó sin miramientos lo anterior ¿por qué habría de respetarse ahora? Así, hemos soportado pérdida tras pérdida.

El apelativo de “Flatland” para Guadalajara, inventado por la arquitecta Helena Aldana, es muy elocuente. Ciudad plana, sin relieve, boba, fea y aburrida por tantos lados (revísense los “cotos”). Y, hasta los años cuarenta del siglo pasado, no lo era. Cuando Rulfo vivía y escribía aquí, cuando la Escuela Tapatía de Arquitectura terminaba su ciclo, cuando existía la tertulia de la librería Font o la de Fortino Jaime. Y tantas cosas.

Ni ciudad estúpida ni Flatland ya, por favor. Seamos conscientes de las pérdidas, aprendamos. Y devolvámosle a la ciudad su aire, su trapío de espléndida ciudad, su belleza que tanto enorgulleció a los propios y encantó a los extraños. Es perfectamente posible. Falta un acuerdo lúcido y activo entre la gente, los inversionistas, los arquitectos, las autoridades. Ciudades mucho más dañadas lo han logrado. Y Jalisco no se raja…

jpalomar@informador.com.mx

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