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- “Dolor y vergüenza”

Aún resonaban —en los medios de comunicación, al menos— los ecos de las palabras del Presidente Peña Nieto, acerca de una de las principales deficiencias sistemáticas de la administración a su cargo (“dejar hacer y dejar pasar a los criminales, significa fallarle a la sociedad y traicionar a México…”), cuando el Papa Francisco, en la primera intervención pública de su visita a Chile, dijo lo que la inmensa mayoría de los observadores esperaba oír: “No puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza ante el daño irreparable causado a niños por parte de los ministros de la Iglesia”.

-II-

Aludía, obviamente, a los escándalos de pedofilia que en los últimos años han causado efectos demoledores en la Iglesia chilena, hasta el punto de que a ellos se atribuye el desplome del número de creyentes en el país sudamericano. En contraste con Brasil y México, los países con las cifras de católicos más altas en el mundo, en Chile apenas 44% de los habitantes se declaran católicos.

De hecho, la visita del Papa al país andino llevaba la intención expresa de fortalecer a la Iglesia por medio de su presencia… y a través de su palabra. En vísperas de su viaje, en Chile hubo expresiones ásperas al respecto: manifestaciones alusivas al “silencio cómplice” de la jerarquía eclesiástica con respecto a los clérigos acusados de pedofilia; atentados explosivos contra varias iglesias; pintas alusivas a los gastos que representaría para el país el viaje del pontífice (“Por el Papa 10 mil millones, y nos morimos en las poblaciones…”); protestas por la decisión gubernamental de declarar feriados los días de la visita papal… aunque Chile —como México, por lo demás— es un país oficialmente laico…

-III-

El meollo del asunto estriba en que, independientemente de los cálidos aplausos que, como elemental gesto de cortesía, subrayaron la frase del Papa que esperaban oír miles de chilenos, ha habido comentarios en el sentido de que su declaración —esta sí un “mea culpa”— es insuficiente para reparar, siquiera en parte, el daño causado por esas conductas a las que se trata como pecados que se borran recitando el “Yo pecador”, cuando debieran tratarse como delitos.

No está el Papa para recibir consejos del más pecador de los mortales, ni éste para darlos, pero bien podría decir Francisco, glosando a Peña Nieto, que “dejar hacer y dejar pasar a los pedófilos, significa fallarle a la Iglesia y traicionar a Jesús”.

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