Formas silenciosas en las que te estás exigiendo demasiado
Porque no tienes que demostrar nada para merecer descanso, cuidado y compasión
No siempre nos damos cuenta, pero muchas veces nos estamos presionando más de la cuenta. No hace falta que alguien te lo diga: a veces, la exigencia viene disfrazada de pensamientos cotidianos, de hábitos que parecen normales… pero que en realidad te están agotando. Estas son algunas formas silenciosas en las que podrías estar exigiéndote demasiado sin notarlo:
Sentirte culpable por descansar
Tomarte una pausa no debería hacerte sentir mal. El descanso no es un premio que te ganas después de hacer mucho: es una necesidad básica. Si sientes culpa cada vez que te detienes, es una señal de que estás midiéndote con una vara injusta.
Medirte solo por lo que produces
Si crees que solo vales por lo que haces, logras o entregas, es fácil caer en la trampa de la autoexigencia extrema. Tu valor no depende de tu productividad. Ser, sentir, existir… también cuenta.
Compararte incluso cuando sabes que no deberías
Aunque sabes que cada quien tiene su ritmo, su historia y sus procesos, te descubres mirando hacia el lado, midiéndote con otros. Esa comparación constante te roba paz y te hace olvidar tu propio camino.
Sentir que nunca estás haciendo “lo suficiente”
No importa cuánto hagas, siempre sientes que podrías hacer más, ser más, dar más. Vivir con esa sensación constante de deuda contigo o con el mundo te deja sin energía ni satisfacción.
Restarle importancia a tus logros
Logras algo que antes soñabas, pero lo minimizas, lo pasas por alto, piensas “no fue para tanto”. Cuando nunca te das permiso para celebrar, alimentas la idea de que nunca es suficiente.
Llenar cada espacio libre con “algo útil”
¿Tienes cinco minutos libres? Buscas una tarea pendiente. ¿Un fin de semana sin planes? Lo conviertes en una lista de cosas por hacer. Si el vacío te incomoda, quizá sea porque sientes que siempre debes estar rindiendo.
Postergar el autocuidado “para después”
Te dices que cuidar de ti es importante, pero siempre queda al final de la lista. Cuando todo lo demás esté hecho, cuando los demás estén bien… y ese momento nunca llega. Priorizarte no es egoísmo, es equilibrio.
Lee también: Cómo la compañía felina mejora el bienestar emocional
Escucharte también es avanzar
Nadie puede con todo, todo el tiempo. Ser compasivo contigo mismo no es rendirte: es una forma de resistir con más ternura. Si te reconociste en alguno de estos puntos, recuerda que el primer paso es darte cuenta… y el segundo, tratarte con más suavidad.