Gonzalo Celorio recibe el Homenaje al Bibliófilo José Luis Martínez
El Homenaje al Bibliófilo José Luis Martínez honra cada año a una figura cuya vida profesional, intelectual y afectiva gira en torno al libro
"Durante mucho tiempo me vi obligado a leer en libros ajenos, los que sustraía a hurtadillas de las recámaras de mis hermanos mayores, los que sacaba de las bibliotecas escolares que no podía subrayar ni anotar ni mantener conmigo mucho tiempo... Siempre tuve el deseo de poseer los libros que leía o que quería leer por el vicio de hacerlos míos".
Las palabras de Gonzalo Celorio invocaron al silencio en el auditorio Juan Rulfo. El público —estudiantes, colegas, lectores, bibliotecarios, personalidades de la academia y de la misma FIL— lo escuchaba como quien oye a alguien hablar no solo de su oficio, sino de su destino. Así lo dijo el maestro, el escritor, el amante de los libros, durante la ceremonia del Homenaje al Bibliófilo José Luis Martínez en la FIL Guadalajara —uno de los reconocimientos más entrañables que otorga la feria desde 2002 para celebrar a quienes han dedicado su vida al libro— como Gonzalo Celorio. El recién nombrado Premio Cervantes 2025, comenzó su discurso con una confesión luminosa: su vida, dijo, ha sido una larga y fervorosa historia de amor con los libros.
Le habló al público desde ese lugar íntimo donde los afectos se convierten en literatura: su propia casa, que más que un hogar es una biblioteca habitada. Aquella necesidad temprana de poseer los libros, de hacerlos suyos, marcó la ruta que acabaría conduciéndolo hasta ese escenario, frente a un auditorio repleto, celebrado como uno de los grandes lectores de nuestro tiempo.
Celorio habló de su adolescencia, de las primeras visitas a la casa de su novia, donde lo esperaban —tanto como ella— los volúmenes de la colección Clásicos Castellanos, que más tarde respaldarían su formación universitaria. Y confesó que, incluso entonces, le resultaba tan deleitosa la posesión de un libro como su lectura. "Su posesión podía resultarme tan deleitosa como el interés que la obra misma me suscitaba", dijo. "Precisamente por eso se trata de un vicio, y no de una virtud". Con los años, ese vicio lo llevó a vivir entre montañas de papel: "Mi casa se ha convertido en una biblioteca donde apenas cuento con un espacio libre para dormir y otro para cocinar".
El público celebró esa imagen de un escritor rodeado por sus libros como por viejos compañeros de viaje. Celorio los describió con ternura: "Como los seres vivos, los libros nacen, crecen, se reproducen, pero a diferencia de ellos no parecen morir nunca… ¿Cómo echarlo a la calle después de haberlo invitado a ocupar un sitio en la mesa de trabajo, en el buró del dormitorio, en el librero de la biblioteca?". Para él, liberarlos de su recatado cautiverio en los estantes es un acto casi amoroso: elegir uno, abrirlo, tocarlo, olerlo.
Una vida consagrada al libro
El Homenaje al Bibliófilo José Luis Martínez honra cada año a una figura cuya vida profesional, intelectual y afectiva gira en torno al libro. Lleva el nombre del gran diplomático, escritor y erudito mexicano José Luis Martínez (1918–2007), cuya biblioteca personal —hoy resguardada por la Universidad de Guadalajara— es una de las más importantes del país. El reconocimiento, por lo tanto, no celebra solo la acumulación de volúmenes, sino un modo de estar en el mundo a través de la lectura, la enseñanza, la edición y la preservación del patrimonio escrito.
Pocas figuras encajan tan naturalmente en ese perfil como Celorio: escritor, profesor de generaciones enteras, director del Fondo de Cultura Económica durante uno de sus periodos más significativos, lector obsesivo y bibliófilo confeso. Él mismo resumió esa entrega con una frase que provocó un largo aplauso: "Los guardo, los cuido, los clasifico, los ordeno, los subrayo, los anoto, los acaricio, los celo, no los presto. Pero los comparto. Vaya que los comparto".
Compartirlos, explicó, ha sido el verdadero centro de su vocación. "A compartir mis libros he dedicado la vida como escritor, que acaso habla más de lo que lee que de lo que vive. Como maestro, que durante más de medio siglo no ha querido otra cosa que inocular en los alumnos el entusiasmo por la literatura. Como editor, que ha tenido el privilegio de convertir un escrito ensimismado en un libro vivo y circulante como la sangre".
El libro como casa, la casa como biblioteca
Celorio reflexionó también sobre la materialidad del libro, sobre lo que ningún dispositivo digital puede reemplazar. "Cuando me he visto compelido a leer una novela en un soporte electrónico, echo de menos la carne del libro entre mis manos", admitió.
Él quiere conocer la extensión del volumen a simple vista, sentir el lomo, decidir con un vistazo si continúa el capítulo o lo deja reposar. "Quiero saber cuál es la casa que me alberga, y no solo la pequeña habitación en que me encuentro".
Era una declaración de amor al objeto libro, pero también al tiempo que en él se sedimenta: "Los que han sufrido la cristalización amarillenta del tiempo y los que todavía huelen a tinta, el santo olor de la tipografía. Los que después de tantas relecturas se desintegran como pastillas de jabón".
Una ceremonia con voces que celebran la lectura
El homenaje estuvo acompañado por figuras centrales de la cultura y la academia, como Marisol Schulz, directora de la FIL Guadalajara, y José Trinidad Padilla López, presidente de la FIL, que destacó la importancia de celebrar a los lectores que sostienen la vida del libro desde antes incluso de convertirse en escritores. Subrayó la relación espiritual entre Celorio y José Luis Martínez, dos hombres capaces de convertir sus casas en verdaderos santuarios de la palabra.
La rectora general de la UdeG, Karla Planter, fue la encargada de entregar la medalla y el reconocimiento. Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, celebró la reciente obtención del Premio Cervantes por parte del autor, y afirmó que este homenaje añadía una dimensión profundamente íntima a esa distinción: la del lector que, antes que todo, encontró su libertad en los libros.
Una vida hecha de páginas
Cuando Celorio concluyó su discurso, el público guardó un silencio breve, como si cada frase necesitara asentarse. Había hablado del libro como objeto, como compañero, como hogar; había contado su historia de lector clandestino, de adolescente enamorado, de maestro apasionado. Había mostrado, sin proponérselo, por qué su casa es más una biblioteca que una casa y por qué este homenaje le pertenece de manera natural.
"¿Cómo no compartir los libros si son ellos los que me han echado a ganar la vida?", finalizó.
YC