¿Estudiar o aprender lo ambiental?
Estudiar es un acto cognitivo frecuentemente motivado por una necesidad externa como aprobar un examen o cumplir con una tarea.
Decía mi abuela, con esa sabiduría que los libros no aportan, que “a la fuerza, ni los zapatos entran”. Esta frase hoy resuena fuertemente en la crisis socioecológica que enfrentamos. Sin duda un factor que suma a esta crisis tiene asidero en lo educativo: por mucho tiempo nos hemos enfocado en “estudiar” el ambiente: memorizamos cifras de deforestación, porcentajes de especies en peligro y la cantidad de partes por millón de CO2 en la atmósfera. Pero con honestidad ¿cuánto de eso ha cambiado realmente nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza? Como respuesta aquí surge el aprender, que no es lo mismo que estudiar. Estudiar es un acto cognitivo frecuentemente motivado por una necesidad externa como aprobar un examen o cumplir con una tarea; es archivar datos en nuestra memoria a corto plazo. Aprender en cambio es un proceso neurobiológico profundo, complejo y vinculador. Cuando aprendemos, creamos nuevas y mejoradas conexiones neuronales además que este proceso no ocurre en un vacío pues se consolida con la emoción, el sentimiento y, sobre todo con voluntad genuina. Nuestro cerebro no almacena con la misma intensidad un dato frío comparado a una experiencia que nos conmovió, indignó o maravilló, y respecto a aquello que no nos invitó a explorarlo. El aprendizaje no solo se procesa en la mente, se siente en el cuerpo.
Es precisamente en el terreno ambiental donde esta distinción se hace más aguda. Edgar Morin nos advirtió sobre la trampa del pensamiento simplista al recordarnos la “complejidad” de los sistemas ecológicos. Por ello, el ambiente no es una lista de componentes aislados, es una red intrincada de relaciones económicas, sociales, políticas y éticas. ¿De qué sirve conocer la cantidad de plásticos en el océano si no sentimos la urgencia de cambiar nuestros hábitos de consumo? Estudiar el problema nos convierte en espectadores informados, aprenderlo nos obliga a ser protagonistas. Por su parte, para el ambientalista Enrique Leff la crisis socioecológica es en esencia una crisis de conocimiento. Pero ojo, no del conocimiento como sinónimo de información incorporada. Para Leff el problema no es solo la naturaleza “allá afuera”, sino nuestra “forma de aprehenderla”, y eso es conocimiento: proceso y no producto.
Un verdadero aprendizaje ambiental debe ser por definición crítico y empoderador. Debe llevarnos a cuestionar los modelos de producción, las narrativas de un progreso infinito y nuestra propia comodidad. No se trata solo de ahorrar energía en casa, se trata de entender nuestra matriz energética. Este aprendizaje además nos empodera porque al comprender las raíces del problema, descubrimos también nuestra capacidad de incidir en ellas, de transformar nuestras realidades. Es un camino que sigue al sabio refrán: “más vale paso que dure y no trote que canse”. El cambio duradero no nace de la memorización, sino de la convicción profunda. Finalmente, como lo dijo Benjamin Franklin: “Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo”. Nuestra supervivencia en este tercer planeta no depende de cuánto estudiemos sobre él, sino de nuestra capacidad de aprehenderlo y aprenderlo.
Para saber
Crónicas del Antropoceno es un espacio para la reflexión sobre la época humana y sus consecuencias producido por el Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara que incluye una columna y un podcast disponible en todas las plataformas digitales.
Sobre el autor
Néstor Platero es geógrafo y maestro en educación ambiental. Coordina el área educativa del Museo de Ciencias Ambientales.