Cultura

Evangelio de hoy: ¿Acaso Dios encontrará fe en la tierra?

Nuestra labor es no endurecer nuestro corazón y dejar que entre su calidez para poder amar y estar con una entrega dispuesta y plena para poder llegar a su Reino, que nos aguarda con paz, sabiduría y plenitud

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Éxodo 17, 8-13

Cuando el pueblo de Israel caminaba a través del desierto, llegaron los amalecitas y lo atacaron en Refidim. Moisés dijo entonces a Josué: "Elige algunos hombres y sal a combatir a los amalecitas. Mañana, yo me colocaré en lo alto del monte con la vara de Dios en mi mano".

Josué cumplió las órdenes de Moisés y salió a pelear contra los amalecitas. Moisés, Aarón y Jur subieron a la cumbre del monte, y sucedió que, cuando Moisés tenía las manos en alto, dominaba Israel, pero cuando las bajaba, Amalec dominaba.

Como Moisés se cansó, Aarón y Jur lo hicieron sentar sobre una piedra, y colocándose a su lado, le sostenían los brazos. Así, Moisés pudo mantener en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a los amalecitas y acabó con ellos.

SEGUNDA LECTURA

2 Timoteo 3, 14–4, 2

Querido hermano: Permanece firme en lo que has aprendido y se te ha confiado, pues bien sabes de quiénes lo aprendiste y desde tu infancia estás familiarizado con la Sagrada Escritura, la cual puede darte la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación.

Toda la Sagrada Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para reprender, para corregir y para educar en la virtud, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté enteramente preparado para toda obra buena.

En presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, te pido encarecidamente, por su advenimiento y por su Reino, que anuncies la palabra; insiste a tiempo y a destiempo; convence, reprende y exhorta con toda paciencia y sabiduría.

EVANGELIO

Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola:

"En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: 'Hazme justicia contra mi adversario'.

Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: 'Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando' ".

Dicho esto, Jesús comentó: "Si así pensaba el juez injusto, ¿creen acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?"

¿Acaso Dios encontrará fe en la tierra?

En esta ocasión hablaremos sobre el gran remedio a la tibieza y cómo aliviar a los duros de corazón, gracias al poder de la oración, ¡y si!, digo poder porque es una gracia especial que Dios nos ha dado para entrar en comunión con Él y comprender la gran misión que tiene para nosotros… 

Pero antes empecemos por el principio para poder llegar a una buena oración y hacer misión con ella. 

A la mayoría de nosotros desde pequeños o en algún punto de nuestra vida se nos enseña la fe, una fe que vamos cultivando, y que aprendemos a resguardar con el tiempo, pero no un resguardo de envidia, más bien un resguardo santo, un resguardo que te enseña a mirar con buenos ojos, y destinarlo a un sentido dirigido para Dios. 

Nosotros como humanidad hemos venido a ser santos, pero para ser santos es importante amar, amar a tu prójimo, mirarlo con cariño y misericordia, y seguir el ejemplo de Cristo. Es una misión que tenemos como humanidad, de manera individual y única, pero para descubrir esta misión que nos ha dado especialmente a cada uno de nosotros es importante profundizar en la oración para conocer la divina voluntad de Dios, nuestro Padre, que con tanto amor nos dio esta vida para compartirla con nuestros hermanos, y hacer misión difundiendo su gran amor. 

La oración, que es este encuentro de corazón humano a corazón divino, en muchas ocasiones de nuestra vida nos cuesta y no permanecemos firmes en lo que hemos aprendido, pero Dios que es tan bondadoso y nos conoce mejor que nosotros mismos, nos ha dado un gran regalo, que son las Sagradas Escrituras, y como dice el evangelio “toda la Sagrada Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar”, a fin de conducirnos a Cristo, y Cristo nos conducirá al Padre. Toda obra buena que conduzca a Cristo conduce al padre, y Dios en este evangelio se nos muestra como un Dios justo que ve por nosotros, “¿creen acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar?”, y con esta parábola que les enseñó Jesús a sus discípulos (hombres que querían ser como él y seguir el camino de Dios) nos muestra a un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombre, y a una mujer perseverante en su petición que recibe la justicia que clama. Podemos parar en el valor de la mujer, que con todas sus fuerzas y fe ella sabe que la escuchan incluso en el corazón más duro; ahora, si un hombre tan duro de corazón pudo escuchar a esta mujer y cumplir su petición, ¿cómo Dios que es amor no va a escucharte?, pero el camino no será fácil, tendrás que tener paciencia ya que los planes de Dios son perfectos, y al ser un ser tan perfecto y todopoderoso Él sabe que es lo mejor para nosotros, así que nuestra labor es no endurecer nuestro corazón y dejar que entre su calidez para poder amar y estar con una entrega dispuesta y plena para poder llegar a su Reino, que nos aguarda con paz, sabiduría y plenitud. 

Y, para terminar, me pongo a pensar: cuando este divino reino llegue, ¿qué encontrará Dios en medio del caos de este mundo? Viendo la pequeñez de este mundo, te pregunto a ti, el día que Cristo llegue, ¿cómo encontrará tu corazón, tu vida? ¿Cuál es la fe que estás entregando al mundo?

A propósito de la Trinidad

Ante el misterio no hay respuestas, sólo preguntas, y espero que siempre queden muchas preguntas. Con todo, trataré sobre La Trinidad, misterio que fundamenta toda la realidad y la experiencia propiamente cristiana. Nosotros, cristianos, profesamos una fe en un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu. Ahora bien, no es que en el evangelio esté escrito el misterio de la Trinidad tal y como lo proclamamos en el credo los domingos, sino que el Dios Trinidad se va revelando desde el Antiguo Testamento.

En el libro del Génesis se dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. ¿Por qué el texto emplea “hagamos” y no usa el verbo hacer en primera persona? Posteriormente, la revelación de la Trinidad llega a su plenitud en el Nuevo Testamento. Jesús, el Cristo, nos lo revela en los evangelios. Jesús se refiere a Dios como su Padre, con una clara conciencia de que Él es su verdadero hijo, y el Espíritu de su Padre está presente desde su nacimiento hasta su muerte.

Los primeros teólogos de la Iglesia trataron de formular ese gran misterio contenido en los evangelios. Desde el siglo I del cristianismo se formuló la dimensión trinitaria como lo central y fundamental de la revelación en Jesús, y se formuló en un credo que es el que oramos en las misas dominicales. El Dios Trinidad sigue siendo un misterio enorme y bello que fundamenta toda la creación, su futuro y el de la historia humana. El dinamismo del Dios tri-unidad es pura comunidad, comunicación y comunión de amor entre Padre, Hijo y Espíritu; se dice que los tres actúan juntos, como si fuera una danza, pero en profunda relación hacia dentro, interna, y hacia fuera, proyectada, de total amor. Si nosotros somos creados a su imagen y semejanza, se concluye que este misterio de amor está en toda la realidad.

Por lo tanto, nuestra existencia tiene esencialmente un dinamismo de amor trinitario: de comunicación, de comunión y de comunidad con el cosmos, con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Todo y todos estamos implicados en ese dinamismo del Dios-Trinidad que no quiere que nada se pierda. Se puede decir que todo y todos estamos en ese proceso de lo que pudiera expresarse como “trinitarización”.

Ojalá que fuéramos conscientes de lo que implica cuando iniciamos muchos de nuestros momentos de oración personal y comunitaria al persignarnos en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu.

José Martín del Campo, SJ-ITESO

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