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Un loco museo para una loca biodiversidad

El desafío era formidable a ojos vistas; y la respuesta, desde luego ampliamente justificable…

GUADALAJARA, JALISCO (01/MAY/2016).- ¿Diseñar un museo en Panamá? ¿Ahí en el mero trópico? ¿Un museo que hable de la diversidad de las especies que han existido, y también de las que aún viven en el planeta? ¿Ahí en donde se divide el continente americano? ¿Donde algunas gentes aseguran que es el ombligo del mundo? ¿En donde se presume que es el centro del universo? ¿En donde todos los días llueve como dios manda; y los vientos y ciclones están a la orden del día? No. No inventen… Definitivamente no. Está bien que me juzguen por mi gusto casi compulsivo por hacer “locuras” con la arquitectura, tratando de tocar con ella la mente, el corazón y los sentimientos de quienes habitamos el planeta. Sí, pero… ¿Diseñar un museo en un lugar tan visible y trascendental como es Panamá, en donde, con sencillas y lógicas “palabras” arquitectónicas pudiera yo explicar -entendiblemente y sin rodeos- lo que es la maravillosa biodiversidad del mundo en que vivimos; y de cómo ese pedacito de tierra pudo unir a dos continentes y separar a dos océanos? No gracias...

Hiiijoles… ¡Qué pena…! Que esta  fue la primera respuesta visceral que dio el célebre arquitecto judío-canadiense-americano Frank Gehry ante esa retadora invitación del Gobierno de Panamá.

El desafío era formidable a ojos vistas; y la respuesta, desde luego ampliamente justificable…

Pero como los retos son y han sido desde siempre la pasión de este admirable -y criticado- arquitecto, de 75 años en ese entonces… (lo podemos comprobar en algunas de sus mundialmente reconocidas obras: como el Guggenheim de Bilbao; el Auditorio Disney de los Ángeles: o el extravagante EMP de música y cultura popular en Seattle) … no tardó mucho en ser convencido, tanto por su equipo de trabajo, como por la opinión de Bertha Isabel su mujer, que curiosamente es panameña, de aceptar el desafío.

 ¡Lo haremos! -finalmente dijo- pero solamente que sea colocado en un punto atractivamente visible, y que sirva para hacer conciencia de lo que en el curso de nuestras vidas cada uno deberemos de hacer para proteger las especies del planeta y el ecosistema en donde viven. Asimismo, deberá de hablar de las especies que existieron, de la geología y de su el entorno biológico; así como el porqué de su extinción.

Este edificio deberá considerar -agregó- algunas de las nociones básicas de la arquitectura que creíamos  ya dominadas -interiores, exteriores, público, íntimo, natural, artificial-. El edificio deberá ser como un árbol: ligero, etéreo, bien plantado; que sus ramas -igual que ellos- protejan pero no abrumen; que dejen correr los vientos y que tomen -ahora artificialmente- los colores de la naturaleza que les rodea, el color de las flores y de las guacamayas; que sus techos -sostenidos ahora por “ramas” metálicas en aparente desconcierto- estén libres en el aire; y que sus formas aparentemente arbitrarias (como las de un árbol) “nazcan” naturalmente de lugares sin muros abrumadores. Que sea abierto para refrescar el clima panameño, pero que sus formas aparentemente arbitrarias, sirvan para proteger los interiores del museo.

Que resistan vientos, lluvias y ciclones para que no vuelen con ellos, y que dentro y fuera sean la misma cosa. Que en sus interiores una planta o un animal por pequeño o enorme que sea, tenga la misma importancia. Que un insecto o un micro organismo tenga el mismo valor que un mastodonte. Que el visitante sienta que está entrando ¿o saliendo? a/o de un lugar de asombro. Un lugar que deje volar a la imaginación por los increíbles vericuetos de la vida. Un lugar que te haga creer en ti mismo, en donde puedas realizar que el mundo merece el empeño o sacrificio que hagas para cuidarlo.

El reto pues… no era nada fácil… Hacer un edificio llamativo y provocador que pudiera conjuntar la arquitectura con la filosofía, interiores con exteriores, naturaleza con tecnología, y además costo beneficio para el mundo. Que hiciera surgir preguntas e inquietudes más que respuestas. Que siendo atractivo, cautivador y retador, esté acorde y armónico con el entorno…

El lugar escogido no pudo ser mejor, ni más espectacular. Situado al principio de una larga barra construida con la tierra extraída del “Corte Culebra” al hacer el Canal de Panamá, para lograr una simple protección de la entrada del canal, con instalaciones militares abandonadas por Estados Unidos.

Esta barra, ahora con la presencia del Biomuseo y las instalaciones proyectadas, se ha convertido en atractivo parque lineal llamado Andador de Amador, que es el lugar de moda para pasear entre el océano y el canal, demostrándose una vez más que al construir un sitio excepcional en un lugar -por lúgubre que haya sido- se convierte en un sitio social, agradable y constructivo.

Panamá ahora cuenta con un prodigioso edificio-escultura-museo-escuela dedicada a la educación y concientización de la invaluable naturaleza, para las juventudes actuales en los desafiantes tiempos venideros.

vya@informador.com.mx

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