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¿Qué explica la violencia en el futbol?

El futbol construye identidades, lo que muchas veces aclara la reacción violenta de las barras bravas en los estadios

GUADALAJARA, JALISCO (24/MAY/2015).- Hace una década, conversando con un sacerdote jesuita de origen vasco en Lovaina, Bélgica (unos 50 kilómetros al norte de Bruselas), me decía con el orgullo inflamado: “Primero el Athletic, y luego ya vendrán las cosas de Dios”. Durante más de una hora me intentó convencer de que había buenas razones para ver en el equipo de futbol al depositario de la máxima lealtad. Pasamos por el derrumbe de las ideologías y hasta la globalización, pero al final llegamos a la conclusión, no tan novedosa, de que el futbol es un generador insaciable de identidades. En un tiempo donde las viejas certezas se han esfumado, en donde las identidades son movedizas y hasta gelatinosas (líquidas, diría Bauman), el futbol se convierte en un espacio que dota de identidad al individuo y que potencia un “nosotros” que trasciende el rectángulo de juego. El aficionado de “hueso colorado” siempre habla en primera persona del plural cuando se refiere a su equipo de futbol. 

No resulta extraño que el famoso historiador inglés, Eric Hobsbawn escribiera en 1990 que “la comunidad imaginada de millones de seres parece más real bajo la forma de un equipo de 11 personas cuyo nombre conocemos” (México se simboliza en la Selección Mexicana). O aquella frase tan controversial del escritor Enrique Gil Calvo: “Sin fe ni amor a la patria, sólo la fe en el futbol y el amor a la selección permite sentirse orgulloso de ser español”. El futbol es en la actualidad una de las motivaciones más pasionales para mostrar un sentido de pertenencia, una identidad colectiva que se traduce en 90 minutos de “guerra”.

A diferencia de Inglaterra, España o Argentina, en donde los estudios sociológicos y políticos sobre el futbol nos han esbozado algunas interpretaciones sobre la violencia en el futbol, en México el fenómeno de las identidades que produce el futbol no ha sido tan estudiado. En general, el tema ha sido ninguneado por la academia que lo sigue identificando como un tópico “segundón”; total, no deja de ser futbol. Recuperando algunas de las investigaciones que se han realizado en otros países: ¿Por qué el futbol se ha radicalizado en los últimos años? ¿La violencia en el futbol es una consecuencia de la pobreza y la falta de oportunidad? ¿Qué tanto pesa la impunidad para explicar la violencia en los estadios?

La fanatización

La palabra “hincha”, tan utilizada en Sudamérica para nombrar a los aficionados más pasionales a un equipo de futbol, se comenzó a utilizar en Uruguay. Cuentan las crónicas que la palabra proviene del “infla-balones” que acompañaba al Nacional de Montevideo, uno de los equipos históricos de la República Oriental. El aficionado número uno. El origen de la palabra “hooligan” sigue siendo incierto, aunque se cree que pudo ser el apellido de un fanático irlandés o producto de informe policial a finales del siglo XIX.

Es difícil no estar de acuerdo con el hecho de que el futbol se ha radicalizado por lo menos desde la década de los ochenta. Paradoja si vemos que los profetas de esos años, como Francis Fukuyama, auguraban un mundo de racionalidad y civilización. Al contrario, desde los años setenta, la cifra de muertos en campos de futbol se ha disparado. Sólo por citar algunos ejemplos: 80 muertos en Guatemala, en el marco de un partido clasificatorio entre Guatemala y Costa Rica en 1996; cinco personas son asesinadas durante un partido en Medellín, Colombia, en 1995; al menos 20 personas muertas en un enfrentamiento en un estadio de Ghana en 2001; 14 personas son asesinadas en Honduras. Y problemas entre aficiones de distintos equipos, los vemos casi cada semana. Desde el aficionado gallego asesinado por el Frente Atlético, tras un partido entre el Deportivo de La Coruña y el Atlético de Madrid, hasta los gases irritantes colocados por un aficionado de Boca Junios contra los jugadores de River Plate en la Copa Libertadores.

El futbol es el negocio de la lealtad. Es un negocio que se construye sobre la base de un vínculo identitario con el aficionado. Y es que en el futbol, todo importa menos la racionalidad: ¿No es irracional gastarse miles de pesos en acudir al futbol cuando la labor de un aficionado es tan poco significativa? Así, los equipos de futbol buscan fanatizar al aficionado, hacerlo pensar que su acompañamiento es clave para explicar las victorias y las derrotas. Su presencia o ausencia define el partido, otorgando al aficionado un papel protagonista que no tiene en la realidad. Más que un espectáculo, el futbol se convierte en una adicción que le permite al fanático trazar una frontera entre el “nosotros” y el “ellos”. No hay nada más rentable para comerciar que la identidad, por ello los nacionalismos, los particularismos y las religiones son tan buenos mercaderes.

¿Un asunto de condiciones sociales?

Las mayores tragedias en campos de futbol han ocurrido en países del tercer mundo. África,  sobre todo, aunque también Centro y Sudamérica. Sin embargo, las investigaciones sociológicas y psicológicas que se han llevado a cabo desde los años noventa, señalan que no hay un vínculo entre violencia y subdesarrollo. Es decir, no es cierto que la violencia en el futbol aparezca en países con bajos niveles educativos, amplias capas de pobreza y desigualdad estructural. Por el contrario, algunos fenómenos de violencia en los campos de futbol aparecen en países con buenos niveles de desarrollo: Inglaterra, Argentina, Italia, Uruguay o Chile.

Es decir, el fenómeno del “barra brava”, “tifosi” o “hooligan”, a diferencia de lo que algunos piensan, no es el de un “loco irracional” que ve en el futbol otra arena para delinquir. Y aunque muchos fanáticos que acuden como barristas presentan atrasos educativos y severos problemas con drogas, su actuación se explica a partir de la complicidad interna de los grupos de animación. Las barras reproducen al interior de su organización muchos patrones que “alienan” al individuo: lealtad al grupo; liderazgos absolutos; conducción autoritaria; complicidad criminal; abuso de poder y organización bélica. En este contexto, y tomando en cuenta estas variables, la transformación del individuo en un “soldado” dispuesto a lo que sea por “defender su territorio” es más que probable.

Estudios elaborados en Argentina muestran que los integrantes de las barras bravas pueden provenir de cualquier clase social. Es cierto que detrás del malestar expresado en el futbol se encuentran agravios sociales de muy larga data, sin embargo es difícil adjudicarle alguna dimensión política o de protesta, particularmente en México. A diferencia de nuestro país, en países como España, los “ultras” sí tienen una ideología determinada: a los ultra sur del Madrid se les ha relacionado con posiciones de corte fascista; a los Boixos Nois del Barcelona con el independentismo de Cataluña, y a los bucaneros del Rayo Vallecano con los obreros de izquierda de Madrid. La politización del futbol es un elemento que abona a la polarización y desencadena violencia de otro tipo, cuando en el equipo de futbol se ve no sólo a 11 jugadores, sino también a un cúmulo de ideas políticas determinadas.

No son las condiciones sociales un determinante para explicar la violencia de un barrista. El fanatismo y la defensa de la identidad, que muchas veces se materializa en oposición al rival futbolístico odiado o incluso en contra de la autoridad y la policía, explica mucho mejor el tipo de violencia tanto física como verbal y simbólica que ejercen las barras.

Estado de derecho e impunidad

Otra línea de análisis que han seguido las investigaciones sobre violencia en el futbol, es la codeterminación entre impunidad y violencia. Sabemos cómo regla general que la impunidad engendra violencia, un país en donde las leyes no se aplican será siempre un país más violento e inseguro. Sin embargo, en el futbol ha sido difícil trazar ese vínculo entre impunidad y violencia. Y es que, ¿cómo entender que la violencia en el futbol sea un común denominador en muchos países de Europa con sólidas democracias y estados de derecho bien cimentados? ¿Por qué hay países con altos niveles de impunidad que no presentan violencia en los estadios?

El caso de los hooligans en Inglaterra ha sido un experimento muy interesante para analizar el peso de la impunidad en contextos de violencia futbolística. Esta fue la vía que siguieron las autoridades británicas para acabar con la violencia entre hooligans: impunidad cero. Implementaron políticas generales como el registro para obtener boletos, la vigilancia mediante cámaras de video, boletinar a los hooligans en el resto de Europa o sanciones muy severas a quienes cometan delitos en los estadios. Así también, estrategias de inteligencia para penetrar en los grupos de hooligans y entender su operación. El futbol inglés logró reducir la violencia al mínimo a través de un nuevo esquema de combate a la impunidad y sanciones ejemplares. Pero, sobre todo, trazando una línea divisora muy clara entre los aficionados al futbol y los violentos. La exclusión de los estadios es un poderoso incentivo para el cambio y en el futbol inglés dio resultado.

En México conocemos poco sobre las barras bravas. Quitando algunos reportajes periodísticos y contadísimas tesis, las identidades que generan los equipos del futbol mexicano —y que son expresadas al extremo por las barras— siguen siendo una incógnita. No sabemos quiénes son, por qué reaccionan así y cómo evitamos que los grupos de animación se radicalicen. Lo que resulta innegable es que al día de hoy, ni las policías municipales ni los clubes deportivos han demostrado que pueden controlar la violencia de estos grupos. Rebasaron los protocolos y amenazan con excluir de los estadios, a aquellos aficionados que van al futbol en paz. La primera solución es marginar de los estadios a los violentos e identificar a los liderazgos que radicalizan a estos grupos de animación. No deben ser enfrentados con una visión de grupos violentos simples, sino que el respaldo colectivo y su equipo de futbol les proveen una identidad que muchas veces es negada en otros ámbitos de la vida social –y que provoca que muchas veces su respuesta sea aún más violenta que alguien que delinque por otros motivos. Comprender la psique que se encuentra detrás de las barras bravas es un punto fundamental para evitar que la violencia  se apodere del futbol mexicano.

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