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De viajes y aventuras

Lo que sí pueden los que no pueden

GUADALAJARA, JALISCO (27/MAR/2011).- En la planeación de los viajes de aventura, es curioso lo que me pasa. Me preguntan: “Oye… y ésta vez ¿a dónde fuiste?”. Del rápido examen a mi interlocutor depende la respuesta. Si veo que me preguntan para cotorrearme les digo que fui al Country Club a jugar 18 hoyos. Si veo que demuestran un cierto interés, les platico a donde fui sin dar mucha explicación, porque sé que no me lo van a creer y me van a tachar de exagerado para ser la comidilla de la próxima reunión. Por eso fue que inventé la cómoda postura de ser el más grande mentiroso que hubieran conocido. Sé que es muy difícil para una gente citadina entender que haya quien le guste andar enlodado, fatigado y perdido entre los montes y que además goce con hacerlo.

Hay veces que encuentro a alguien que se entusiasma con la plática y me pongo a hablar de las maravillas de nuestro alrededor y de que no se necesita ser un Rambo para llegar a ellas. Invito a quienes me escuchan, y si se entusiasman hacemos una cita para el sábado en la madrugada, mochila, botas y cantimplora en mano. Y a la hora de la hora… el viernes en la noche recibo una llamada disculpándose, porque… que si la boda de la tía del hermano de la prima; que por las compras para la entrada a clases; que porque el sereno de la esquina; que por lo que quieran y manden y acabo solo en el monte disfrutando de la naturaleza.

Pensé... (poco usual en mi) ¿con quién puedo compartir las cosas tan bellas que en el campo estoy gozando? ¡ Claro! atiné. Con gente a la que le sea muy difícil llegar a un lugar así; pero… ¿quién será esa gente? ¡Obvio! a quien le falte algo en su vivir.

A quienes tenemos la dicha de tener todo, no nos interesan nada de estas cosas; ¡ya todo lo tenemos! Ver, oír, oler, gustar y tocar, lo damos ya por dado.

Tú... ¿puedes caminar? ¿Tus piernas te sostienen? ¿Puedes comer solo o te tienen que dar en la boca porque tus manos no crecieron? ¿Puedes ver los colores de las flores y de los atardeceres? Puedes... ¡Sí puedes! ¡Sé que sí puedes…!

Hace días fui a un concierto donde, con maestría, tocaba el piano un niño que tiene tan sólo cuatro dedos en sus manos. Su papá y maestro, nos explicaba que David, pese a tener el paladar hendido, estar casi sordo, tener los brazos desiguales y sin párpados en los ojos, se dedicaba tan sólo a hacer... ¡lo que sí podía! ...olvidando sin resquemores a la frustración de  reclamar por las cosas… ¡que no podía!

La alegría de David es una constante, tanto en los conciertos -que lo han hecho viajar por todo el mundo ganando premios y más premios como concertista-, como en su vida diaria, entre su familia que lo adora, admira y respeta.

Tan admirable es David en sí mismo, como admirable es la hermosa familia en donde tuvo la dicha de nacer. Sus padres, increíbles personajes, han hecho comprender a todo el mundo la personalidad “sui-géneris” de David, y lo tratan como el más normal de los individuos. Y que… si el tiene ciertos atributos, los demás lo tienen por igual en otras áreas. Claro es que padres, hermanos, abuela y sus ejemplares tías, han dedicado incontables horas para que  David pueda ver la vida hermosa y radiante tan sólo con las facultades que le fueron otorgadas, y… sin reclamación alguna de las que le fueron negadas.

¿Qué esto es un ejemplo? Ni dudarlo. ¿Qué viene al caso el dicho de “Te digo Pedro pa’ que entiendas Juan”? Ni duda cabe. ¿Qué tú, con tu cerebro, tus pies, manos, orejas y ojos completos, te atreves a reclamarle algo a la vida?  No vengas aquí con cuentos. Acuérdate de aquel que reclamaba no tener zapatos, hasta que vio al otro que no tenía pies.

Llevemos a los arroyos a los que no ven, para que oigan lo que ver no pueden. Que sientan lo que a sus cerebros no pueden informar, activando los canales de su alma, que aunque borrados tenga sus movimientos, no lo serán sus sentimientos. Sentir una corriente de agua en sus manos-ojos. Oír los murmullos con su imaginación sedienta. Platicar con los pájaros en idiomas misteriosos, es un gozo incomparable que con un poco de esfuerzo y de cariño se los podemos dar.

Descubrir dentro de nosotros -quienes los cuidamos- cualidades tan ocultas no es muy fácil y  posiblemente necesitemos de un empujoncito en nuestras vidas confortables para hacerlo.

 Compartir nuestro precioso mundo con los que por sus limitaciones físicas en algún momento se sintieron excluidos de este privilegio, es una dicha que sería muy bueno compartir.

¡La vida es sólo una ! No la desperdiciemos tan solo haciendo planes. Compartamos con ellos la dicha de vivir.

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