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De viajes y aventuras
Las delicias de Delicias
GUADALAJARA, JALISCO (31/OCT/2010).- ¡Ah chihuahua!... ¡Cuánta cosa bonita hay en Chihuahua…!
Para empezar… una cosa que nos pareció muy atractiva y por demás inteligente, es que al pasar por las bien cuidadas carreteras de Chihuahua, donde la Naturaleza ya comienza ponerse austera y recelosa con la vegetación, los huizaches toman un lugar primordial en la decoración de las autopistas.
Muy bien cuidados, chiqueados e ingeniosamente peluqueados, los humildes huizaches adquieren un carácter frondoso y arbóreo entre las inclementes tierras aquellas. Grandes letreros alertan a los paseantes con mensajes alusivos a nuestros verdes amigos, diciendo cosas como: ¡Cuida los huizaches…! o ¡Los huizaches son los vencedores del desierto…! El caso es que las carreteras lucen impecables con su decoración vegetal nativa que no requiere más mantenimiento que el acicalado esporádico de sus peluqueros y cuidadores.
Unos 80 kilómetros antes de llegar a Chihuahua capital, es imprescindible detenerse en la ciudad de Delicias, en donde… con paciencia y buen talante, se van descubriendo una a una sus delicias.
Una cosa un tanto extraña en la ciudad, es que las avenidas trazadas con gran talento y precisión, convergen, no a un gran arco del triunfo ni a un elegante parque con kiosco y todo, sino que curiosamente desembocan… en el mercado municipal. Trocas, camiones, cargadores, puestos de tacos y toda la parafernalia que es natural a un lugar como éste, forman el centro álgido de la ciudad, pero bueno, hay que aclarar que si no es muy bonito que digamos, pudiéramos apuntar que tiene… su personalidad.
Pero, yéndonos a tiempos más remotos, es interesante anotar que en estas tierras áridas, hace unos 70 millones de años, extraños mamíferos y peces eran quienes la habitaban; y que los dinosaurios, triceratops, mamuts y hadrosaurios que en sus orillas merodeaban, habiendo quedado sepultados entre los lodos marinos, con el correr de los siglos se fueron petrificando hasta dejarnos -algunos de ellos con impresionante realismo- los moldes fosilizados de sus anatomías.
Muchos años de búsqueda, de hallazgos fortuitos e investigación, han sido pacientemente reunidos en la invaluable colección del Museo de Paleontología; actualmente a cargo de un celoso guardián llamado Rodolfo Fierro, que al contrario de su terrorífico homónimo, sicario de Pancho Villa, ha dedicado su vida al cuidado de éstos tesoros en beneficio de la historia y de la ciencia.
Siendo el hadrosaurio “Pico de pato” la sorprendente estrella de la colección, otra de las reliquias más valiosas es la imagen petrificada de un Cnidario (medusa, malagua o como le quieran llamar) que siendo el 95% de agua, sin hueso ni estructura alguna, dejó asombrosamente estampada su imagen entre los lodos petrificados.
Y otra más de las singulares joyas de la colección, son los pequeños fragmentos del famoso Meteorito de Allende; una enorme piedra de condrita carbonosa de más de tres toneladas, que habiendo iluminado por algunos instantes una de las noches de épocas tan recientes, como el año de 1969, cayó en las desérticas planicies cercanas rompiéndose en mil pedazos que quedaron esparcidos en muchos kilómetros a la redonda (fragmentos que para los científicos en el mundo entero son piezas sumamente valoradas por pequeños que ellos sean). Los cóndrules de carbono abiogenético y las inclusiones de calcio y aluminio que contiene, hacen que se le considere como la materia más antigua en manos de los hombres (?), porque se piensa que proviene de épocas anteriores a la condensación con la que se formó nuestro sistema solar.
Pero… como a eso de la media tarde, cuando nuestras inquietudes científicas quedaron satisfechas, y el canto de las tecates con insistencia nos llamaba, Rodolfo Fierro nos invitó a dar un paseo en su flamante Nash del 1928, para pasar más tarde a refrescar la garganta en el bar del Hotel del Norte; un interesantísimo lugar repleto de historias donde fuimos recibidos por Olga y Andrés Bunsow (descendientes del intrépido escocés que a principios del siglo XIX llegó con sus cinco hijos varones decididos a colonizar aquel inhóspito poblado) que son los magníficos anfitriones que manejan el singular y más que auténtico hotel-museo.
Las historias de los tiempos idos, que se revolvían con las anécdotas actuales -graciosamente mezcladas dando saltos entre la verdad y la imaginación- de la plática de los anfitriones, y las chelas muy bien servidas que hacían que los visitantes contribuyeran con algo de picardía a la conversación, hicieron las delicias de aquel momento memorable.
El Museo y el Hotel del Norte; delicias para recordar de aquel abandonado poblado de Delicias.
Para empezar… una cosa que nos pareció muy atractiva y por demás inteligente, es que al pasar por las bien cuidadas carreteras de Chihuahua, donde la Naturaleza ya comienza ponerse austera y recelosa con la vegetación, los huizaches toman un lugar primordial en la decoración de las autopistas.
Muy bien cuidados, chiqueados e ingeniosamente peluqueados, los humildes huizaches adquieren un carácter frondoso y arbóreo entre las inclementes tierras aquellas. Grandes letreros alertan a los paseantes con mensajes alusivos a nuestros verdes amigos, diciendo cosas como: ¡Cuida los huizaches…! o ¡Los huizaches son los vencedores del desierto…! El caso es que las carreteras lucen impecables con su decoración vegetal nativa que no requiere más mantenimiento que el acicalado esporádico de sus peluqueros y cuidadores.
Unos 80 kilómetros antes de llegar a Chihuahua capital, es imprescindible detenerse en la ciudad de Delicias, en donde… con paciencia y buen talante, se van descubriendo una a una sus delicias.
Una cosa un tanto extraña en la ciudad, es que las avenidas trazadas con gran talento y precisión, convergen, no a un gran arco del triunfo ni a un elegante parque con kiosco y todo, sino que curiosamente desembocan… en el mercado municipal. Trocas, camiones, cargadores, puestos de tacos y toda la parafernalia que es natural a un lugar como éste, forman el centro álgido de la ciudad, pero bueno, hay que aclarar que si no es muy bonito que digamos, pudiéramos apuntar que tiene… su personalidad.
Pero, yéndonos a tiempos más remotos, es interesante anotar que en estas tierras áridas, hace unos 70 millones de años, extraños mamíferos y peces eran quienes la habitaban; y que los dinosaurios, triceratops, mamuts y hadrosaurios que en sus orillas merodeaban, habiendo quedado sepultados entre los lodos marinos, con el correr de los siglos se fueron petrificando hasta dejarnos -algunos de ellos con impresionante realismo- los moldes fosilizados de sus anatomías.
Muchos años de búsqueda, de hallazgos fortuitos e investigación, han sido pacientemente reunidos en la invaluable colección del Museo de Paleontología; actualmente a cargo de un celoso guardián llamado Rodolfo Fierro, que al contrario de su terrorífico homónimo, sicario de Pancho Villa, ha dedicado su vida al cuidado de éstos tesoros en beneficio de la historia y de la ciencia.
Siendo el hadrosaurio “Pico de pato” la sorprendente estrella de la colección, otra de las reliquias más valiosas es la imagen petrificada de un Cnidario (medusa, malagua o como le quieran llamar) que siendo el 95% de agua, sin hueso ni estructura alguna, dejó asombrosamente estampada su imagen entre los lodos petrificados.
Y otra más de las singulares joyas de la colección, son los pequeños fragmentos del famoso Meteorito de Allende; una enorme piedra de condrita carbonosa de más de tres toneladas, que habiendo iluminado por algunos instantes una de las noches de épocas tan recientes, como el año de 1969, cayó en las desérticas planicies cercanas rompiéndose en mil pedazos que quedaron esparcidos en muchos kilómetros a la redonda (fragmentos que para los científicos en el mundo entero son piezas sumamente valoradas por pequeños que ellos sean). Los cóndrules de carbono abiogenético y las inclusiones de calcio y aluminio que contiene, hacen que se le considere como la materia más antigua en manos de los hombres (?), porque se piensa que proviene de épocas anteriores a la condensación con la que se formó nuestro sistema solar.
Pero… como a eso de la media tarde, cuando nuestras inquietudes científicas quedaron satisfechas, y el canto de las tecates con insistencia nos llamaba, Rodolfo Fierro nos invitó a dar un paseo en su flamante Nash del 1928, para pasar más tarde a refrescar la garganta en el bar del Hotel del Norte; un interesantísimo lugar repleto de historias donde fuimos recibidos por Olga y Andrés Bunsow (descendientes del intrépido escocés que a principios del siglo XIX llegó con sus cinco hijos varones decididos a colonizar aquel inhóspito poblado) que son los magníficos anfitriones que manejan el singular y más que auténtico hotel-museo.
Las historias de los tiempos idos, que se revolvían con las anécdotas actuales -graciosamente mezcladas dando saltos entre la verdad y la imaginación- de la plática de los anfitriones, y las chelas muy bien servidas que hacían que los visitantes contribuyeran con algo de picardía a la conversación, hicieron las delicias de aquel momento memorable.
El Museo y el Hotel del Norte; delicias para recordar de aquel abandonado poblado de Delicias.