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De viajes y aventuras
Batopilas, allá a mero abajo de la barranca
GUADALAJARA, JALISCO (03/OCT/2010).- Batopilas es un pequeño pueblo minero de antiguas tradiciones y leyendas, que está metido entre los cerros y barrancas de la Sierra Tarahumara, en medio de un clima tropical y contiguo al río que lleva su nombre.
Allá arriba, en el pueblo de Creel, que es la población más conocida para adentrarse a las Barrancas del Cobre y estación de importancia para el famoso Chepe que corre entre puentes, túneles y montañas, desde Chihuahua al Pacífico (Che-Pe), es también donde iniciamos la excursión para ir a Batopilas.
De ahí hay que salir hacia el Sur por la carretera 25 hacia Guachochi; y al pasar por Samachique -como a hora y media de Creel- hay que desviarse por una brechita para empezar el vía crucis de… bajar, bajar y bajar por un “camino de primera” (imposible meter segunda bajo riesgo de caer al abismo) para luego subir y subir entre piedras y pedruscones a donde, más tarde… en un bajar eterno con el corazón en la boca, poder llegar entre barrancones y bucólicos paisajes tropicales al antiguo y soñoliento pueblito de Batopilas, tranquilamente sentado a la orilla del río, en medio de una vegetación y con un clima tan distinto al de pinos y encinos que dejamos muchas horas y brincos atrás.
Como lo mejor del pueblo, es para variar, la parte antigua de los tiempos de la colonia y antes de la revolución, las historias que se cuentan sobre las minas y mineros legendarios como Alexander Shepard son impresionantes y vale la pena comentarlas.
Este señor, que fue una vez gobernador del Distrito de Columbia (donde está Washington) habiendo hecho una visita al lugar a manera de exploración y aventura, se quedó prendado de los paisajes y las riquezas del lugar. Con visión e ilusión se dedicó a adquirir cuantas minas y terrenos pudo y… por allá por los años de 1880, corriendo grandes riesgos, cruzando abismos y barrancas, mandó traer -a lomo de mula- pianos, vajillas, sirvientes ingleses, bañeras de porcelana y toda la parafernalia que las gentes pudientes de la época requerían, para instalarse cómodamente con su familia en este rincón de la Sierra Tarahumara, y vivir un cuento de hadas que tuvo la suerte que durara más de 30 años, hasta que nuestra gloriosa revolución vino a acabar con ese emporio minero del que vivían cómodamente más de 10 mil personas, y del que ahora solo se pueden observar sus imponentes ruinas.
Dato curioso: Manuel Gómez Morín, fundador del PAN nació ahí por esos tiempos.
¿Los paisajes del camino? Barrancas sorprendentes. Estupendos acantilados de piedra que brillan dorados al atardecer. Abismos que parecen infinitos. Azulverdes clarísimos que envuelven a las serranías cuando, tímidas, quisieran ocultarse entre las nubes pasajeras. Blancos rabiosos en las tierras calizas asediadas por el sol inclemente. Riscos de sólida piedra que parecen caer desesperados e inertes sobre el río. Abismos… abismos inmensos impávidos y grandiosos que, a querer y sin ganas, nos hacen recapacitar que, el caminar y no el llegar, es lo que hace interesante el vivir.
Pero aún así -poesías y filosofías aparte- no niego que es más que rico llegar a un lugar donde se pueda estar con tranquilidad, quitarse el polvo del camino, sentir el amoroso correr de un elixir espirituoso (tequila puede ser) entre pecho y espalda, y comprender la delicia que es sentir el dulce caer de una media docena de taquitos de carnita asada, con mucha cebolla, cilantro y salsa de la casa, en la panza dolorida.
Para esto, mi recomendación es llegar a un hotelito que está en la rivera izquierda del río, que se llama El Bachigotón, en donde la familia Cruz, estoy seguro que los recibirá entre pláticas y relatos del lugar… como si estuvieran en su casa.
Esta es una de las aventuras que, aunque sea un poquito difícultosa, no se achicopalen. Palabra que vale la pena vivirla.
Allá arriba, en el pueblo de Creel, que es la población más conocida para adentrarse a las Barrancas del Cobre y estación de importancia para el famoso Chepe que corre entre puentes, túneles y montañas, desde Chihuahua al Pacífico (Che-Pe), es también donde iniciamos la excursión para ir a Batopilas.
De ahí hay que salir hacia el Sur por la carretera 25 hacia Guachochi; y al pasar por Samachique -como a hora y media de Creel- hay que desviarse por una brechita para empezar el vía crucis de… bajar, bajar y bajar por un “camino de primera” (imposible meter segunda bajo riesgo de caer al abismo) para luego subir y subir entre piedras y pedruscones a donde, más tarde… en un bajar eterno con el corazón en la boca, poder llegar entre barrancones y bucólicos paisajes tropicales al antiguo y soñoliento pueblito de Batopilas, tranquilamente sentado a la orilla del río, en medio de una vegetación y con un clima tan distinto al de pinos y encinos que dejamos muchas horas y brincos atrás.
Como lo mejor del pueblo, es para variar, la parte antigua de los tiempos de la colonia y antes de la revolución, las historias que se cuentan sobre las minas y mineros legendarios como Alexander Shepard son impresionantes y vale la pena comentarlas.
Este señor, que fue una vez gobernador del Distrito de Columbia (donde está Washington) habiendo hecho una visita al lugar a manera de exploración y aventura, se quedó prendado de los paisajes y las riquezas del lugar. Con visión e ilusión se dedicó a adquirir cuantas minas y terrenos pudo y… por allá por los años de 1880, corriendo grandes riesgos, cruzando abismos y barrancas, mandó traer -a lomo de mula- pianos, vajillas, sirvientes ingleses, bañeras de porcelana y toda la parafernalia que las gentes pudientes de la época requerían, para instalarse cómodamente con su familia en este rincón de la Sierra Tarahumara, y vivir un cuento de hadas que tuvo la suerte que durara más de 30 años, hasta que nuestra gloriosa revolución vino a acabar con ese emporio minero del que vivían cómodamente más de 10 mil personas, y del que ahora solo se pueden observar sus imponentes ruinas.
Dato curioso: Manuel Gómez Morín, fundador del PAN nació ahí por esos tiempos.
¿Los paisajes del camino? Barrancas sorprendentes. Estupendos acantilados de piedra que brillan dorados al atardecer. Abismos que parecen infinitos. Azulverdes clarísimos que envuelven a las serranías cuando, tímidas, quisieran ocultarse entre las nubes pasajeras. Blancos rabiosos en las tierras calizas asediadas por el sol inclemente. Riscos de sólida piedra que parecen caer desesperados e inertes sobre el río. Abismos… abismos inmensos impávidos y grandiosos que, a querer y sin ganas, nos hacen recapacitar que, el caminar y no el llegar, es lo que hace interesante el vivir.
Pero aún así -poesías y filosofías aparte- no niego que es más que rico llegar a un lugar donde se pueda estar con tranquilidad, quitarse el polvo del camino, sentir el amoroso correr de un elixir espirituoso (tequila puede ser) entre pecho y espalda, y comprender la delicia que es sentir el dulce caer de una media docena de taquitos de carnita asada, con mucha cebolla, cilantro y salsa de la casa, en la panza dolorida.
Para esto, mi recomendación es llegar a un hotelito que está en la rivera izquierda del río, que se llama El Bachigotón, en donde la familia Cruz, estoy seguro que los recibirá entre pláticas y relatos del lugar… como si estuvieran en su casa.
Esta es una de las aventuras que, aunque sea un poquito difícultosa, no se achicopalen. Palabra que vale la pena vivirla.