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De viajes y aventuras

“Una de vampiros”

GUADALAJARA, JALISCO (08/AGO/2010).-  Y también de murciélagos.

En esta misteriosa columna les quiero platicar de unos hermosos ratoncitos voladores que extrañamente disfrazados de Drácula y de Batmán, salen de sus cuevas al atardecer para divertirse en las casas umbrías y solitarias que están no muy lejos de los panteones. Chupan la sangre de sus víctimas hasta hacerlas desfallecer, haciéndolas caer en una palidez mortuoria y sensual con la que la que la misma Mortissshhha Adams literalmente “palidecería” de envidia, si pudiera emplearla eróticamente en alguno de los acosos que ejecuta en contra del ecuánime y a la vez y volcánico Homero, que tan fácilmente sucumbe a los hemáticos y francófonos chupeteos de su inquietante amada.

¿Recuerdan al famoso Conde Drácula, que ya casi para terminar el siglo XIX salió galante y terrorífico de la imaginativa pluma del escritor Bram Stoker? Un vampiro humano, aristócrata, galante y tenebroso que vivía en un castillo umbrío de la Valaquia en Transilvania, que pertenecía al entonces imperio Austro-Húngaro que es ahora Rumanía? Pues… él fue quien creó noveléscamente el sello macabro que hasta hoy perdura en nuestras mentes con la sola mención de la palabra “vampiro”. Un individuo -aparentemente muerto- que sale de su tumba por la noche, chupa la sangre de las personas dormidas -sobre todo bellas y sensuales damiselas- para alimentarse dejándolas -como pueden imaginarse- impávidas y anonadadas, para después huir ya cerca del amanecer hasta el frío refugio de su sepulcro.

Bueno; eso no está mal. El hacer una novela de las cosas cotidianas, es y ha sido siempre costumbre desde el principio de los siglos. Pero… de que los vampiros sean unos seres monstruosos ¡No! No lo debemos permitir, porque su utilidad en el balance de los ecosistemas es indispensable.
Miren: una cosa que se está estudiando acerca de ellos es la famosa Draculina, que aunque tiene un nombre igualmente tenebroso, es una proteína anticoagulante sumamente poderosa que, teniéndola los vampiros en sus colmillos, permite que la sangre siga fluyendo libremente durante un tiempo prolongado, cosa que es indispensable en laboratorios y hospitales; así mismo en casos de emergencia en el tratamiento de ataques y crisis cardiacas humanas.

Sabemos que a los ganaderos les dan un poco de problemas, porque donde muerde el vampiro, alguna mosca puede venir a poner sus huevecillos causando una infección terrible. Ahora, una solución para disminuir la plaga, es untando un poco de vaselina con anticoagulante en la espalda a uno de los vampiritos capturados, porque en su instinto social de limpieza mutua, otro compañero vendrá a tratar de limpiarlo,  comiéndose así su propio veneno.

Y, aunque el vampiro (Desmodus rotundus) sea tan sólo una variedad de murciélago que es hematófago, los demás, que comen mosquitos, frutas, o polen de las flores, también pagan el pato al ser juzgados como criminales por igual.

Pero miren, hay que dar gracias de que hay murciélagos, porque si no los hubiera… ¡Tampoco habría tequila…! Y esto sí que sería tragedia.
El murciélago común, al que los científicos le llaman pipistrello es quien, al tomar el néctar de los agaves, nos hace el favor de fecundar todas las plantitas azules y puntiagudas que nos dan el brioso Tequila “elixir de los dioses”.

Otro de ellos, como su dieta son los bichos y mosquitos que pesca en volandas, son el control natural de las plagas molestas que no nos dejan estar.
Otros más, al comer las frutas del monte, se ocupan de esparcir en sus heces las semillas que más tarde germinarán en a los lugares más diversos.
O sea que, aunque no sean nada guapitos, son más benéficos de lo que imaginamos, por lo que hay que protegerlos a toda costa.
Cosa curiosa es… que donde menos posibilidad hay de que existan murciélagos y vampiros es en la misma Transilvania donde empezó la leyenda macabra, ya que estas especies son más bien de regiones templadas, viven en climas moderados y húmedos, y son jacarandosos y buenas personas aunque vivan en cuevas y lugares sombríos.

Hay pues que proteger -al igual que a todo ser viviente- a estas ratitas voladoras, que siendo tan benéficas han sido satanizadas por leyendas misteriosas y destructivas.

El hecho de que el animal humano se haya “ciudadanizado” al extremo actual, ha hecho que perdamos sensibilidad y nos causen extrañeza las cosas de la naturaleza, con las que desde hace miles de años ha convivido en armonía nuestra especie humana.

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