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De viajes y aventuras
Los pájaros están en su lugar
GUADALAJARA, JALISCO (01/AGO/2010).- Así decía en una leyenda grabada visiblemente en la pared de uno de los corredores que rodeaban al hermoso patio-comedor del hotel El Mesón del Marqués en la Ciudad de Valladolid en Yucatán.
La leyenda estaba cuidadosamente escrita sobre el muro, donde una serie de jaulas vacías colgaban a manera de decoración bajo la arcada. Confieso que a primera vista no captamos el mensaje, aunque nos gustó la manera en que habían decorado el muro. Una fuente de cantera labrada y un enorme árbol central muy frondoso, formaban el completo del patio central de la casona de tiempos virreinales convertida actualmente en hotel.
Más tarde, a la hora de la comida, la mesa que nos asignaron quedaba en el portal, casi bajo el árbol y frente de la pared con las jaulas. Allá en las alturas, con sus trinos característicos, varios pajarillos discutían sus cuitas entre las ramas, haciéndole segunda a los cantos melodiosos de algún tenor incomprendido. Unas urracas negro-azules, con gran escándalo se bañaban en la fuente, mientras los listísimos agraristas pequeñitos, robaban las migajas de las mesas. En la pared, con las puertas abiertas, las románticas y decoradas jaulas parecían también estar cantando a la libertad.
Platicábamos que ese mensaje debía de haber sido puesto con sutileza por alguien amante de la naturaleza -muy sensible y hasta un poco poeta- cuando a nuestro lado, muy sonriente y cual dinamo viviente pasaba saludándonos una señora que irradiaba alegría… ¡Ella es…! ¡De seguro que ella es la autora del mensaje…! -dijimos al unísono-.
Levantándome de inmediato para saludarla, buen trabajo tuve para alcanzarla en su enérgica caminata de pequeños y veloces pasos. Las breves palabras amables y los saludos de ambas partes nos llevaron sin tardanza al emotivo tema: Efectivamente… doña Lupita Escalante -dueña del hotel- era la autora de aquella profunda enseñanza.
-Fíjense que extraño que alguien haya comprendido el mensaje- nos dijo.
-Por lo general, la mayoría de la gente me dice que es una estupidez-. Una carcajada entreverada en las palabras, acentuaba, no sin ironía, las experiencias que había vivido al respecto.
¿Estupidez?... pensamos. -Estupidez es no entender esa idea tan trascendente- comentamos con tristeza entre nosotros-.
El haber coincidido en aquel hotel y con aquellas personas, nos hizo que nuestro ánimo estuviera más que dispuesto para recorrer aquella amable ciudad tan cuidada, bella y ordenada.
Aunque, tristemente… algunos de los políticos en turno (de los que, claro que no entienden el mensaje de la pared) tienen en la mira destruir la parsimoniosa y señorial plaza principal donde algún día fue una rejollada (vaso captador de agua) para hacer un estacionamiento subterráneo y demostrar -a costa del urbanismo citadino- que en su periodo también se hacen tonterías.
“Un lugar para cada cosa, y cada cosa en su lugar” nos decían los abuelos: Los coches en la cochera y las familias -despaciosas y alegres- en la plaza principal.
Solo hay que ver lo que algunas otras ciudades en el mundo han padecido; y el trabajo que les ha costado enmendar los errores que como este (ojalá que no) están a punto de suceder.
Calles amplias; pocos coches; fachadas reconstruidas al estilo colonial original; colores pastel de diferentes tonos; macetones con plantas vivas y bien cuidadas marcando los tránsitos peatonales; circulación educada de uno y uno y cosas como estas, hacen de Valladolid una ciudad en donde se antoja vivir de “de ya pa’siempre”.
El cenote Zací (sac.qí) profundo, azul, bello y cavernoso, se encuentra a tan solo unos pasos de la plaza principal. ¿Visitarlo? Pos’ qué les digo… ¡Ni modo que no…! Hay que estarse ahí buen rato para comprender lo que son los ríos subterráneos de la península y sus afloramientos naturales, considerados sagrados por los mayas.
Traten de sacar ahí una buena foto porque, entre las luces del exterior y las formas oscuras de la caverna, si logran una buena… considérenla un trofeo.
El convento de Sisal, es también un destino obligado para entender los contrastes que hubieron entre las ideas conquistadoras, de costumbres y religiones ajenas; y el sometimiento -a querer y sin ganas- de quienes, habitando desde siempre la región, azorados, sufrieron el peso de las botas que quizás tampoco hubieran entendido el mensaje de las jaulas abiertas, en el muro de aquel hotel frente a la plaza de Zací (Valladolid) en Yucatán.
La leyenda estaba cuidadosamente escrita sobre el muro, donde una serie de jaulas vacías colgaban a manera de decoración bajo la arcada. Confieso que a primera vista no captamos el mensaje, aunque nos gustó la manera en que habían decorado el muro. Una fuente de cantera labrada y un enorme árbol central muy frondoso, formaban el completo del patio central de la casona de tiempos virreinales convertida actualmente en hotel.
Más tarde, a la hora de la comida, la mesa que nos asignaron quedaba en el portal, casi bajo el árbol y frente de la pared con las jaulas. Allá en las alturas, con sus trinos característicos, varios pajarillos discutían sus cuitas entre las ramas, haciéndole segunda a los cantos melodiosos de algún tenor incomprendido. Unas urracas negro-azules, con gran escándalo se bañaban en la fuente, mientras los listísimos agraristas pequeñitos, robaban las migajas de las mesas. En la pared, con las puertas abiertas, las románticas y decoradas jaulas parecían también estar cantando a la libertad.
Platicábamos que ese mensaje debía de haber sido puesto con sutileza por alguien amante de la naturaleza -muy sensible y hasta un poco poeta- cuando a nuestro lado, muy sonriente y cual dinamo viviente pasaba saludándonos una señora que irradiaba alegría… ¡Ella es…! ¡De seguro que ella es la autora del mensaje…! -dijimos al unísono-.
Levantándome de inmediato para saludarla, buen trabajo tuve para alcanzarla en su enérgica caminata de pequeños y veloces pasos. Las breves palabras amables y los saludos de ambas partes nos llevaron sin tardanza al emotivo tema: Efectivamente… doña Lupita Escalante -dueña del hotel- era la autora de aquella profunda enseñanza.
-Fíjense que extraño que alguien haya comprendido el mensaje- nos dijo.
-Por lo general, la mayoría de la gente me dice que es una estupidez-. Una carcajada entreverada en las palabras, acentuaba, no sin ironía, las experiencias que había vivido al respecto.
¿Estupidez?... pensamos. -Estupidez es no entender esa idea tan trascendente- comentamos con tristeza entre nosotros-.
El haber coincidido en aquel hotel y con aquellas personas, nos hizo que nuestro ánimo estuviera más que dispuesto para recorrer aquella amable ciudad tan cuidada, bella y ordenada.
Aunque, tristemente… algunos de los políticos en turno (de los que, claro que no entienden el mensaje de la pared) tienen en la mira destruir la parsimoniosa y señorial plaza principal donde algún día fue una rejollada (vaso captador de agua) para hacer un estacionamiento subterráneo y demostrar -a costa del urbanismo citadino- que en su periodo también se hacen tonterías.
“Un lugar para cada cosa, y cada cosa en su lugar” nos decían los abuelos: Los coches en la cochera y las familias -despaciosas y alegres- en la plaza principal.
Solo hay que ver lo que algunas otras ciudades en el mundo han padecido; y el trabajo que les ha costado enmendar los errores que como este (ojalá que no) están a punto de suceder.
Calles amplias; pocos coches; fachadas reconstruidas al estilo colonial original; colores pastel de diferentes tonos; macetones con plantas vivas y bien cuidadas marcando los tránsitos peatonales; circulación educada de uno y uno y cosas como estas, hacen de Valladolid una ciudad en donde se antoja vivir de “de ya pa’siempre”.
El cenote Zací (sac.qí) profundo, azul, bello y cavernoso, se encuentra a tan solo unos pasos de la plaza principal. ¿Visitarlo? Pos’ qué les digo… ¡Ni modo que no…! Hay que estarse ahí buen rato para comprender lo que son los ríos subterráneos de la península y sus afloramientos naturales, considerados sagrados por los mayas.
Traten de sacar ahí una buena foto porque, entre las luces del exterior y las formas oscuras de la caverna, si logran una buena… considérenla un trofeo.
El convento de Sisal, es también un destino obligado para entender los contrastes que hubieron entre las ideas conquistadoras, de costumbres y religiones ajenas; y el sometimiento -a querer y sin ganas- de quienes, habitando desde siempre la región, azorados, sufrieron el peso de las botas que quizás tampoco hubieran entendido el mensaje de las jaulas abiertas, en el muro de aquel hotel frente a la plaza de Zací (Valladolid) en Yucatán.