Suplementos
De viajes y aventuras
El Parque Nacional de Sagarmatha en Nepal
Sagarmatha “La Madre Sagrada de Todas las Nieves” con sus 8 mil 850 metros de altura, es (actualmente) la montaña más alta del mundo.
En nepalí, Sagarmatha se llama la hermosa montaña sagrada; y Chomo-Lung-Ma en el romántico, suave y golpeado idioma del Tíbet.
El nombre de Everest le fue dado (1842) en memoria a un valiente cartógrafo y agrimensor inglés que formaba parte de la Gran Medición Trigonométrica de la India, quien midiendo las cumbres descubrió que la altura de ésta montaña era superior a cualquier otra.
Si puntualizamos que “actualmente” es la montaña más alta del mundo, es porque dado que la Placa Tectónica de la India, al seguir insistentemente presionando contra la de Asia (que fue lo que dio nacimiento y altura a la cadena de los Himalayas) y estar haciendo un pequeño movimiento de giro en el sentido de las manecillas del reloj, hará que -en tiempos geológicos muy breves- la cadena del Karakorum (Pakistán) y su famoso “K2” (K por Karakorum, y 2 porque es la segunda cumbre) será aún más alta que el Everest.
La dicotomía entre los nombres se debe a que la dichosa línea divisoria entre el Tíbet (desgraciadamente ahora China) y Nepal, pasa exactamente por la cúspide de la montaña.
En el lado Sur es en donde, desde 1979 se encuentra el parque inscrito en los registros de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura) “como uno de los sitios en donde se dan fenómenos extraordinarios de excepcional belleza natural”.
Es impresionante ver a los sherpas caminando por entre las tortuosas veredas -con incipientes calzados o unas simples chancletas horcapollos, y a veces sumidos hasta las rodillas en la nieve- talonear por las escarpadas subidas pedregosas en altitudes en las que cualquier cristiano, por entrenado que esté se le dificultaría hasta el simple hecho de respirar.
En cambio ellos, llevando pesadas o voluminosas cargas, pacíficos, pragmáticos y siguiendo la filosofía del budismo, suben y bajan impresionantemente ligeros y alegres las escarpadas montañas. Los sherpas “los que vinieron del Este” en el siglo XIV siempre han considerado a las montañas como sagradas, y hasta tiempos recientes -debido al asedio del turismo deseoso de nuevas aventuras- había sido un sacrilegio escalarlas.
Edmund Hilary, seguido por el sherpa Tensing Norgay en 1953 rompió el hechizo, y ahora una plétora de escaladores (permiso en mano y a un alto costo) son los que atentan año con año vencer a la diosa de las nieves.
Al ir subiendo a la montaña, los climas y la vegetación van cambiando impresionantemente: bambús, pastos y terrazas de cultivo rodeados de floridos rododendros, enmarcan la visión casi vertical de las montañas de más delante.
Arbustos y juníperos comienzan a aparecer conforme crece la altitud, y más tarde entre los matorrales propios de la tundra se pueden observar las extrañas cabras de montaña y los románticos yaks, peludos, con sus cuernos enhiestos y grandes cencerros al cuello, llevando sus cargas rodeados de extrañas aves y aún mariposas.
Al ir desapareciendo la vegetación, el polvo comienza a ser seco fino y penetrante. Entre piedras, tierra y laderas escarpadas, las montañas se convierten en paredes, y los líquenes son la única vegetación que las colorea.
Los hielos imperan mientras se cobra altura. Las piedras agudas aparecen sin previo aviso entre el lodo, y los desfiladeros lucen impresionantes. Las cumbres, vivas y retadoras se pintan de azul y unos extraños cuervos negros, sonrientes revolotean en las alturas posándose burlones en las cimas escarpadas.
Grandes truscos de hielo rompiéndose en pedazos exhiben sus profundas grietas entre los serac (torres de hielo) de los glaciares.
La catarata de hielo Khumbu aparece, y volteando prácticamente al cielo, se divisa la alta cumbre del Lhotse (5 mil 501 mts.). El Nupse (7 mil 861 mts.) un poco más cercano. Y el Pumo-Ri a las espaldas.
Un espacio relativamente plano y pedregoso, atestado de casas de campaña desde donde no se puede divisar la anhelada cumbre soberbia, negra y triangular del Everest, nos hace realizar que estamos en el Campo Base (5 mil 364 mts.) de la montaña. Desde ahí, desde ese espacio gélido y engañoso, es de donde se inician paso a paso, idas y vueltas, peligros y más peligros, las riesgosas y acariciadas conquistas a la cumbre del mundo en la región más alta del Parque Sagarmatha.
Mis compañeros “hicieron cumbre” en mayo de 2004.
deviajesyaventuras@informador.com.mx
En nepalí, Sagarmatha se llama la hermosa montaña sagrada; y Chomo-Lung-Ma en el romántico, suave y golpeado idioma del Tíbet.
El nombre de Everest le fue dado (1842) en memoria a un valiente cartógrafo y agrimensor inglés que formaba parte de la Gran Medición Trigonométrica de la India, quien midiendo las cumbres descubrió que la altura de ésta montaña era superior a cualquier otra.
Si puntualizamos que “actualmente” es la montaña más alta del mundo, es porque dado que la Placa Tectónica de la India, al seguir insistentemente presionando contra la de Asia (que fue lo que dio nacimiento y altura a la cadena de los Himalayas) y estar haciendo un pequeño movimiento de giro en el sentido de las manecillas del reloj, hará que -en tiempos geológicos muy breves- la cadena del Karakorum (Pakistán) y su famoso “K2” (K por Karakorum, y 2 porque es la segunda cumbre) será aún más alta que el Everest.
La dicotomía entre los nombres se debe a que la dichosa línea divisoria entre el Tíbet (desgraciadamente ahora China) y Nepal, pasa exactamente por la cúspide de la montaña.
En el lado Sur es en donde, desde 1979 se encuentra el parque inscrito en los registros de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura) “como uno de los sitios en donde se dan fenómenos extraordinarios de excepcional belleza natural”.
Es impresionante ver a los sherpas caminando por entre las tortuosas veredas -con incipientes calzados o unas simples chancletas horcapollos, y a veces sumidos hasta las rodillas en la nieve- talonear por las escarpadas subidas pedregosas en altitudes en las que cualquier cristiano, por entrenado que esté se le dificultaría hasta el simple hecho de respirar.
En cambio ellos, llevando pesadas o voluminosas cargas, pacíficos, pragmáticos y siguiendo la filosofía del budismo, suben y bajan impresionantemente ligeros y alegres las escarpadas montañas. Los sherpas “los que vinieron del Este” en el siglo XIV siempre han considerado a las montañas como sagradas, y hasta tiempos recientes -debido al asedio del turismo deseoso de nuevas aventuras- había sido un sacrilegio escalarlas.
Edmund Hilary, seguido por el sherpa Tensing Norgay en 1953 rompió el hechizo, y ahora una plétora de escaladores (permiso en mano y a un alto costo) son los que atentan año con año vencer a la diosa de las nieves.
Al ir subiendo a la montaña, los climas y la vegetación van cambiando impresionantemente: bambús, pastos y terrazas de cultivo rodeados de floridos rododendros, enmarcan la visión casi vertical de las montañas de más delante.
Arbustos y juníperos comienzan a aparecer conforme crece la altitud, y más tarde entre los matorrales propios de la tundra se pueden observar las extrañas cabras de montaña y los románticos yaks, peludos, con sus cuernos enhiestos y grandes cencerros al cuello, llevando sus cargas rodeados de extrañas aves y aún mariposas.
Al ir desapareciendo la vegetación, el polvo comienza a ser seco fino y penetrante. Entre piedras, tierra y laderas escarpadas, las montañas se convierten en paredes, y los líquenes son la única vegetación que las colorea.
Los hielos imperan mientras se cobra altura. Las piedras agudas aparecen sin previo aviso entre el lodo, y los desfiladeros lucen impresionantes. Las cumbres, vivas y retadoras se pintan de azul y unos extraños cuervos negros, sonrientes revolotean en las alturas posándose burlones en las cimas escarpadas.
Grandes truscos de hielo rompiéndose en pedazos exhiben sus profundas grietas entre los serac (torres de hielo) de los glaciares.
La catarata de hielo Khumbu aparece, y volteando prácticamente al cielo, se divisa la alta cumbre del Lhotse (5 mil 501 mts.). El Nupse (7 mil 861 mts.) un poco más cercano. Y el Pumo-Ri a las espaldas.
Un espacio relativamente plano y pedregoso, atestado de casas de campaña desde donde no se puede divisar la anhelada cumbre soberbia, negra y triangular del Everest, nos hace realizar que estamos en el Campo Base (5 mil 364 mts.) de la montaña. Desde ahí, desde ese espacio gélido y engañoso, es de donde se inician paso a paso, idas y vueltas, peligros y más peligros, las riesgosas y acariciadas conquistas a la cumbre del mundo en la región más alta del Parque Sagarmatha.
Mis compañeros “hicieron cumbre” en mayo de 2004.
deviajesyaventuras@informador.com.mx