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Otra curiosidad de nuestro México Surrealista: La Peña de Bernal

Es una piedra. Una sola piedra del tamaño de una montaña. Una sola roca saliendo de la tierra plana... monolítica, fuerte, intensa, sólida, altiva, altanera, agresiva, orgullosa, imponente, tosca, dulce, bella, tierna, apasionante, intrigante, obsesiva, intimidante y cautivadora; dura cómo piedra por afuera y ... hueco su interior; hueco y  repleto de misterios y leyendas.

En el principio de los tiempos... (y dicen que esto sí es bien cierto) los alrededores de la peña estaban habitados por enanos. Unos enanitos industriosos que trabajaban sin cesar noches y días completos con sus hornos y calderos, modelando los metales que encontraban fácilmente en los huecos del peñón. Un buen día, empezaron a escarbar por una grieta que la piedra tenía entre sus costillas y, descubrieron que todo su interior era de oro. ¡De puro oro macizo!

Después de hacer un gran festín para celebrar el enorme hallazgo, pusieron manos a la obra. Se empezaron a meter por las grietas más visibles, sin fijarse que al llegar a las vetas más abundantes se estaban comiendo la montaña por adentro.

Tan grande era su entusiasmo, que ahí mismo instalaron sus peroles, y también hasta construyeron sus casas y viviendas. Tal era su codicia que no tenían  interés alguno en salir al exterior.

Pasaron años y siglos en esos menesteres, y cuando se acabaron todas las tripas de la roca, y al ver el error a que les había llevado su ambición, decidieron cómo castigo propio, y para resarcir el daño causado a esa piedra tan sagrada, se quedarían ahí dentro por siempre, para cuidarla y protegerla.   
 
¡Gracias enanitos!  ¡Han hecho un buen trabajo...! Gracias a ustedes la peña sigue muy bonita pese a los siglos y los siglos que han pasado desde aquel entonces.

Aztecas, Zapotecas, Chichimecas y Otomíes más tarde se asentaron en el lugar, en tiempos diferentes y con  dioses diferentes; pero siempre, hasta dónde se sabe, todos ellos, quienes vivieron en las cercanías, siempre tuvieron a la  sólida montaña monolítica cómo una  verdadera joya; a veces diosa y a veces piedra.

Después llegó el teúl, el hombre blanco, con nuevos dioses, y nuevas costumbre que fueron  impuestas al conquistado para dolor de los hombres y... creo, también de la montaña. Llegaron reclamando tierras, vidas y riquezas que no les pertenecían, y destruyendo esencias que no entendían.

Seattle, el sabio Jefe Indio, en 1854 escribió... “¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, o el calor de la tierra?  No somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas. Cada pedazo de la tierra es sagrada para el hombre que la habita; cada mata de pino, cada  piedra del cerro, cada gota de rocío en los bosques, cada sonido de un insecto, es sagrado para quien lo goza.

El hombre blanco es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita, y una vez conquistada, sigue su camino dejando tumbas abiertas sin importarle nada. No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, no hay sitio dónde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en primavera, o cómo aletean los insectos. La tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Todo va enlazado, cómo la sangre que une a la familia.

Todo va enlazado. Se extinguirán los hombres cuando contaminen sus lechos, y... una noche perecerán  ahogados en sus propios excrementos.”  

N.B. La Peña de Bernal está un poco delante de Querétaro, tomando una desviación hacia el Poniente rumbo a Tequisquiapan

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