Suplementos
De viajes y aventuras
“Un relato de lo que sucedió allá en la selva”
Ya las aguas habían pasado.
Ya al monte le había pasado la furia del verdor.
Ya de aquella furia nomás le quedaba el rencor de las espinas; de esas que te agarran como si fueran uñas de tigre para impedirte el paso celosas de que te metas en sus tierras; de esas que con la semi-seca se hacen -las carámbas- cómo mas duras y enconosas y hasta sanguinarias; luego lueguito te sacan el hilito de sangre cómo si estuvieran llamando a las moscas para ayudar a detener al intruso.
Hay veces que hasta parece que se juntan adrede para amarrarte los pies y hacer que caigas redondito en la tierra esponjosa del solazo pa`que agarres unas cuantas güinas que se te meten hasta dónde te platiqué; y lo peor es que ni las sientes hasta que las sientes; y cuando te andas queriendo rascar los piquetes del zancudo, te encuentras una bolita como si fuera una berruguita durita cómo si fuera de hule, llena de tu misma sangre.
¡ El monte es bien celoso...! Ya lo dije... celoso y muy malvado.
El solazo aplastado en la cabeza y las chicharras ensordeciendo el ambiente bochornoso acrecientan la claustrofobia al querer ver cumbre, barranca tras barranca entre las hojas espinosas. Luces y sombras de figuras sin forma confunden tu pensar entre el olor a tierra requemada y a hierba machucada.
A las mil quinientas, después de mucho caminar y sin saber por
dónde; por ay cómo por la hora de la comida, se oyeron los ladridos de
los perros.
-Si hay perros, hay gente... pensé; y si hay gente hay casas...
-Ira tu... semiase que ese que viene ahí, es Don Pedro... -oí que decía alguien entre el matujal-
-Mi-nomás cómo viene ...! -dijo otro alguien-
-Ni lo conocía de tan raspado... -terció la primera voz-
Y el ladrerío de los perros... y la grita de los cóconos... y los chiquillos que corrían a recoger a los mas chiquillos sentados en la tierra... las mamás regañaban a los mocosos... los hombres a los perros y... las chicharras se callaron... se callaron y salió Don Agus.
Viejo, viejo. Chiquito y corrioso, estaba siestiando entreverado en las sombras de un mezquite.... salió, y me dijo mientras caminaba amodorrado a recibirme.
-Dichosos los ojos...! ¡Ora si que va a llover pa´rriba...! gruñó-
Tres dientes tenía (yo le conocía cuatro). La misma sonrisa de “aquí no ha pasado nada” salía entre un mar de arrugas requemadas que comenzaban en el sombrero y terminaban en los guaraches. Don Agus parecía un cuaderno de arrugas donde, en una de sus páginas aparecían sus ojillos de obsidiana y en la siguiente su alegría que se desbordaba entre los badajos de sus dientes.
-Ire nomás Don Agus...! A dónde vine a dar- le dije.-Y yo que me creía perdido, asegundé-
-Ey, si... Muy perdido, pero bien que dió...! No se le quita lo mentiroso ni con lo pelón, me albureó cómo para hacerme sentir en casa- (creo).
-Del puro gusto, voy a ir por la vaquilla cerrera que le prometí l´otra vez, y vamos a hacer unas carnitas pa´ festejar- dijo.
-Ay en el mientras, que le preparen unas tlashcalli totonque (tortillas calientes en nahuatl) de las que le gustan. Yo por ay de mañana o pasado bajo pa´bajo de regreso. Orita que la luna está brillante, me le puedo acercar mejor a la vaquilla- gritó sin voltear, mientras se metía en la espesura de la selva.
La Doña salió agachándose; abriéndose paso entre las palmas del techo con una mano, y con la otra sosteniendo un chiquihuite humeante de vapor, de vapor y de los puntos-de-cruz con que había bordado la elegante servilleta con la que cubría las calientitas tlashcallis.
-Ire… ay le traigo pa´ que se arrime a comer- me dijo.
-Mi nomás cómo viene...! Parece que lo arañaron los gatos. Orita. le traigo un trapo mojado pa´ que se le calme el escozor de los arañazos- dijo preocupada mientras se volvía a meter en su casita.
La Doña vestía toda de blanco con bordados de figuras regionales. Un cinto de color ataba los años morenos que su piel había vivido, haciendo un todo con los punto-de-cruz de su huipil muy blanco. Sobre la cabeza, un manto de color muy bien doblado. La Doña olía... olía a lo que olía su oficio; a leña, a masa, a nixtamal y a leche; a casa, a hogar y a monte; a monte y a flores del monte
En sus ojos se condensaban los conocimientos aprendidos. Veía con ésa manera de ver que me gusta tanto. Veía a los ojos… y también detrás de ellos. Eran tan claros. No me acuerdo de que color pero eran claros. No me acuerdo si eran claros de color, o de saber. No... no me acuerdo, pero eran claros, me acuerdo.
De Don Agus nunca volvimos a saber nada...
Se fue pal´ monte y ... ¡Sabe dios...!
Al año siguiente volví, y se repitió la estrofa.
Salieron los perros, volaron los cóconos, chillaron los chiquillos, se callaron las chicharras, el sol aplastado, la tierra revolcada y Don Agus… en una hamaca entreverado en las sombras del mezquite espantándose el sancudero con la mano izquierda.
-Don Agus... qué pasó con usté... Nomás desapareció...!
-Ira Don Pedrito... ora no se me cayeron dientes… ora se me cayeron dedos- me dijo, sonriendo.
-Te acuerdas de la vaquilla aquella que... tal y tal...? No pos, en la luna, la vide rete cequitas… Y que la lazo... Y que le hecho el pial... Y que me jala... Y que le echo la soga a la cabeza de la silla... No, pos nomás chirriába, pero raro, cómo que en blandito... Yo nomás sentía caliente... No sabía si era el coraje, o que ya la había agarrado y era la emoción... Le trinqué mas todavía, y en eso que empiezo a sentir mojado el pantalón... Pos qué pues es esto. De que se trata dije. Dije y me empiné pa ver la cosa del calor que yo sentía... No, pos el sangrerío... Y la mano... calientita. Me conté los dedos y solo dos tenía. No me lo vas a creer, pero se me fue la condenada vaquilla- me contaba embelezado.
-Ira, me amarré la mano con la misma soga, y me dormí ahí
mismito donde todo sucedió. Con todo el corajón baje dos días después
ya bien muerto de la sé.
-Ira... me dije a mi mismo; ya ni la burla me van a perdonar… tan viejo y no poder agarrar una vaquilla-.
-Oye Agus, pero bien te pudo haber matado...- le contesté azorado.
-Aquí están las tlashcalli totonque ca ishul,- terció la Doña anunciando que las tortillas ahora traían frijoles.
-Qué me va a matar ni que ocho cuartos- dijo levantándose. -Orita voy por la mentada vaquilla, porque ahora si la voy a trer, y la vamos a festejar; ay les encargo- y desapareció de nuevo entre el monte.
-Este hombre... -dijo la doña- de que dice “éste macho es mi mula”... ni quien lo pare.
-Pero, Agus... pérate. No es pa´ tanto- le dije
Así arrancó pal monte sin más ni más. Ni mochila, ni agua, ni nada. Solo con un solo pensamiento... la vaquilla, la fiesta... lo demás era lo de menos.
Dos días después bajó Don Agus con su vaquilla, y con una sonrisa de oreja a oreja meneándose con los dos dedos que le quedaban las medallas prendidas en su uniforme imaginario
La mano izquierda la traía amarrada, bien amarrada a las bridas del caballo; y a la cabeza de la silla, la soga con la que jalaba la vaquilla.
La fiesta sucedió al día siguiente. Los hombres destazaban la vaquilla. Las mujeres preparaban las cazuelas. Los chiquillos berreaban con sus mocos. Los perros ladraban sin saber a qué. La Doña ordenaba su cocina. La vaquilla exhibía su desnudez. Las moscas se embriagaban con la orgía. El sol aplastante desdibujaba la macabra escena. Las chicharras abrumaban con su canto tenso.
El olor a sangre y a carne fresca enervaba los espíritus. El polvo suelto acentuaba los olores. El sudor de los hombres olía a fierro. El sudor de las mujeres olía a leña. La tierra olía a pasión y a nausea El calor sabía a sudor; a sudor y a hierbas. El sol tosía con la humareda. Los hombres bebían para agarrar mas juerza. Las mujeres platicaban chismes. Y Don Agus... Don Agus se entreverába en las sombras del mezquite.
Ya las aguas... Ya las aguas, ya habían pasado.
deviajesyaventuras@informador.com.mx
Ya al monte le había pasado la furia del verdor.
Ya de aquella furia nomás le quedaba el rencor de las espinas; de esas que te agarran como si fueran uñas de tigre para impedirte el paso celosas de que te metas en sus tierras; de esas que con la semi-seca se hacen -las carámbas- cómo mas duras y enconosas y hasta sanguinarias; luego lueguito te sacan el hilito de sangre cómo si estuvieran llamando a las moscas para ayudar a detener al intruso.
Hay veces que hasta parece que se juntan adrede para amarrarte los pies y hacer que caigas redondito en la tierra esponjosa del solazo pa`que agarres unas cuantas güinas que se te meten hasta dónde te platiqué; y lo peor es que ni las sientes hasta que las sientes; y cuando te andas queriendo rascar los piquetes del zancudo, te encuentras una bolita como si fuera una berruguita durita cómo si fuera de hule, llena de tu misma sangre.
¡ El monte es bien celoso...! Ya lo dije... celoso y muy malvado.
El solazo aplastado en la cabeza y las chicharras ensordeciendo el ambiente bochornoso acrecientan la claustrofobia al querer ver cumbre, barranca tras barranca entre las hojas espinosas. Luces y sombras de figuras sin forma confunden tu pensar entre el olor a tierra requemada y a hierba machucada.
A las mil quinientas, después de mucho caminar y sin saber por
dónde; por ay cómo por la hora de la comida, se oyeron los ladridos de
los perros.
-Si hay perros, hay gente... pensé; y si hay gente hay casas...
-Ira tu... semiase que ese que viene ahí, es Don Pedro... -oí que decía alguien entre el matujal-
-Mi-nomás cómo viene ...! -dijo otro alguien-
-Ni lo conocía de tan raspado... -terció la primera voz-
Y el ladrerío de los perros... y la grita de los cóconos... y los chiquillos que corrían a recoger a los mas chiquillos sentados en la tierra... las mamás regañaban a los mocosos... los hombres a los perros y... las chicharras se callaron... se callaron y salió Don Agus.
Viejo, viejo. Chiquito y corrioso, estaba siestiando entreverado en las sombras de un mezquite.... salió, y me dijo mientras caminaba amodorrado a recibirme.
-Dichosos los ojos...! ¡Ora si que va a llover pa´rriba...! gruñó-
Tres dientes tenía (yo le conocía cuatro). La misma sonrisa de “aquí no ha pasado nada” salía entre un mar de arrugas requemadas que comenzaban en el sombrero y terminaban en los guaraches. Don Agus parecía un cuaderno de arrugas donde, en una de sus páginas aparecían sus ojillos de obsidiana y en la siguiente su alegría que se desbordaba entre los badajos de sus dientes.
-Ire nomás Don Agus...! A dónde vine a dar- le dije.-Y yo que me creía perdido, asegundé-
-Ey, si... Muy perdido, pero bien que dió...! No se le quita lo mentiroso ni con lo pelón, me albureó cómo para hacerme sentir en casa- (creo).
-Del puro gusto, voy a ir por la vaquilla cerrera que le prometí l´otra vez, y vamos a hacer unas carnitas pa´ festejar- dijo.
-Ay en el mientras, que le preparen unas tlashcalli totonque (tortillas calientes en nahuatl) de las que le gustan. Yo por ay de mañana o pasado bajo pa´bajo de regreso. Orita que la luna está brillante, me le puedo acercar mejor a la vaquilla- gritó sin voltear, mientras se metía en la espesura de la selva.
La Doña salió agachándose; abriéndose paso entre las palmas del techo con una mano, y con la otra sosteniendo un chiquihuite humeante de vapor, de vapor y de los puntos-de-cruz con que había bordado la elegante servilleta con la que cubría las calientitas tlashcallis.
-Ire… ay le traigo pa´ que se arrime a comer- me dijo.
-Mi nomás cómo viene...! Parece que lo arañaron los gatos. Orita. le traigo un trapo mojado pa´ que se le calme el escozor de los arañazos- dijo preocupada mientras se volvía a meter en su casita.
La Doña vestía toda de blanco con bordados de figuras regionales. Un cinto de color ataba los años morenos que su piel había vivido, haciendo un todo con los punto-de-cruz de su huipil muy blanco. Sobre la cabeza, un manto de color muy bien doblado. La Doña olía... olía a lo que olía su oficio; a leña, a masa, a nixtamal y a leche; a casa, a hogar y a monte; a monte y a flores del monte
En sus ojos se condensaban los conocimientos aprendidos. Veía con ésa manera de ver que me gusta tanto. Veía a los ojos… y también detrás de ellos. Eran tan claros. No me acuerdo de que color pero eran claros. No me acuerdo si eran claros de color, o de saber. No... no me acuerdo, pero eran claros, me acuerdo.
De Don Agus nunca volvimos a saber nada...
Se fue pal´ monte y ... ¡Sabe dios...!
Al año siguiente volví, y se repitió la estrofa.
Salieron los perros, volaron los cóconos, chillaron los chiquillos, se callaron las chicharras, el sol aplastado, la tierra revolcada y Don Agus… en una hamaca entreverado en las sombras del mezquite espantándose el sancudero con la mano izquierda.
-Don Agus... qué pasó con usté... Nomás desapareció...!
-Ira Don Pedrito... ora no se me cayeron dientes… ora se me cayeron dedos- me dijo, sonriendo.
-Te acuerdas de la vaquilla aquella que... tal y tal...? No pos, en la luna, la vide rete cequitas… Y que la lazo... Y que le hecho el pial... Y que me jala... Y que le echo la soga a la cabeza de la silla... No, pos nomás chirriába, pero raro, cómo que en blandito... Yo nomás sentía caliente... No sabía si era el coraje, o que ya la había agarrado y era la emoción... Le trinqué mas todavía, y en eso que empiezo a sentir mojado el pantalón... Pos qué pues es esto. De que se trata dije. Dije y me empiné pa ver la cosa del calor que yo sentía... No, pos el sangrerío... Y la mano... calientita. Me conté los dedos y solo dos tenía. No me lo vas a creer, pero se me fue la condenada vaquilla- me contaba embelezado.
-Ira, me amarré la mano con la misma soga, y me dormí ahí
mismito donde todo sucedió. Con todo el corajón baje dos días después
ya bien muerto de la sé.
-Ira... me dije a mi mismo; ya ni la burla me van a perdonar… tan viejo y no poder agarrar una vaquilla-.
-Oye Agus, pero bien te pudo haber matado...- le contesté azorado.
-Aquí están las tlashcalli totonque ca ishul,- terció la Doña anunciando que las tortillas ahora traían frijoles.
-Qué me va a matar ni que ocho cuartos- dijo levantándose. -Orita voy por la mentada vaquilla, porque ahora si la voy a trer, y la vamos a festejar; ay les encargo- y desapareció de nuevo entre el monte.
-Este hombre... -dijo la doña- de que dice “éste macho es mi mula”... ni quien lo pare.
-Pero, Agus... pérate. No es pa´ tanto- le dije
Así arrancó pal monte sin más ni más. Ni mochila, ni agua, ni nada. Solo con un solo pensamiento... la vaquilla, la fiesta... lo demás era lo de menos.
Dos días después bajó Don Agus con su vaquilla, y con una sonrisa de oreja a oreja meneándose con los dos dedos que le quedaban las medallas prendidas en su uniforme imaginario
La mano izquierda la traía amarrada, bien amarrada a las bridas del caballo; y a la cabeza de la silla, la soga con la que jalaba la vaquilla.
La fiesta sucedió al día siguiente. Los hombres destazaban la vaquilla. Las mujeres preparaban las cazuelas. Los chiquillos berreaban con sus mocos. Los perros ladraban sin saber a qué. La Doña ordenaba su cocina. La vaquilla exhibía su desnudez. Las moscas se embriagaban con la orgía. El sol aplastante desdibujaba la macabra escena. Las chicharras abrumaban con su canto tenso.
El olor a sangre y a carne fresca enervaba los espíritus. El polvo suelto acentuaba los olores. El sudor de los hombres olía a fierro. El sudor de las mujeres olía a leña. La tierra olía a pasión y a nausea El calor sabía a sudor; a sudor y a hierbas. El sol tosía con la humareda. Los hombres bebían para agarrar mas juerza. Las mujeres platicaban chismes. Y Don Agus... Don Agus se entreverába en las sombras del mezquite.
Ya las aguas... Ya las aguas, ya habían pasado.
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