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De viaje y aventuras
“La escalera milagrosa de Santa Fe”
Bueno… de los milagros no respondo; pero de que la ví, la vi. Y me consta que ahí está muy paradita e impecable esa escalera increíble meticulosamente labrada que desafía los más elementales principios de física y los más complicados diseños arquitectónicos y constructivos.
Ahí está, hermosa y esbelta ante los ojos de creyentes y escépticos; y no hablo de la fe, sino de la lógica de un cálculo estructural.
Treinta y tres peldaños tiene bien marcados -que dicen que hablan de la edad de Jesucristo-, retorcida y elegante sube hasta el coro dando dos giros completos de 360º sin ningún soporte central.
¿Increíble? Si. ¿Verdadero? Me consta. Y le constará a quien vaya a Santa Fe en Nuevo México a visitar la capilla que mandaron hacer las Hermanas de Loreto, allá por los años del 1870 tratando de seguir el modelo gótico de la Saint-Chapelle de París.
Ay les va un poco de la historia de esta escalera (aclarando que estoy cómo aquel tan querido columnista “P. Lusa” que escribía una columna que intitulaba…”Cómo me lo contaron, te lo cuento”).
Y dejo transcurrir en el teclado mis dos dedos escritores para platicarles un poco de lo que buenamente pude entender del inglés, que con dedicación se afanaba en explicarme -entre los resoplidos de oxígeno que llegaban a su nariz como pago de los años de fumador empedernido- un señor muy guapo, bien vestido, de tez blanco-rojiza, alto, pelo blanco y muy amable, que estaba encargado de vigilar aquella milagrosa maravilla de ingeniería y de carpintería.
Aquel señorón -que parecía que hubiese comandado algún acorazado de los que desembarcaron el día “D” en las playas de Normandía en la Segunda Guerra Mundial- con todo su elegante porte, me platicaba con orgullo de la escalera, de tal manera que me hacía sentir como si me estuviera describiendo las cualidades del barco que un día comandara.
La escalera que es circular, de caracol, treinta y tres escalones ascienden sin ningún soporte hasta el piso del coro donde se sostiene la parte superior -nos decía el viejo lobo de mar-; y allá, muchos metros mas abajo, en el piso de la iglesia, increíblemente descansa todo el peso de ella.
Y lo más increíble es –aseveraba entusiasmado- que no se usó en su construcción ni un solo clavo, ni goma o pegadura alguna; solamente, con maestría e ingenio, se usaron clavijas de madera de sección cuadrada, para evitar los deslizamientos que las formas redondas pudieran admitir al sostener las placas de madera que una a una iban siendo colocadas, venciendo la intrincada descomposición de fuerzas que la gravedad que exige una estructura tan compleja.
Algunos técnicos han opinado que los travesaños curvos fueron puestos con tal precisión, que tan solo al empalmarlos en siete lugares por adentro y en nueve lugares por afuera, hacen que cada pieza forme parte de una curva perfecta que se sostiene en si misma (?).
Además, su forma de caracol que da dos veces la vuelta completa de 360º hace sentir un cierto muelleo al escalarla. O bien al cargarla –increíblemente- con el peso de las 33 personas (una en cada escalón) que pudimos ver cuando las cantantes del coro subieron, con confianza, a realizar los cánticos que habitualmente a esa hora les estaban asignados
El pasamanos, le fue agregado posteriormente por el temor que sentían al descender por ella sin más apoyo que la fe de cada una. Aquella barandilla -es bueno decirlo- fue aceptado por todas ellas con agrado.
Las leyendas dicen, que ningún carpintero de la región habría aceptado este encargo por considerarlo imposible. Pero un buen día, y después de hacer un bonche de oraciones, al terminar una novena a San José, un buen hombre canoso y desconocido que montaba un burro, se presentó sin mas cosa que una caja cargada con herramientas primitivas ofreciendo construir la famosa escalera.
Al cabo de seis meses de trabajo, desapareció de inmediato como por arte de magia (o de milagro -dicen-) sin haber solicitado pago alguno, y la escalera estaba maravillosamente terminada. La leyenda dice que fue el mismísimo San José quien la construyó (sic).
Por eso, al igual que P.Lusa digo… “Cómo me lo contaron te lo cuento”; y no respondo por más.
Pero de que esta escalera es un prodigio… eso que ni que.
En una pasada por Santa Fe, no dejen de verla. Creo que es de las maravillas que hay que ver; y más si alguien de ustedes ha tratado de hacer una escalera como ésta sin pedir a la divinidad que les haga el milagrito.
deviajesyaventuiras@informador.com.mx
Ahí está, hermosa y esbelta ante los ojos de creyentes y escépticos; y no hablo de la fe, sino de la lógica de un cálculo estructural.
Treinta y tres peldaños tiene bien marcados -que dicen que hablan de la edad de Jesucristo-, retorcida y elegante sube hasta el coro dando dos giros completos de 360º sin ningún soporte central.
¿Increíble? Si. ¿Verdadero? Me consta. Y le constará a quien vaya a Santa Fe en Nuevo México a visitar la capilla que mandaron hacer las Hermanas de Loreto, allá por los años del 1870 tratando de seguir el modelo gótico de la Saint-Chapelle de París.
Ay les va un poco de la historia de esta escalera (aclarando que estoy cómo aquel tan querido columnista “P. Lusa” que escribía una columna que intitulaba…”Cómo me lo contaron, te lo cuento”).
Y dejo transcurrir en el teclado mis dos dedos escritores para platicarles un poco de lo que buenamente pude entender del inglés, que con dedicación se afanaba en explicarme -entre los resoplidos de oxígeno que llegaban a su nariz como pago de los años de fumador empedernido- un señor muy guapo, bien vestido, de tez blanco-rojiza, alto, pelo blanco y muy amable, que estaba encargado de vigilar aquella milagrosa maravilla de ingeniería y de carpintería.
Aquel señorón -que parecía que hubiese comandado algún acorazado de los que desembarcaron el día “D” en las playas de Normandía en la Segunda Guerra Mundial- con todo su elegante porte, me platicaba con orgullo de la escalera, de tal manera que me hacía sentir como si me estuviera describiendo las cualidades del barco que un día comandara.
La escalera que es circular, de caracol, treinta y tres escalones ascienden sin ningún soporte hasta el piso del coro donde se sostiene la parte superior -nos decía el viejo lobo de mar-; y allá, muchos metros mas abajo, en el piso de la iglesia, increíblemente descansa todo el peso de ella.
Y lo más increíble es –aseveraba entusiasmado- que no se usó en su construcción ni un solo clavo, ni goma o pegadura alguna; solamente, con maestría e ingenio, se usaron clavijas de madera de sección cuadrada, para evitar los deslizamientos que las formas redondas pudieran admitir al sostener las placas de madera que una a una iban siendo colocadas, venciendo la intrincada descomposición de fuerzas que la gravedad que exige una estructura tan compleja.
Algunos técnicos han opinado que los travesaños curvos fueron puestos con tal precisión, que tan solo al empalmarlos en siete lugares por adentro y en nueve lugares por afuera, hacen que cada pieza forme parte de una curva perfecta que se sostiene en si misma (?).
Además, su forma de caracol que da dos veces la vuelta completa de 360º hace sentir un cierto muelleo al escalarla. O bien al cargarla –increíblemente- con el peso de las 33 personas (una en cada escalón) que pudimos ver cuando las cantantes del coro subieron, con confianza, a realizar los cánticos que habitualmente a esa hora les estaban asignados
El pasamanos, le fue agregado posteriormente por el temor que sentían al descender por ella sin más apoyo que la fe de cada una. Aquella barandilla -es bueno decirlo- fue aceptado por todas ellas con agrado.
Las leyendas dicen, que ningún carpintero de la región habría aceptado este encargo por considerarlo imposible. Pero un buen día, y después de hacer un bonche de oraciones, al terminar una novena a San José, un buen hombre canoso y desconocido que montaba un burro, se presentó sin mas cosa que una caja cargada con herramientas primitivas ofreciendo construir la famosa escalera.
Al cabo de seis meses de trabajo, desapareció de inmediato como por arte de magia (o de milagro -dicen-) sin haber solicitado pago alguno, y la escalera estaba maravillosamente terminada. La leyenda dice que fue el mismísimo San José quien la construyó (sic).
Por eso, al igual que P.Lusa digo… “Cómo me lo contaron te lo cuento”; y no respondo por más.
Pero de que esta escalera es un prodigio… eso que ni que.
En una pasada por Santa Fe, no dejen de verla. Creo que es de las maravillas que hay que ver; y más si alguien de ustedes ha tratado de hacer una escalera como ésta sin pedir a la divinidad que les haga el milagrito.
deviajesyaventuiras@informador.com.mx