México
La superioridad moral
Queremos que acaben con los criminales, en caliente si es necesario, pero si se les pasa la mano, eso sí, que no nos toque a nosotros engrosar la lista de los ‘‘daños colaterales’’
El lunes en este espacio (ver “Mátenlos en caliente”) comentábamos que a raíz de actos innombrables cometidos recientemente por delincuentes, como la matanza de los 72 inmigrantes, cada vez más voces defienden que la Policía Federal y las Fuerzas Armadas no se detengan en “sutilezas jurídicas” —como ponía un lector— a la hora de hacerles frente.
Justo a unas horas, miembros del Ejército habían matado por error a un padre y su hijo en una carretera en Nuevo León. El hecho viene a recordarnos que el mal uso de la fuerza pública o el exceso de ella trae trágicas consecuencias. Y eso también asusta.
Entonces, queremos que acaben con los criminales, en caliente si es necesario, pero si se les pasa la mano, o se equivocan, eso sí, que no nos toque a nosotros engrosar la lista de los “daños colaterales”. El miedo a los criminales y la desconfianza justificada frente a las instituciones de procuración de justicia no nos puede llevar a olvidar que si le damos a alguien, a quien sea, la posibilidad de usar la fuerza absoluta a discreción, sin reglas ni consecuencias, nos exponemos a ser las próximas víctimas.
El lunes entrevisté al Presidente y aproveché para preguntarle al respecto. Respondió: “El Estado debe ser superior moralmente, y la superioridad la va a definir… una política de legalidad y una política de derechos humanos. Sé que es difícil, no todas las circunstancias son igualmente manejables, ésa es la verdad (…) El punto general es: tenemos que mantener la superioridad moral, y eso sólo lo vamos a hacer en la medida en que empujemos, precisamente, nuestras prácticas al respeto de los derechos humanos y de los oponentes”.
Y contó lo siguiente: “En Guerrero, un criminal por represalia de que le había capturado el Ejército a equis servidor de él, en una noche de exceso, no sé si de drogas o de alcohol, lo que sea, mandó ejecutar a 10 militares con la consigna de que por cada sicario que le agarrara el Ejército él iba a matar 10 militares. Y, efectivamente, su gente fue esa noche y agarraron a una cocinera, a un afanador, o sea, miembros del Ejército… en un acto totalmente cobarde los asesinaron y los decapitaron.
Tiempo después, el Ejército logra capturar a este tipo, y va y lo presenta al Ministerio Público. Yo sé lo que significa para esos soldados que convivían con aquellas personas, que fueron víctimas de esa cobardía, entregar sano y salvo, como lo hicieron, a un criminal de esta calaña. Pero ésa es la única manera como podremos mantener la superioridad moral sobre estos tipos”.
No podría estar más de acuerdo. Y qué bueno que así piense el Presidente, de lo contrario terminaríamos pareciéndonos peligrosamente a ellos.
Justo a unas horas, miembros del Ejército habían matado por error a un padre y su hijo en una carretera en Nuevo León. El hecho viene a recordarnos que el mal uso de la fuerza pública o el exceso de ella trae trágicas consecuencias. Y eso también asusta.
Entonces, queremos que acaben con los criminales, en caliente si es necesario, pero si se les pasa la mano, o se equivocan, eso sí, que no nos toque a nosotros engrosar la lista de los “daños colaterales”. El miedo a los criminales y la desconfianza justificada frente a las instituciones de procuración de justicia no nos puede llevar a olvidar que si le damos a alguien, a quien sea, la posibilidad de usar la fuerza absoluta a discreción, sin reglas ni consecuencias, nos exponemos a ser las próximas víctimas.
El lunes entrevisté al Presidente y aproveché para preguntarle al respecto. Respondió: “El Estado debe ser superior moralmente, y la superioridad la va a definir… una política de legalidad y una política de derechos humanos. Sé que es difícil, no todas las circunstancias son igualmente manejables, ésa es la verdad (…) El punto general es: tenemos que mantener la superioridad moral, y eso sólo lo vamos a hacer en la medida en que empujemos, precisamente, nuestras prácticas al respeto de los derechos humanos y de los oponentes”.
Y contó lo siguiente: “En Guerrero, un criminal por represalia de que le había capturado el Ejército a equis servidor de él, en una noche de exceso, no sé si de drogas o de alcohol, lo que sea, mandó ejecutar a 10 militares con la consigna de que por cada sicario que le agarrara el Ejército él iba a matar 10 militares. Y, efectivamente, su gente fue esa noche y agarraron a una cocinera, a un afanador, o sea, miembros del Ejército… en un acto totalmente cobarde los asesinaron y los decapitaron.
Tiempo después, el Ejército logra capturar a este tipo, y va y lo presenta al Ministerio Público. Yo sé lo que significa para esos soldados que convivían con aquellas personas, que fueron víctimas de esa cobardía, entregar sano y salvo, como lo hicieron, a un criminal de esta calaña. Pero ésa es la única manera como podremos mantener la superioridad moral sobre estos tipos”.
No podría estar más de acuerdo. Y qué bueno que así piense el Presidente, de lo contrario terminaríamos pareciéndonos peligrosamente a ellos.