México
Francisco Perdomo, un 'tlacualero' de Zapata
Las memorias y recuerdos de una gesta armada llenan los espacios de una historia reciente de la que surgió toda una nación
TLAQUILTENANGO, MORELOS (19/NOV/2010).- La personalidad de Francisco Perdomo y sus 99 años están marcados por un diente grande con corona metálica que le brilla cuando se entusiasma o se ríe de algún recuerdo. Su padre se llamaba Agustín Perdomo Rodríguez y era el “tlacualero” del general Emiliano Zapata, el que le llevaba de comer a los cuarteles de los pueblos y a los campamentos instalados en lo más profundo de las barrancas de Morelos.
Ser “tlacualero” para llevar la comida al campo es importante, pero hacerlo para un jefe revolucionario tiene sus riesgos. Francisco recuerda que en la Iglesia Vieja —un paraje situado a cinco kilómetros del pueblo de San Pablo Hidalgo, como a una hora de Jojutla y a cuatro de la ciudad de México— los soldados del gobierno cayeron al campamento cuando él y su padre acabaron de repartir la comida. El jefe del Ejército Libertador del Sur almorzaba y los federales salieron por todas partes. “Zapata brincó la cerca y logró huir”, dice.
Un coronel de apellido Chico Ponce fue quien contuvo la agresión federal, mientras Zapata huía entre los cerros. Dice que el coronel traía 46 hombres y le mataron a 40. Además se acuerda que al final el zapatista logró matar al general de división del gobierno federal cuando disparó su rifle que estaba atado al caballo: “Ya no es tiempo, mi amiguillo, que le jala y balazote en el corazón. Estuvo dura la cosa, pero ese general era un valiente”.
El niño Francisco Perdomo, junto con su padre, jaló para El Calvario a esconderse. “Yo tengo mucho que contar”, dice el viejo mientras su esposa le trae un vaso con agua y advierte que don Francisco se apasiona mucho con la plática.
“Zapata fue un campesino, su tierra fue Anenecuilco, cómo no lo voy a conocer si le llevábamos de comer cada que estaba en Morelos. Mi madre le preparaba gorditas de manteca, huevos duros... lo procuraba. Una vez pasó el gobierno cerquita, como de aquí a la silla. ¡Estábamos aparrados como conejos! Otra vez nos corretearon a balazos. También sufrimos mucho, por eso Zapata nos quería harto, me quería mucho, me agarraba y me aventaba pa’ arriba... como estaba yo chamaco”, narra.
Nunca estudió en la escuela, dice que su madre le enseñó el silabario y que apenas escribía su nombre todo chueco, pero fue presidente de los cañeros de la región, presidente de la Confederación Nacional Campesina, comisariado ejidal, presidente municipal de Tlaquitenango en 1940 y diputado local por Jojutla y por el Partido Acción Nacional en la década de los años 80, aunque reconoce que después de la Revolución quien lo ayudó fue su primo Elpidio Perdomo Martínez, un general de división del gobierno federal.
Él y su padre rastreaban a los rebeldes que se campamentaban en las barrancas y recorrieron los cinco cuarteles de Zapata en Morelos: San Pablo Hidalgo, Pozo Colorado, Quilamula, Cantón y Tlaltizapán. “Mi padre, su hermano Amador, el amigo Sabino Tejeda y yo les llevábamos frijoles, chiles, huevo. Éramos de confianza... porque no cualquiera”.
Antes del amanecer, todo el equipo de tlacualeros caminaban por las veredas con morrales llenos de alimento que distribuían entre Zapata y sus hombres más cercanos. “Andaba poca gente con él porque no tenía circunstancias para mantenerlos, pero tenía cuadrillas regadas por todos los cerros”.
Dice que ha caminado por toda la región zapatista, compuesta por los pueblos de Tlaltizapán, Tlaquitenango, Anenecuilco, Chinameca, Huatla, Jojutla, Los Hornos, San Pablo Hidalgo y muchos más. Tenían que estar bien informados para llevar la comida a los cuarteles y a los campamentos móviles de la revolución que no tenían un lugar específico: “Eran movibles, ahora estaban y mañana no. A veces Zapata se escondía en lo mero profundo de las barrancas, estaba en una muy honda, donde decíamos que allí lo iba a retefregar el gobierno, pero lo que no sabían es que esa barranca tenía un agujero que iba a dar a otro cerro”.
Presume que a Zapata le gustaban los guisos de su madre Petronila, que toda la comida la repartía a sus hombres, pero si se enteraba que las gorditas las había hecho ella, se las quitaba para comérselas él. Dice que le regaló dos “diamantes”, uno verde y uno azul. Ella a cambio le dio un caballo colorado de “sangre linda”.
Orgulloso dice que su tío José Rodríguez “El Ranchero”, un general zapatista, le prestó a Zapata su casa en San Pablo Hidalgo para que hiciera el primer cuartel “Tenía siete caballos y mudaba a cada rato”, recuerda este hombre que ahora está a un año de cumplir un siglo de vida y acepta la idea de que la muerte anda muy cerca: “No estoy acobardado, ya me falta poco para irme, pero me voy contento porque ayudé a mi pueblo San Pablo Hidalgo... hice siete campos de riego”. El 10 de abril de 1919 lo lleva en el alma porque dice que el general Jesús Guajardo traicionó a su ídolo.
“Le pidió a Zapata que terminara con la Revolución, pero Zapata le respondió que no. Entonces Guajardo le dijo que se iba a unir a él. Y Zapata lo fue a ver al cuartel federal de Chinameca, ahí iban a conferenciar, pero le puso un comando así y luego otro así y lo mató junto con su compadre Agustín Salgado, que tenía una mina de oro en Guerrero y le daba armas. Todavía el caballo salió, traía un balazo en la anca, mi tío El Ranchero lo detuvo en la Piedra Encimada”. Y agrega: “Cuando lo mataron pensé que ya había fracasado la nación. Zapata era valiente, era un hombre bueno y sano. Le llevamos comida hasta que lo mataron”.
Ser “tlacualero” para llevar la comida al campo es importante, pero hacerlo para un jefe revolucionario tiene sus riesgos. Francisco recuerda que en la Iglesia Vieja —un paraje situado a cinco kilómetros del pueblo de San Pablo Hidalgo, como a una hora de Jojutla y a cuatro de la ciudad de México— los soldados del gobierno cayeron al campamento cuando él y su padre acabaron de repartir la comida. El jefe del Ejército Libertador del Sur almorzaba y los federales salieron por todas partes. “Zapata brincó la cerca y logró huir”, dice.
Un coronel de apellido Chico Ponce fue quien contuvo la agresión federal, mientras Zapata huía entre los cerros. Dice que el coronel traía 46 hombres y le mataron a 40. Además se acuerda que al final el zapatista logró matar al general de división del gobierno federal cuando disparó su rifle que estaba atado al caballo: “Ya no es tiempo, mi amiguillo, que le jala y balazote en el corazón. Estuvo dura la cosa, pero ese general era un valiente”.
El niño Francisco Perdomo, junto con su padre, jaló para El Calvario a esconderse. “Yo tengo mucho que contar”, dice el viejo mientras su esposa le trae un vaso con agua y advierte que don Francisco se apasiona mucho con la plática.
“Zapata fue un campesino, su tierra fue Anenecuilco, cómo no lo voy a conocer si le llevábamos de comer cada que estaba en Morelos. Mi madre le preparaba gorditas de manteca, huevos duros... lo procuraba. Una vez pasó el gobierno cerquita, como de aquí a la silla. ¡Estábamos aparrados como conejos! Otra vez nos corretearon a balazos. También sufrimos mucho, por eso Zapata nos quería harto, me quería mucho, me agarraba y me aventaba pa’ arriba... como estaba yo chamaco”, narra.
Nunca estudió en la escuela, dice que su madre le enseñó el silabario y que apenas escribía su nombre todo chueco, pero fue presidente de los cañeros de la región, presidente de la Confederación Nacional Campesina, comisariado ejidal, presidente municipal de Tlaquitenango en 1940 y diputado local por Jojutla y por el Partido Acción Nacional en la década de los años 80, aunque reconoce que después de la Revolución quien lo ayudó fue su primo Elpidio Perdomo Martínez, un general de división del gobierno federal.
Él y su padre rastreaban a los rebeldes que se campamentaban en las barrancas y recorrieron los cinco cuarteles de Zapata en Morelos: San Pablo Hidalgo, Pozo Colorado, Quilamula, Cantón y Tlaltizapán. “Mi padre, su hermano Amador, el amigo Sabino Tejeda y yo les llevábamos frijoles, chiles, huevo. Éramos de confianza... porque no cualquiera”.
Antes del amanecer, todo el equipo de tlacualeros caminaban por las veredas con morrales llenos de alimento que distribuían entre Zapata y sus hombres más cercanos. “Andaba poca gente con él porque no tenía circunstancias para mantenerlos, pero tenía cuadrillas regadas por todos los cerros”.
Dice que ha caminado por toda la región zapatista, compuesta por los pueblos de Tlaltizapán, Tlaquitenango, Anenecuilco, Chinameca, Huatla, Jojutla, Los Hornos, San Pablo Hidalgo y muchos más. Tenían que estar bien informados para llevar la comida a los cuarteles y a los campamentos móviles de la revolución que no tenían un lugar específico: “Eran movibles, ahora estaban y mañana no. A veces Zapata se escondía en lo mero profundo de las barrancas, estaba en una muy honda, donde decíamos que allí lo iba a retefregar el gobierno, pero lo que no sabían es que esa barranca tenía un agujero que iba a dar a otro cerro”.
Presume que a Zapata le gustaban los guisos de su madre Petronila, que toda la comida la repartía a sus hombres, pero si se enteraba que las gorditas las había hecho ella, se las quitaba para comérselas él. Dice que le regaló dos “diamantes”, uno verde y uno azul. Ella a cambio le dio un caballo colorado de “sangre linda”.
Orgulloso dice que su tío José Rodríguez “El Ranchero”, un general zapatista, le prestó a Zapata su casa en San Pablo Hidalgo para que hiciera el primer cuartel “Tenía siete caballos y mudaba a cada rato”, recuerda este hombre que ahora está a un año de cumplir un siglo de vida y acepta la idea de que la muerte anda muy cerca: “No estoy acobardado, ya me falta poco para irme, pero me voy contento porque ayudé a mi pueblo San Pablo Hidalgo... hice siete campos de riego”. El 10 de abril de 1919 lo lleva en el alma porque dice que el general Jesús Guajardo traicionó a su ídolo.
“Le pidió a Zapata que terminara con la Revolución, pero Zapata le respondió que no. Entonces Guajardo le dijo que se iba a unir a él. Y Zapata lo fue a ver al cuartel federal de Chinameca, ahí iban a conferenciar, pero le puso un comando así y luego otro así y lo mató junto con su compadre Agustín Salgado, que tenía una mina de oro en Guerrero y le daba armas. Todavía el caballo salió, traía un balazo en la anca, mi tío El Ranchero lo detuvo en la Piedra Encimada”. Y agrega: “Cuando lo mataron pensé que ya había fracasado la nación. Zapata era valiente, era un hombre bueno y sano. Le llevamos comida hasta que lo mataron”.