Jalisco

Una noche en el CURVA...

Isaac ya conoce la mala experiencia de caer al Centro Urbano de Retención Vial por Alcoholimetría. El aprendizaje: no combinar alcohol y volante

Una noche en el CURVA...
GUADALAJARA, JALISCO (14/NOV/2014).- “Su nivel de alcohol es de 0.52 grados. Le informo que desde este momento queda retenido por el Operativo Salvando Vidas y será trasladado al CURVA”, sentenció la señorita vestida con uniforme en color amarillo chillante.

Mostró amabilidad, como si reservara una mesa de restaurante. Pero la silla a la que invitó a pasar se encontraba sobre el banquetón de la Avenida República, y para estar sobre ésta el usuario debía tener esposada una muñeca. “Es por seguridad”, comentó con disimulada sonrisa.

Antes, una de sus compañeras deseaba una buena noche al mismo conductor, quien fue instruido con una lámpara a desviar su ruta para ingresar al carril de revisión del operativo.

Le explicó que sería sometido a una prueba de alcoholimetría y le pidió que no descendiera del automóvil, que ni siquiera se retirara el cinturón de seguridad. Tras preguntar si había consumido alcohol y cuánto, le indicó al del volante que soplaría a través de un tubo de plástico durante cinco segundos. Al hacerlo una luz roja brilló: “Alcohol”, se leía en la pantalla del aparato.

“Le pido que baje de su auto y traiga las llaves con usted. Será sometido a una segunda prueba”.

Pasaron entre 15 y 20 minutos, pues había tres conductores más “en línea”. Finalmente, el procedimiento se repitió y la prueba confirmó que había niveles de riesgo para continuar manejando.

El gancho de las esposas ya estaba adentro de la canaleta. La mano izquierda fue atada a la silla y la sensación de arresto terminaba con la relajación que habían dado cuatro preparados de whisky horas antes. La borrachera que comenzó la madrugada del sábado 8 de noviembre terminaría abruptamente y bajo retención.

“¿Tú cuánto sacaste?”, preguntó un hombre sentado al lado, atado también y visiblemente afectado por el alcohol. No disimulaba su estado y, dentro del letargo, asumía también responsabilidades: se había bebido una botella entera de tequila. “Hoy nos vamos por borrachos”, expuso, para después ser llamado por la jueza del operativo.

Ella atendía todas las preguntas y respondía con claves a sus compañeras. Sacaba copias y organizaba licencias de conducir. Atendía con paciencia y respeto a los que le hablaban arrastrando las palabras. Explicaba con detalle y citando a la Ley:

— ¿Isaac?

— Sí.

— Usted tiene .52 grados de alcohol en la sangre. Por sus niveles, no es acreedor a multa, pero sí será retenido durante 12 horas. Firme aquí.

Una firma y otra igual. Otra vez a firmar y, de nuevo, al terminar la segunda y tercera vueltas. Una firma adicional después. Y el tiempo comenzó a correr.

— ¿Hace cuánto tomó su última copa?

— 20 minutos.

— Espere un momento. Terminamos el papeleo y un compañero lo trasladará al CURVA, el Centro Urbano de Retención Vial por Alcoholimetría.

Al baño

El alcohol ya había hecho efecto, y los residuos de éste inundaron la vejiga. Lo que menos faltaba era dar un espectáculo, y la necesidad se impuso a la vergüenza.

— Señorita, ¿podría usar un baño?

Asintió. Pidió a una “curvita” que retirara el aro aprehensor y un oficial de la Fiscalía del Estado escoltó al preguntón a un sanitario portátil aledaño. Terminó de orinar y salió de ahí con ardor en los ojos: el químico rociado para que el escusado no despidiera olores fétidos tenía ese molesto efecto.

El tiempo de espera continuó. Pasado un rato, el vehículo en el que se haría el traslado finalmente llegó.

Una oficial ató ambas manos con las esposas. Las muñecas dolían y el paliativo expuesto fue simple: “No se muevan mucho… se aprietan más”. Y el viaje de 10.3 kilómetros desde República al Centro Urbano de Retención Vial por Alcoholimetría transcurrió con molestias y en una incómoda posición para reducir el dolor causado por el metal en los brazos.

Bienvenido: ¡Quítese todo!

Las agujetas del calzado, los colguijes en cuello y brazos, el cinturón, cada objeto en los bolsillos del pantalón, la sudadera… Todo debe entregarse a las autoridades en el arribo al CURVA. Así dicta el protocolo de seguridad en el interior de un núcleo de retención.

Cada pertenencia entra a una bolsa. A ello sigue una última revisión corporal para constatar que no hay contrabando. Una vez verificada la identidad de los retenidos, éstos entran a la zona de separos o celdas.

El sitio es amplio y siempre está iluminado. Adentro no es posible saber si es de noche o de día.

Uno de los oficiales pidió a las personas de reciente ingreso que aguardaran sentadas, junto a un espacio pequeño de oficinas aledaño, a su vez, a un sitio cerrado reservado para los menores de edad; el resto son celdas expuestas.

Allí, los retenidos comenzaron un nuevo trámite burocrático.

“Pase, por favor”, dijo uno de los agentes. El primero de los requisitos de ingreso fue una fotografía del rostro, con una lona repleta de logos oficiales del CURVA como fondo. Acto seguido, el funcionario tomó una hoja y pidió que se le mostrara cada artículo en la bolsa de pertenencias para llenar el inventario y establecer qué exactamente se entregaría al retenido una vez cumplidas sus horas.

— ¿Desea que le marquemos a alguien para avisarle que está usted aquí?

— No.

Frío

La sudadera ya estaba adentro de la bolsa, y ésta había sido sellada con un nudo y un par de grapas. Así, comenzó el tiriteo instintivo ante una baja en la temperatura. Esto fue percibido por un guardia, quien apuntó con su dedo índice a un rincón en el que había varias cobijas: “Si quieres, agarra unas dos”. La instrucción fue acatada sin trabas.

Pero antes, un doctor entrado en años, enjuto y con voz aguardentosa, portando una bata con el logo de la Secretaría de Salud, realizó un último cuestionario antes de la reclusión. Nombre, edad, enfermedades crónicas, alergias... el médico de guardia nocturna solicitó detalles sobre estado de salud antes de autorizar el ingreso a las celdas. Cubierto lo anterior, la caminata escoltada continuó hacia la celda marcada con el número dos. El cuatro estaba ocupado sólo por mujeres.

Los espacios de reclusión son amplios, aproximadamente de cuatro metros de ancho por 10 de largo y cinco de alto. Una fuerte luz blanca apunta siempre hacia éstos y la cámara de videovigilancia se encuentra a un lado, a unos dos metros, a su vez, de la pantalla de televisión desde la cual en un rato se proyectarán imágenes de accidentes en los que el alcohol ha jugado su parte.

El interior

Cada celda está adaptada con un baño de aluminio, pero su aspecto no inspira demasiada confianza. Tiene agua y un lavabo en el que es posible mojarse las manos. Pero la escasa altura de su puerta deja expuestos a sus usuarios. Acaso invita a liberar nuevamente la vejiga, pero deja en serias complicaciones a las damas que se encuentran a dos celdas de distancia.

Había tres personas en el suelo del segundo separo. Todas tapadas por completo. Dos de ellas estaban vencidas por la borrachera y lanzaban sonoros ronquidos. Una estaba tan relajada que dejó escapar, sin tapujo alguno, todo el gas acumulado. “Sólo no te duermas arriba”, fue la última indicación del oficial, quien invitó a no elegir las “bancas” de los lados para usarlas de cama. “Es que hay quienes se han dormido ahí, pero luego se voltean y se lesionan al caerse”.

Después echó llave a la celda.

No había nada que hacer, sólo aguardar porque los nuevos ingresos desearan platicar y, con eso, acelerar el tiempo que transcurría con lentitud. Pero entró uno, otro más, y así hasta que fueron ocho. Todos terminaron su ritual en el piso, colocando una cobija y tapándose con otra. Dormían mientras las charlas de los funcionarios que había en el exterior de las celdas sonaban fuerte.

Desayuno

“¡Levántense!”, dijo un oficial en voz alta. Fueron pocos quienes respondieron, así que hizo sonar el sólido cancel. El ruido obligó a regresar a la realidad en la que el tiempo no transcurría, y una persona pidió a todos que se acercaran para decirles su horario de salida. A su lado, un oficial con una bandeja repleta de sándwiches ofrecía uno por persona; el empaque plástico delató que fueron comprados en una tienda de conveniencia.

Uno de los internos pidió agua. El líquido estaba disponible sin límites, por lo que cada quien tendría su vaso de hielo seco.

Todos habían recibido su hora de salida. Hubo tres reincidentes en el grupo a los que se les notificó que durarían 24 horas. Pero otros alcanzaron —o rebasaron— los .90 grados de alcohol en la sangre y permanecerían encerrados hasta el lunes por la madrugada.

Mascar y tragar: eso ocurría mientras algunos observaban a todos lados, en tanto que otros mantuvieron su visión en el suelo gris.

El tiempo transcurrió y la plática comenzó a soltarse. ¿Dónde te agarraron? ¿Cuánto habías tomado? ¿De dónde venías y a dónde ibas? Las experiencias fluyeron y las historias fueron compartidas. Los reincidentes causaron especial admiración al resto, pues el castigo impuesto —el que empezó con la frase “desde este momento queda usted retenido”— fue duro. Pero el sabor del alcohol estaba primero en los paladares del trío aquel.

“Y eso no se quita”, coincidieron. Dos de ellos tomaron la cobija y la colocaron sobre su cabeza. Regresaron al sueño: esa fue la estrategia que usaron en su “primera caída”.

Mientras, el reloj seguía avanzando... hasta que las 12 horas se cumplieron y, puntual, el guardia nombró al afortunado para que éste saliera, tomara sus cosas, realizara un último trámite y abandonara el lugar para ser despedido por una oficial: “Que tenga buen día; no lo quiero volver a ver por acá”.

El pantalón recobró su cinturón, la cartera regresó a la bolsa… y el Sol acabó con el frío intenso que nunca dejó de atacar. Mientras, el resto de los retenidos continuó esperando por su salida entre cuatro paredes, sin nada más que hacer que dormir o compartir su vivencia y reprocharse lo que dejaron de hacer por una borrachera que les costó su libertad.

CLAVES
Los dolores de cabeza


Trámites Son burocráticos. Los padecerá desde la primera prueba de alcohol que dé positivo.

Firmas Le pedirán que firme una y otra vez. Y después otra vez.

Vehículo Será trasladado en grúa a un depósito. El costo de la grúa y pensión corren por su cuenta.

Esposas La sensación de los aros es incómoda y pueden lesionar.

Viaje No hay nada atractivo en abordar una camioneta con otros retenidos cuando son agresivos.

Incomunicado Aunque le pedirán que dé un teléfono para avisar a alguien, no podrá usarlo desde que le aplican la primera prueba adentro de su vehículo.

Pertenencias Le pedirán que deje afuera las agujetas de su calzado, dinero, cartera, joyería, cinturón y abrigo.

Lento No por llegar al CURVA terminó su padecer: seguirá haciendo filas y esperando por su turno.

Frío Las bajas temperaturas calan. Dos cobijas que prestan sirven, pero no son suficientes.

Vigilancia Cada movimiento que haga será observado; incluso cuando va al baño.

Tiempo No sabrá qué hora es. Sólo queda dormir o platicar con otros retenidos hasta su salida.

FRASES

"
Nomás salí a cenar; ya estaba en pants y chanclas. Siempre los esquivo entre callecitas, pero así andaba de borracho que ni me acordé que ahí estaban "

Juan


"Ni te digo que yo era el padrino. Ahorita debería estar en Jalostotitlán en la misa. Iba a ser a las nueve; salgo hasta las 12 de la noche "

Ricardo


"Es la segunda vez que caigo, y me agarraron en el mismo sitio. Lo borracho no se quita "

Jorge


"Qué bueno que caí. Capaz que le sigo y me llevo a alguien en el camino "

Raúl


"Me había tomado tres caguamas, dos o tres ‘shots’ de tequila y ya después como media botella "

Vicente


"Andaba tan tomado que no recuerdo ni cuánto saqué en el examen "

Luis


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